Había comenzado sin estruendo.
Sin guerra. Sin caída de meteorito. Sin explosiones en el cielo.
Solo sacudidas lejanas. Ruidos apagados que ascendían desde las entrañas de la tierra.
Luego, columnas de ceniza se alzaron en silencio sobre las crestas negras de Islandia, las costas calcinadas de Nápoles, los volcanes dormidos del Pacífico.
Al principio, los científicos hablaron de coincidencias geológicas — luego de fenómenos acoplados. Algunos glaciólogos, más discretos, mencionaron un “sincronismo imposible”.
Junio de 2031: erupción del Katla, Islandia. Primera gran proyección de cenizas desde 1918.
A comienzos de julio: los Campos Flégreos, en Italia, mostraron una inflación brusca del suelo de más de 60 cm en 48 horas.
Finales de julio: el Tungurahua, en Ecuador, entró en erupción explosiva. La ceniza alcanzó los 22 km de altitud.
Agosto: cuatro volcanes del Cinturón de Fuego se despertaron simultáneamente.
Columnas de ceniza alcanzaron la estratósfera, llevadas por los vientos de altura.
El cielo del mundo se volvió turbio, metálico, velado.
Luego vinieron las lluvias ácidas. Las perturbaciones climáticas. Los veranos fríos.
“No es solo la magnitud de las erupciones lo que inquieta. Es su sincronización. Los volcanes hablaron con una sola voz.”
Crónica de Ciencia y Clima, septiembre de 2031
El otoño de 2031 se desplomó en un gris plomizo.
No llegaron ni las lluvias largas ni los colores de las hojas muertas.
Las primeras nieves cayeron en Londres en octubre, y Milán despertó una mañana de noviembre bajo una escarcha que ninguna estación había previsto.
El Danubio se congeló hasta Budapest.
Los ríos enmudecieron.
Los lagos se agrietaron.
Los hombres comenzaron a huir de las tierras altas.
“Las proyecciones a diez años ahora contemplan un escenario de invernación permanente por encima del paralelo 46 norte.”
Universidad de Cracovia, diciembre de 2031
“Los efectos acumulados de las erupciones volcánicas del año 2031 han provocado una reducción global de la radiación solar del 8,2 % sobre el continente europeo. La anomalía térmica estacional alcanza localmente los -5,3 °C.”
Informe preliminar del IPCC, enero de 2032
Nacieron nuevos mapas.
Ya no políticos, sino climáticos. Mapas de huida y de supervivencia.
Europa se convirtió en un tablero de ajedrez de inviernos desiguales.
En el norte, los Hielos Fijos se extendieron donde el invierno parecía querer reinar sin oposición. Los glaciares retomaron sus antiguas rutas.
En el centro, las Zonas Grises se cubrieron de bosques petrificados, de brumas persistentes. Algunos árboles, de noche, resonaban suavemente bajo el hielo.
Anomalías magnéticas, fenómenos de reflexión óptica.
Señal GPS alterada durante varias semanas en ciertas zonas boscosas.
Al sur, algunas Tierras Huecas conservaron bolsas de tibieza, resguardadas, a salvo por un tiempo del rigor del cielo.
Zonas-refugio donde empezaron a replegarse comunidades.
Pero no fue todo.
Porque pronto circularon cartas que no se publicaban.
Cuadernos manchados de escarcha hallados sobre cuerpos congelados.
Frecuencias de radio ilegibles — voces apagadas que hablaban de lo que habían visto.
Un objeto. Un lugar. Una causa.
No volcánica. No natural.
Testimonio anónimo recogido por la Cruz Roja Alpina — Informe confidencial, febrero de 2032 :
Resistimos tres semanas después de las primeras heladas.
Éramos veinticuatro en el caserío — pastores, cazadores, familias separadas.
La nieve cayó sin fin, día y noche, blanca al principio, luego de ese tono gris… como si quisiera ahogar el color del mundo.
Los animales huyeron de los bosques. Los pájaros se marcharon. Pero a veces… a veces oíamos ruidos bajo el hielo. Crujidos regulares, casi vivos.
Luego empezaron los reflejos. Por la noche, en los cristales, en los estanques helados… reflejos que no nos pertenecían.
Formas inmóviles, de pie en los bosques muertos. Nos observaban, lo juro.
Nos fuimos la mañana siguiente. Lo dejamos todo.
Y cuando me di la vuelta, una última vez… estoy seguro de que las siluetas se habían acercado.
“Mi hermano era ingeniero en vulcanología. Fue en misión a los Alpes. Me escribió una última carta:
‘Hemos encontrado un objeto fuera de fase.’
Desde entonces, silencio.”
Carta publicada en la Revista de Geografía Humana, febrero de 2032
“…no cartografiado… artefacto en el subsuelo… aún irradia… rompieron el bucle…”
Transmisión pirata captada en 7.26 MHz, Jura, marzo de 2032
Algunos lugares se cerraron.
En el silencio blanco, algunos oían al viento susurrar.
Algo estaba actuando…
Enero de 2033
Central Climática Europea — Sector de Correlación
Al final, todos habíamos acabado reuniéndonos allí.
Todo el saber fragmentado de Europa — físicos, climatólogos, geólogos, astrofísicos, cartógrafos, meteorólogos. Todo lo que había sobrevivido a los primeros años de colapso.
La Central Climática Europea.
Un nombre pomposo para un bastión asediado por el invierno y el hambre.
Almería, España.
Uno de los últimos territorios aún habitables.
Un pedazo de aridez transformado en santuario científico, protegido por muros, campos de paneles solares, drones de vigilancia, y sobre todo por el miedo que inspiraban quienes llegaban del norte.
Porque los refugiados ya no eran civiles.
Ya no eran más que sombras hambrientas, desgarradas, enfermas, huyendo de territorios muertos.