La calle Libertad, el vecindario Expresión y las ciudades Especiales e Iguales parecen quedar cada vez más lejos.
Ya estoy en casa y esta vez vine de regreso con una realidad diferente a la que esperaba aunque no muy distintiva de lo que realmente dictaban todos los pronósticos. Aunque sí ha llegado la hora de enfrentar las múltiples realidades: finalmente Francis fue expulsado del instituto. No obstante, lo más alarmante es que tendré que decirlo. Confesarle todo a Britt antes de que llegue la medianoche del domingo.
¿Pero qué día ya es? ¡Demonios!
La madrugada del maldito domingo. ¡Genial, sólo tengo un par de horas para no arruinarle la vida a lo más cercano que he tenido por amiga! Soy más patético de lo que pensaba. Shain estaría avergonzado de mí. No he hecho más que perder el tiempo todos estos días. ¿Cómo serán las cosas luego de que le cuente todo a Britt? A menos que no le diga nada y la lleve engañada hasta el edificio abandonado del instituto tal como pretende Francis.
Pero las cosas que él sería capaz de hacerle, las pienso y me estremezco. No sé si del asco que me da hacerme la idea o de lástima por mí mismo al permitir que tal cosa suceda.
¡Si tan solo hubiese sido más cuidadoso y no hubiese derramado bebida sobre Francis!
Ahora estoy frente al espejo de mi cuarto de baño, tratando de limpiarme la sangre y el pegajoso ponche de mi vestimenta blanca…es inútil. Estas manchas no van a quitarse.
Me desvisto, largo a un costado la ropa y luego comprendo que por la mañana, mi abuela Susan sacará la ropa sucia y verá las manchas. Debo esconder mi ropa. Tomo el saco y el pantalón blanco y los meto en un bolso, acto seguido meto el bolso bajo mi cama y al menos esto me permitirá tener mis cosas guardadas hasta el momento en que deba lavar todo.
Suspiro y me dejo caer sobre las sábanas. Suerte que tengo la copia de llave de Susan así me evito verlos y tener que confesar cualquier cosa.
Me paso una mano por el pelo revolviéndolo un poco y a rastras por la cama, destapo el colchón de las sábanas. Me pongo el pantalón de mi pijama pero no procuro incorporarme la camiseta. Abrazo la almohada y me quedo oliendo el perfume de la funda limpia. Revuelvo los pies bajo las sábanas pero no me tapo sino que sólo dejo mis extremidades dentro.
Estoy solo. Puedo llorar tranquilo. Aunque por mucho que me esfuerce, las lágrimas no salen. Hay algo que me impide llorar dentro de mis emociones y creo encontrar el motivo: Steve. He logrado que Steve asista a la fiesta pero luego de lo que pasó, no creo que siga estando de acuerdo con que vaya al juego. ¡Si no le hubiera insistido con que vaya al Baile Disco, él no hubiese visto todo!
De seguro se encuentra odiándome en este preciso instante (si es que no está con Miranda) porque es mi culpa el hecho de que expulsaran a Francis. ¿Quedan posibilidades de que lo retomen en el instituto? Le he quitado todo: lo único en lo que él era bueno: jugando futbol.
Lo sucedido esta oscura noche le traerá graves consecuencias en su desastrosa familia y el único culpable de todo lo que pasa soy yo y no hay más vueltas que darle.
Entonces pienso que podría…podría…asistir solo al edificio abandonado y que descargue en mí todos los golpes que ha reprimido desde que le advirtieron en el instituto el hecho que no podía acercárseme de nuevo. Sin embargo, ahora el problema es que no tengo ni al director ni al señor McCough para defenderme. Francis ya no es de la escuela. Si quiero advertir de que estoy bajo amenaza, a alguien, tendré que ir a la policía pero descarto la idea de inmediato.
Considero que soy cada vez más repugnante. ¿Cómo seguirá mi vida a partir del lunes? Porque sé y soy consciente de que todo cambiará en un par de horas (aunque a decir verdad, ya me estoy acostumbrando a los vuelcos grandes en mi rutina).
Bueno, para comenzar tengo que pactar una cita con Britt para hoy domingo. La voz de Francis no me deja en paz y le debo advertir a la rubia lo sucedido… Tomo mi móvil y mientras marco el número de mi amiga, pienso en que quizás estoy un poco delirante. Hay una voz dentro de mí que dice «Duérmete Jimmy, déjalo ya. Sólo lleva a Britt hasta Francis y que sea lo que el destino quiera, tú hazte a un lado.»
Pero mi mente se despeja cuando escucho la voz de la rubia al otro lado de la línea:
—¿Hola?
—…
«Mañana. Medianoche. En el edificio abandonado. Ven con Brittany Montoya, o todos lo sabrán; maldito marica». La voz de Francis resuena en mi cabeza. Sus palabras han quedado grabadas a fuego dentro de mí y estoy algo nervioso. Algo aterrado. Bueno, sólo en el caso de que «algo» pueda ser considerado sinónimo de «mucho».
—Jimmy ¿estás bien? Mi móvil marca tu número—dice Britt despertándome de mi suspensión.
—Britt…
—Creo que sería mejor que te fueses a dormir y olvides lo sucedido—noto que está algo somnolienta—. Francis no va a molestarnos de nuevo. Él no volverá al instituto. Ya está todo resuelto.
—Es que… Britt… no se trata de eso…
—¿Entonces qué sucede, Jimmy? ¿Por qué me llamas a esta altura de la noche?—me pregunta y tengo miedo. Puedo decirle en este instante todo, soltarle mis verdades y dejar toda mi miseria al descubierto, sin embargo, esto no es la opción más razonable.