Los dos milagros de Gabriel

Capitulo unico

 

   Doña Ana empezó el día como siempre, sin ningún problema visible.

   Gabriel apareció en el comedor en pijama y con el pelo revuelto.

— Buenos día, hijo, ¿vas a desayunar?

— Por supuesto, mama. En un momento voy.

Café y tostadas para el hijo querido se quedaron en la mesa.

— ¿Y, como están las cosas mama? ¿La siembra, la cosecha?

Doña Ana sonrió.

— Bien, hijo, todo bien. A propósito, hablando de siembra, ¿cuándo piensas casarte y dar frutos? Perdona la comparación.

Ahora Gabriel sonrió.

— Me parece buena y graciosa tu comparación. Ya te dije mil y una veces que no me casaré.

— Escúchame, hijo. Papa esta grande. Tú eres muy mimado y me encantaría tener nietos.

— Deja, mama, ni novia tengo, — dijo Gabriel agarrando la tasa, — ¿Crees que una pareja se hace de un día para el otro? Y además ya sabes qué este pueblo San Antonio es chico. Muchas mujeres están detrás de mí pero pocas quieren un matrimonio.

Doña Ana le acercó otra tostada.

— Ten cuidado, no vaya ser que te quedes con la que menos piensas.

— Quédate tranquila, jamás me casaré mamá, — dijo Gabriel terminando su café.

— ¿Sabes, hijo? Hoy tengo que ir a la Municipalidad hacer trámites.

— Está bien, mama. Entonces nos vemos en el horario del almuerzo. Y deja de pensar en mi matrimonio, no me casaré.

Doña Ana se detuvo en la puerta a medio salir.

— Te buscaré una buena mujer, hijo, — dijo sonriendo, — le hablaré de ti y te casaré. Ya verás.

— Ni se te ocurre, vete ya. No he visto una mujer en este pueblo que me atraiga como para que se me ocurra casarme.

Entre trámites y el trabajo llegó la hora de almuerzo.

— ¿Qué tienes que hacer hoy a la tarde? — preguntó doña Ana al hijo sirviéndole el plato.

— Tengo trabajo en el casino, haré horas extras —dijo Gabriel cortando pan.

— ¿Para qué quieres esto?

— Quiero ganar más dinero para casarme, — contesta Gabriel irónicamente.

— Ah, hablando de eso. Hoy conocí una empleada del municipio. Es muy agradable y se ve una buena mujer.

— Mama, —Gabriel la miró con la cara de chistoso, — ¿y por qué no le pediste el número de teléfono?

— Sabía que te puede interesar, —Doña Ana lo miró sonriendo al hijo, —Mañana vuelvo a ir y le pido. Y allí no tendrás excusas.

— Me da risa, mama, no serás capaz.

Doña Ana no contestó, solo se quedó pensando.

Al día siguiente, en el almuerzo Gabriel “comió” una sorpresa. Doña Ana puso frente de él en la mesa una hoja de papel.

— Toma, aquí tienes.

— ¿Qué es esto?

—  El número de teléfono de la chica de la Municipalidad.  Me dijo que no tiene novio y le gustaría conocerte.

Los ojos de Gabriel se abrieron de par en par.

— Mama, ¿lo hiciste? Jamás pensé que serías capaz.

Mientras comía, Gabriel estaba pensativo. Cada tanto miraba a la hoja de papel con el número escrito.

Al terminar la comida Gabriel se levantó. Dudó un poco y guardó el papel en el bolsillo.

— Me alegro que tomaste una decisión, —dijo la madre.

— No es nada, vamos a ver qué onda, si tenga ganas, le escribiré.

— ¿A propósito? No te veo gastar plata últimamente. No te cambias el auto, no compras nada para ti, estás buscando otro empleo. ¿Cómo es eso? ¿Para qué quieres tanta plata?

Gabriel le dio un beso en la mejilla.

— Estoy ahorrando para algo grande.

— Qué bueno hijo, Dios te bendiga.

— Ya me voy, hoy tengo un trabajo nuevo. Mientras tanto escribiré a esta mujer ¿cómo se llama? capaz que me caso.

Doña Ana acompaño a Gabriel hasta la puerta. Tenía esperanza que esta vez su hijo va a casar.

Conduciendo al trabajo Gabriel estaba con la duda que siempre aparece en esos casos.

“¿Y si le escribo y no me contesta? Pero probablemente contestará, ya que dio su teléfono a mi madre o por lo menos tendrá curiosidad para conocer a un hombre que mi madre le pintó, imagino, como “el mejor hombre del mundo” —Gabriel sonrió a sus pensamientos. 

“Pero para que andar con las dudas, le puedo escribir ahora mismo y terminemos con el asunto”.

Gabriel estacionó el auto a un costado y sacó el teléfono.

El mensaje fue cortito pero preciso, sin nada de dar vueltas.

“¡Listo!” —Pensó Gabriel, arrancando el auto, —“Ahora todo depende de ella”.

   La chica contestó una hora después, y esta misma tarde Gabriel y Sara estaban en un bar, tomando café y pasando un buen rato, ya que en la primera cita hay muchas cosas para contar sobre uno mismo.




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