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Busco en mi teléfono la cámara y luego alzo el brazo para enfocarlo en la persona que estoy viendo de espalda. Capturando entonces a Rebeca que miraba hacia el horizonte del mar en la orilla, un sombrero de ala ancha cubre su cabeza y el vestido rosado que llegaba hasta sus rodillas ondeaba por el viento.
Guardo en mi bolsillo el celular con satisfacción y me acerco hacia ella con el aire acariciando mi rostro con sabor salino. No era de menos porque estamos en la playa. Aunque no venimos con la intención de bañarnos, nos vestimos con ropa playera porque así lo deseó Rebeca, quiso venir con las ganas de relajarse y sentir la arena en sus pies.
Al detenerme a su costado, pasé mi brazo por detrás de su espalda para dejar descansar mi mano en su cintura y atraerla hacia mí, ella levanta un poco la cabeza, subiendo el ala de su sombrero para permitir verme. Sonríe suavemente e imita mi acción posando su mano por mis costillas, regresa la mirada al horizonte del océano.
Pero mis ojos permanecen por más tiempo en la coronilla de su cabeza, recreando en mi mente la mirada que me dio.
Aunque quisiera pasar por una expresión tranquila, me percaté otra vez que detrás de su mirada había un pesar contenido.
Algo me estaba ocultando y sabía que no hallaba cómo decírmelo.
Lo intuía con seguridad porque era un pensamiento recurrente que se había quedado en mi mente desde la primera vez que percibí que Rebeca quería contarme algo y luego se arrepentía al instante. Y todo empezó desde hace dos semanas, el tiempo que ha pasado desde que su hermana regresó a su casa.
En ese tiempo no pude ver a Rebeca correctamente, fueron intervalos cortos, puesto que toda su atención estaba en su hermana Laura, lo cual era comprensible porque ella venía de una situación complicada. Por lo tanto, nuestra comunicación se trataba mayormente de mensajes y llamadas.
Ella sabía disimular muy bien algunas veces, pero no lo suficiente para escaparse de mí.
Decidí respetar su tiempo, sea lo que sea que estuviera pasando, las prioridades de ella en este momento seguramente no serían yo. Visto que nuestra relación se trataba de la comunicación, no me preocupaba tanto porque eventualmente Rebeca hablaría conmigo de lo que sea que tuviera en la mente.
─Sabes ─murmura Rebe─, nunca he disfrutado de la playa propiamente, es un poco molesto porque se te mete la arena por todas partes y si no te proteges correctamente, te puedes quemar ─menciona comenzando a alejarse, capturando mi mano en el proceso y guiándome hacia el frente.
Dimos unos pocos pasos, deteniéndonos al límite en donde las olas desaparecen y dejan la humedad en la arena.
─¿Pero debe tener sus puntos buenos, verdad? Por algo mucha gente viene ─señalo con la barbilla al grupo de personas que estaba unos metros más allá de nosotros.
Ella se fija en esas personas por unos segundos y luego le da un leve apretón a mi mano.
─Sí, al mismo tiempo que puede ser una molestia, también es un poco terapéutico. ─Me mira y vuelve a sonreír con apacibilidad─. El sonido de las olas chocar. ─Da un paso más, haciendo que sus pies descalzos toquen la arena húmeda─. Es como un eco relajante que rebota dentro de tu mente y logra relajar cada parte nerviosa. ─Levanta la cabeza y cierra los ojos─. El suave viento con sabor a sal. ─Vi su pecho elevarse en una profunda inhalación─. Es como un cálido abrazo que te envuelve y te arropa en un olor tranquilizante. ─Vuelve a bajar la cabeza y observa directamente a la arena─. La arena en nuestros pies. ─Mueve los dedos para enterrarlos─. Es como un masaje reparador ─termina diciendo, esbozando de nuevo esa sonrisa tintada con tristeza.
Sin pensarlo mucho, la atraigo con la mano que todavía me sostiene y la abrazo con muchos deseos de transmitirle fuerza.
─Al final, la playa tiene más puntos buenos que malos ─murmuro.
Rebeca reacciona rápido y sin rechistar acepta que la mantenga de esa manera, sus delgados brazos me envuelven por la cintura.
─Y la playa era el lugar favorito de mi hermana Laura ─comenta bajito.
Inhalo profundamente porque sé de inmediato que esa es la señal, de que es el momento de hablar.
─¿Era?
Se acomoda en mis brazos de tal forma que su cabeza reposa en mi pecho y mi barbilla descansa en su coronilla, aunque no la apoyo demasiado para no incomodarla.
Su mirada estaba hacia el mar.
─Laura dejó de venir desde que murió Nancy, pero antes de eso, ella por lo menos una vez al mes tenía que estar aquí, le gusta nadar porque según sus palabras es como sentirse libre, el único lugar donde puede sentir que se libraba de cualquier carga o preocupación que tuviera. ─Siento la presión que hace alrededor de mi cintura─. Al principio, meses después de la muerte de Nancy, insistía en traerla para animarla, pero vez tras vez se negaba, nunca me dijo la razón, pero ahora quizá puedo comprenderla.
Al sentir que quería terminar con el abrazo, comienzo a aflojar mi agarre y ella levanta la cabeza para mirarme.
─¿Quieres compartirla? ─pregunto al conectar con sus ojos.
Ella asiente, pero enfoca sus ojos en un punto de mi clavícula expuesta.
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Editado: 28.11.2025