Los Colores de Jimmy

Capítulo 25

Boom.

Despierto de un sacudón al escuchar el estruendo.

Creo que fue un fogonazo...porque tengo el leve recuerdo de cómo se oye uno. Además en esta ocasión llevo la ventaja de poder ver con mayor claridad: me encuentro en otro salón de clase y sigue estando deshabitado.

No sé cuánto tiempo ha pasado pero la diferencia es que se oye ruido afuera. ¿Sirenas de policía? ¿Gente gritando?

Me desespero y tomo mi mochila cual no he soltado. Está fría.

Camino entre los pupitres retrucándome no haber descansado antes o haber comido, pues en este momento de tanta alteración podría estar lúcido y no me habría perdido de algo bastante movilizador que por lo visto ha sucedido.

Tan solo he dormido unos momentos y ya me siento un poco mejor. Por lo menos, logro ver con algo de claridad.

¿Hace cuánto no como? Estoy helado.

Me abrazo los codos y mi mochila se encuentra más fría aún, por lo que dejo que descanse en mi mano izquierda y la llevo a rastras hasta la puerta... el eje de la cuestión aparece acá.

Cuando estoy en la entrada y observo el salón.

A un costado del escritorio de profesores, está... ¡un sujeto tirado! ¡Santo cielo, y necesita ayuda!

Acudo de inmediato y me tambaleo un poco.

Me acerco y lo miro. Me quedo tan vacío como dolido al ver quien está delante de mí: Steve Morgan, con un balazo en el abdomen.

Pero él no ha muerto...aún. Me mira con sus ojos brillando y lloro desesperadamente. Me le acerco y él parece alterarse un poco en medio de su estado casi moribundo. Demonios ¿cuánto tiempo ha llevado así? ¡Morirá desangrado!

Comienzo a caminar en círculos y grito pidiendo ayuda.

—¡AUXILIO POR FAVOR! —me acerco hasta la ventana y observo una gran cantidad de gente, camionetas del FBI, personal, y gente aglomerada—. ¡QUE ALGUIEN ME AYUDE, HAY UN HOMBRE HERIDO DE BALA! —en ese instante todos me miran y yo percibo movimiento dentro del edificio. Gracias a Dios...

¡Steve se muere!

Vuelvo hacia él y está intentando hablar con las pocas fuerzas que le quedan.

Me tambaleo de nuevo y siento otra vez las manos frías.

La izquierda en especial.

En ese instante Steve me susurra:

—Lo...lo siento...

—¿Qué? Shhh, no digas...nad...

Y es que él se queda mirando mis manos. Yo hago lo mismo y encuentro el arma que ha dado el fogonazo a Steve.

He sido yo el culpable.

Ahora él va a morir.

 

 

 

Intento recordar y mi vida pasa en un instante frente a mis ojos.

Quiero a Steve de pie, bailando Disco que es cuanto le apasiona, ni siquiera estoy seguro de que vaya a recomponerse para poder bailar y disfrutar de eso que antes era la motivación de sus consuelos.

Él como ser hermoso, lleno de vida y de amor...

Lanzo el arma lejos y me inclino para abrazarlo.

—Perdón—me suplica aunque sé que no lo merezco. Sin embargo intenta negar replicando:

—N...no... Yo fui...el...idiota... Tenías...razón.

No queda nada para seguir, no hay perdón que valga ni palabra que exprese mi desesperación. Necesito de él, conmigo o sin mí, pero no puedo permitir dejarle morir.

Es demasiado, además si él muere yo muero con él en la totalidad de mi espíritu, o en cuerpo, lo que sea, pero es...totalmente imposible seguir en un estado fatal.

No, mi vida no va a continuar de ese modo.

Me arrastro hasta donde lancé el arma momentos antes y lo último que sé es que el equipo de Seguridad ingresa en el salón.

Un nuevo disparo altera a todos los alumnos y maestros refugiados en los salones dentro y fuera del edificio.

Mi viaje ha comenzado.

Y esto ha terminado.

 

 

 

Estoy en mi viejo sueño. Y recuerdo que en algún momento fui feliz; en ese tren viene el ser oscuro que me quería y buscaba algo de mí.

Casualmente es de pelo azul, apuesto y de ojos negros, no gótico en su entereza como lo soñaba. Pues es maligno, verdad, un ser malvado. Miro hacia atrás y he dejado lo que quedaba de mi vida. El sujeto apuesto vuelve a ser alguien detestable que sabe de mi herida.

Me la descubre y quita el torniquete.

Vuelve a sangrar... ¡Y no le he dicho a mi madre que estoy sangrando! Que la herida duele y me voy a morir...

—¿Seguro que no lo sabía? —me pregunta el sujeto.

Y curiosamente, éste lleva mi voz.

—¿Qué dices? —le pregunto lleno de indignación.




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