Los días junto a ti

Día 24

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Volverás a ir?

5:02 p. m.

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«Tengo qué Nath, no soportaría perder a otra hermana».

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😔

5:04 p. m. ✓✓

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Voy. Espérame Rebeca.

5:05 p. m.

.෴.෴.෴.෴.෴.෴.෴.෴.෴.

Suspiro con pesar y aparto el móvil para no contestarle. Me tiro de espaldas con brusquedad y presiono mis ojos con los dedos. Estrujo lado a lado en un intento de alejar la presión de preocupación, pero es imposible.

Estoy demasiado preocupada.

El día anterior cuando vino Nathaniel en un mensaje desesperado por mi parte, le conté lo que pasaba cuando me subí a su carro.

Resulta que ser besada por uno de tus mejores amigos frente al chico que tienes como posible interés amoroso no era lo peor que te podría pasar, no. Eso es una bobada en comparación a lo demás que he vivido, pero tener ese tipo de complicación era algo normal. Se parecían mucho a esos líos que se desarrollaban en las historias juveniles, donde todos los problemas de los protagonistas giraban en torno a la decisión de si al final se quedarían en pareja o no.

Pero mi realidad se basa en otros asuntos, desde pequeña fui consciente poco a poco de que gracias a nuestros padres, existía una rivalidad entre nosotras tres por los dones que supuestamente tenemos. Aunque me gustaba tener la atención de papá, en distintas ocasiones me percaté de que mi segunda hermana, Nancy, no recibía el mismo trato. Ni siquiera con mamá que se concentraba mayormente en Laura.

En mi inocencia e ingenuidad, creí que cuando no los veíamos, consentían a nuestra hermana, porque ella nunca se quejó. Normalmente la muestras de favoritismo se hacían a solas y pocas veces todas éramos testigos de una atención así que nos daban nuestros padres.

No fue hasta que llegué al liceo cuando me di cuenta de los señalamientos y comparaciones que nos hacían a las tres. Un día me enfrenté a papá y le reclamé. Él me aseguró de que no tenía favoritismo con ninguna de nosotras, ni mamá tampoco los tenía.

Lo creí, de verdad lo hice, porque mi hermana Nancy nunca se quejó. Nunca lo hizo... Debió hacerlo. Debió gritar, reclamar, chillar, patalear, deshacerse de esa agobiante sensación de no ser suficiente para nadie en ninguna parte.

Sin embargo, tampoco pude odiar a mis padres cuando todo explotó en nuestra cara. Porque entonces ellos mismos se dieron cuenta de su error, no eran conscientes de las acciones que hacían y eso los mortificó.

Nos golpeó duro a todos.

Y es por eso que decidí ser cuidadosa con mis palabras y acciones con las personas. No quería hacerlas sentir menos, no como seguramente se sintió mi hermana con cada comentario hiriente de las personas a lo largo de su travesía en el liceo como en la universidad. Ni los inconscientes que soltaban nuestros padres.

Es por eso que a pesar de ser la menor, quiero cuidar muchísimo a Laura, así como no lo hice con Nancy. Es la única hermana que me queda, y sé que ésta mala racha empezó el día que murió Nancy. Laura nunca lo menciona ni comparte sus lamentos, pero estoy segura que se culpa por no haber sido una buena hermana mayor para Nancy. A partir de allí sus notas en la universidad bajaron, su actitud pedante y odio contra todos se elevó, comenzó a tener amistades dudosas, y hasta hace poco pausó sus estudios.

Lo último fue descubrir el novio drogadicto.

Laura todavía sobrelleva el duelo después de haber pasado dos años desde que Nancy se fue. Todos aún cargamos con el duelo, solo que mantenemos una fortaleza diferente cada quién. La muerte de Nancy nos afectó de manera diferente, pero compartimos el mismo dolor.

Y la noche cuando regresé de la fiesta, fue el momento para darme cuenta de lo mal que la está pasando Laura, refugiándose en un lugar que no le haría nada bien.

El mal presentimiento se cumplió, al entrar en la casa, un silencio inquietante llenó toda la estancia. No había un mísero sonido, y corrí a la habitación de Laura.

Me dejé caer con las rodillas postradas en el suelo. Los cajones donde guardaba su ropa estaban abiertos y varias cosas esparcidas en el suelo como si no hubiera tenido tiempo de recogerlas. La habitación olía a vacío en su totalidad.

Laura se había fugado.

Por un instante no sabía qué hacer. Estaba paralizada, repitiendo de que Laura se fue, nos había dejado. Pero al recordar que posiblemente su acompañante sería ese novio drogadicto, reaccioné. Si Laura se iba a ir, que lo hiciera sola, no permitiría que arruinara su futuro con aquella mala vida.

Llamé a mis padres para darles la noticia, con una voz neutral y tranquila, que hasta a mí me sorprendió de hacerla en esa situación preocupante.

Ellos llegaron en poco tiempo. Y llamaron a la policía para reportar que su hija se había ido con un drogadicto, que su niña no estaba bien.

Pero después de que el oficial preguntara la edad de Laura, dijo que poco se podía hacer. Lau es una adulta y sabía lo que hacía.




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