Los Hombres del Mar

Nacimiento

Era una noche de luna llena, el rencor había envenenado el corazón de Ginna y la amargura de su soledad había causado que durante varios meses el clima fuera frío y nebuloso, ya no iba al pueblo. Todo lo que ocupaba lo mandaba pedir con Ethan, el único que conocía el dolor de lo que Ginna había pasado, muchos eran los rumores que corrían por el pueblo, entre ellos el enorme monstruo marino que destruyó el barco de provisiones que iba a Fisher Coast y la extraña desaparición de los marinos recién llegados, pero sobre todo la posible muerte de la bruja del risco.

Trenton era el único del pueblo que seguía preocupado por Ginna, no se atrevía a visitarla y de acuerdo con Ethan ni siquiera le dejaba entrar a la casa, se limitaba a dejar todas las provisiones en el pórtico.  Pero su supuesta muerte o cualquier otra cosa que pudieran inventar estaba muy lejos de ser la realidad de Ginna, encerrada en su casa, Ginna dedicaba todo su día a estudiar las propiedades del mechón de pelo rubio que realmente descubrió era un trozo de tentáculo de kraken. 

El dolor en su corazón le enfermaba poco a poco, pero sobre todo le llenaba la mente de ideas a Ginna, los piratas, Hombres del Mar, monstruos sin corazón, si podían tener debilidades, sin quererlo Dave se las había mostrado y una idea cruel surgió en su mente. El mayor miedo de Dave era crear más seres cómo él, pero... ¿ qué pasaría si creara algo peor que él? ¿algo que pudiera derrotarlo en su propio juego? Ginna no podía destruir el océano mucho menos controlarlo, pero crearía algo que si pudiera. 

Esperó y esperó hasta que la primera luna llena hizo su aparición, los pobladores conscientes de que algo se avecinaba corrieron a sus casas pues la bruja del pueblo había bajado por ingredientes para su malévolo plan. Sal de mar, una caracola traída por las olas, comino, rosas frescas y lavanda, una pizca de limón, un trago de vodka, wiski y ron y todas las partes de animales marinos que el vendedor él pudo encontrar. 

No, Ginna Lavender, no volvería a estar sola, su corazón no volvería a entregarse en vano, tenía una misión y debía cumplirla a toda costa, sacrificaría la vida en ella, sacrificaría el alma y el corazón de ser necesario. En el jardín de su casa, Ginna montó el viejo caldero de su madre en un fogón que se veía desde el faro del pueblo, el mar quería volver a despertar cómo tratando de evitar el hechizo que Ginna estaba por hacer. 

Ginna vertió botellas y botellas de tequila en el caldero, le siguió la sal y una jarra de jugo de limón, el comino, el polvo de rosa y lavanda e individualmente cada trago de cada bebida. El cielo volvía a oscurecerse, los rayos caían muy cerca de ella, era un hecho que nada la detendría ahora que estaba tan cerca.

Harry Trenton era el mejor policía que el pueblo podía tener, amable con los niños y los desposeídos a nadie desagradaba pero parecía que el hombre de cuarenta y siete años, de ojos azules y mirar severo estaría por siempre solo. Había tenido esposa en algún tiempo, pero la situación de su trabajo y los sueños artísticos de su mujer les hicieron distanciarse mucho, ahora ella vivía en New York con un catedrático de la universidad y él buscaba cualquier pretexto para perseguir a la extraña hierbera de cabellos rojos que habitaba en el risco. 

No había sido amor a primera vista realmente, Trenton veía a Ginna cómo una buena amiga a la que no podía defender más de lo que ya lo hacía. Secretamente había estudiado el árbol genealógico de Ginna, averiguando así que ellas fundaron el pueblo, era increíble pensar que ella viviera cómo viviera siendo descendiente de los fundadores. 

Su amabilidad y ternura comenzaron a enamorarlo, los pequeños detalles de las donas y la limonada lo ganaron por completo y el que estuviera con un pelmazo cómo aquel marino termino por romperle el corazón, ni siquiera cuando su esposa lo engaño sintiendo tremendo dolor. Pero Trenton era un buen hombre y aceptaba la derrota, pero al saber lo que había sucedido, quería asegurarse de que Ginna estuviera bien, sólo que no sabía cómo hacerlo sin sentir que la podría lastimar de algún modo. 

-¡Sólo un idiota le haría algo así a Ginna!-gritó Trenton al enterarse al día siguiente de la desaparición de todos los marineros. 

-¿No estará usted enamorado jefe?-preguntó Rob ante la actitud furica de su jefe.

-Tú sabes cómo es Ginna, ella, ella no es quien creen que es, realmente era un idiota ese sujeto- alegaba Trenton golpeando con su puño el escritorio. 

-Creo que lo mejor es que vaya a verla, noches cómo esta enloquecen a cualquiera, así fue cómo mi madre hizo algo muy estúpido-dijo Rob al recordar cómo su madre se arrojó de una acantilado una noche tormentosa tras ser abandona por su padre abusador.  Con todo y que era un chico, Rob era sabio, quizá era la vida tan complicada que había tenido que vivir o que era demasiado enamoradizo y confiado pero de buen corazón y dispuesto a ayudar a cuanta persona apareciera en su camino.

Trenton se quedó pensando, quizá no era buen momento pero podía ir con la excusa de ayudarle a reforzar su cobertizo antes de que la tormenta iniciara. Trenton tomó su chaqueta y tras dar indicaciones a Rob se dirigió hacia el risco, si las cosas seguían quizá también sería buena oportunidad para decirle a Ginna lo que sentía por ella.

Ginna con su vestido negro y el sombrero de pico miraba al horizonte, su rabia crecía conforme avivaba el fuego con un soplador, la luna se mantenía firme sin ser cubierta por los nubarrones que amenazaban con soltar la tormenta. 




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