En el siglo XXI, en los suburbios de una ciudad llena de gritos, carros, luces y mercados, había una linda casa en la avenida noroeste. La casa estaba en buen estado; esta era de color blanco por fuera. Al entrar, podríamos ver un pasillo que doblaba y creaba otros dos pasillos. Al avanzar, mirábamos cerca de un pasillo, el de la izquierda: la cocina; el olor a pan tostado llegaba a las narices de los que pasaran por ahí. Al mirar a la derecha, se encontraba una habitación vacía, que se encontraba al fondo, y a sus dos costados estaban cuatro habitaciones; las dos de la izquierda eran una rosa y la otra morada y tenían peluches y juguetes regados; eran habitaciones de dos niñas, mientras que la de la derecha estaba muy acomodada; era la habitación de los padres y la otra era el baño, donde se escuchaba a una linda mujer silbar mientras daba su ducha.
—Amor, se está haciendo tarde; llegarás tarde al hospital —se escuchó la voz ronca de un hombre desde la cocina mientras sorbía una taza de té.
—Sí, sí, prepárame una taza de té, por favor, y... —Se escuchó a la bella mujer decir mientras seguía en su ducha, paró para pensar en qué más pedir y al final dijo: —Un sándwich de quesillo, porfa.
—Ok, amor —respondió el hombre mientras ponía la taza en la mesa y sacaba otra taza para preparar el té. Se escuchó la puerta del baño abrirse y la bella mujer dijo:
—Oye, Tao, ya despertaron las niñas.
Chan-Tao, que estaba preparando el té, acomodó su voz y gritó de regreso: —SÍ, ya se fueron al jardín de niños, no te preocupes, mientras tú te bañabas, las fui a dejar.
Wan-Jiao sonrió y se dirigió a su habitación compartida, abrió el closet y sacó su ropa, se cambió, se peinó, se maquilló y después se dirigió a la cocina sin antes mirarse en el espejo y sonreír: —Hoy será un buen día —dijo en voz baja.
—Aquí está el té y el sándwich de quesillo —dijo Chen-Tao mientras volvía a agarrar su té y miraba así a la entrada de la cocina.
De repente, un cabello negro ya seco se asomó por la entrada de la cocina y la bella mujer apareció con una sonrisa en sus labios carnosos color rosa. Esta miró a Chen-Tao con sus ojos verdosos y dijo: —Me lo comeré en el camino; ya vi el reloj y solo faltan 10 minutos.
Chen-Tao sonrió y le dijo: —OK, vete, ya es tarde; yo, igual, ya tengo que ir al colegio.
Wan-Jiao sonrió y agarró el té y se lo tomó de un trago. Después agarró el sándwich y miró a Chen-Tao y recordó: —Es verdad, hoy saldré tarde, así que me tendrás que ir a traer, a esa hora; el autobús ya no sale. —Chen-Tao respondió con una inclinación y Wan-Jiao salió de la casa, miró el carro de Chen-Tao, sonrió y después se dirigió a la parada de autobuses.
El día pasó como todos los días de trabajo: trabajo y trabajo. Wan-Jiao salió cansada, miró el reloj y vio que ya eran las 12 de la noche; después miró su teléfono, lo desbloqueó y llamó a su esposo.
—Che-Tao, ya salí del hospital; ven a traerme.
Che-Tao se escuchó adormilado y respondió: —Ok, ya voy.
Este se levantó, miró antes la habitación de sus dos hijas, Chen-Xiao y Chen-Lian, quienes dormían como dos princesas en un cuento de hadas; miró su reloj y salió de la casa por aquel pasillo largo y a la vez corto.
Mientras tanto, Wan-Jiao esperaba cerca de la parada de autobuses de un parque tranquilo. Jamás pensó que en ese momento su vida daría un cambio drástico mientras miraba la luna y tarareaba una canción de cuna; escuchó a un gato maullar.
—Un gato a estas horas —dijo Wan-Jiao, la cual, siendo amante de los animales, no dejaría que el gato se le escapara. Miró así al parque de donde provenía el sonido y miró los arbustos moviéndose, y le llamó la atención uno en específico; de este salía una luz roja, como si el collar del gato alumbrara en la oscuridad.
Wan-Jiao miró así a los dos lados para ver si venía su esposo o un carro y avanzó al parque que se encontraba en la otra orilla. Avanzó con la cartera agarrada en las dos manos y al cruzar la calle dio un pequeño salto y se dirigió al arbusto mientras llamaba al gato con un "michi, michi".
Al mover el arbusto, Wan-Jiao sacó una tela color dorado que parecía cara y para nada era bañada en oro, sino que era lino con una textura única. Wan-Jiao pensó: "¿Quién habrá abandonado a un gato con algo tan caro?". El gato seguía maullando, pero a la vez, para Wan-Jiao, que era enfermera, notaba algo extraño en el maullido; parecía un bebé y a la vez un gato; ella no podía pensar que era un bebé.
—Michi, ven —dijo. En eso volvió a meter la mano y sacó otra tela; esta era color blanco y estaba llena de barro. Esto preocupó ya a Wan-Jiao. —¿Será un bebé? —pensó mientras acomodaba la tela a un lado.
Preocupada de que lo que hubiera detrás del arbusto fuera un bebé, Wan-Jiao rápidamente metió sus manos y tocó algo; lo sacó y al ver era una tela roja y dentro de ella venía un bebé, el cual estaba llorando. —Oh, por Dios —exclamó Wan-Jiao. Agarró al bebé, se levantó y lo empezó a acariciar; este se calmó y en eso el carro de Chen-Tao se paró y vio a su esposa con algo en brazos.
—¿Qué tienes? —dijo bajando del carro, confundido.
—Amor, alguien abandonó a este bebé en este parque —dijo Wan-Jiao mientras observaba aquel bebé que se parecía a ella o era solo su imaginación.
—En serio —dijo Chen-Tao, acercándose y examinando a aquel bebé, el cual no tenía cabello y se había dormido con los arrullos de su esposa, pero sus labios eran de un rosa muy hidratado; podría ser por la baba que le caía, pero este bebé era hermoso, pero parecía un recién nacido.
—¿Cuántos meses crees que tenga? —murmulló Chen-Tao, mirando a aquel bebé dormido.
—Parece que nació hoy, tiene hambre, pero tenía sueño; se durmió. Hay que llevarlo a la comisaría, pero antes llevarlo a un hospital y examinarlo y darle de comer.
—¿Y qué pasará? —le dijo su esposo.
—¿De qué? —respondió ella.
—Buscarán a sus padres y les darán una sentencia por abandono o se los devolverán, dime qué pasaría.