2007
— ¡Vamos! No me lo pongas tan fácil, ¡bríndame algo de competencia al menos!
La chica refunfuñó molesta al escuchar las palabras burlonas de su compañero, afianzó su agarre sobre la bolsa que había formado al doblar el bajo de su camisa para cargar los mangos y apretó el paso a pesar de sentir cómo sus pies descalzos patinaban en el fango.
Estaba empapada, llevaban un buen rato corriendo bajo el aguacero. La lluvia los había sorprendido tumbando mangos cerca de la pequeña cascada pero para ese momento las enormes gotas empezaban a dificultar su visión y volvían cada vez más resbaloso el suelo. En principio había sido divertido aceptar el reto de correr hasta la casa sin dejar caer ni un mango en el camino; sin embargo allí, cruzando por la ladera más alta del río, lo único que quería era alejarse del monstruo brabucón en el que se había convertido el pacífico riachuelo.
De un momento a otro la tierra bajo sus pies cedió llevándosela también a ella en el camino. Su grito pareció perderse entre el ruido del río crecido y del potente aguacero, logró asirse a una precaria raíz quedando a medio metro del río.
En un acto reflejo miró hacia abajo y empezó a temblar al ver cómo las aguas se habían vuelto marrones arrastrando con fuerza palos y piedras. Si caía ahí, podía darse por muerta.
Los sollozos empezaron a trancar su garganta mientras intentaba en vano buscar apoyo para sus pies en la húmeda pared de tierra que se erguía frente a ella. Cada vez sentía aún más resbaloso su agarre.
— Co-comadreja… —intentó llamar según le permitió el temblor de su barbilla.
Estaba perdida, él ni cuenta se debía haber dado de que ella ya no lo seguía, y si así era, quizá no aguantaba el tiempo que tardaría en dar con ella.
—¡¡¡Rachel!!! —escuchar que la llamaban a gritos le dio fuerzas
—¡A-a-aquí! —logró responder mientras su corazón se desbocaba por la adrenalina.
Un leve alivio la invadió al ver aparecer el rostro preocupado del chico por encima de su cabeza y de forma torpe se aguantó de los brazos que se extendían hacia ella pero que a la vez se volvían aún más resbalosos que la raíz de la que antes se asía.
Él se había recostado sobre su estómago para alcanzarla y en ese momento apretaba su brazo con tanta fuerza que sus leves uñas se enterraban en su carne.
—No me sueltes… —rogó llorosa mientras ella también le enterraba con fuerza las uñas.
El pánico y la preocupación en el rostro del chico fueron cambiados por una expresión seria, decidida…
— ¡Nunca! lo prometo…
En ese momento parecía que sus brazos se habían pegado carne con carne en el lugar donde mantenían contacto, con mucho trabajo lograron asirse el uno del otro y colaborar juntos hasta que Rachel estuvo fuera de todo peligro.
Se abrazaron con fuerza sentados en el piso, en medio del aguacero, jadeando aun por el esfuerzo.
—No me sueltes tú tampoco, Rachel, por favor, prométemelo… —le suplicó él contra el hueco de su hombro y su cuello, ya no hablaba de un simple agarre físico— a pesar de cualquier cosa, de todos, de ti, incluso de mí mismo… prométeme que no me dejarás ir nunca, que estarás conmigo.
Los sentimientos que sobrecargaban cada frase le pusieron a Rachel la piel de gallina, se sintió dudar por un momento pero entonces lo supo: pasara lo que pasara, no sería capaz de dejarlo ir jamás, aunque quisiera…
—Lo prometo… —respondió al fin, siendo consciente de la condena que reconocía al ponerle voz a su promesa.
El chico levantó la cabeza y sonrió un poco mientras sus ojos verdes se iluminaban a pesar de la lluvia que corría por su rostro, enmarcó el rostro de Rachel con sus manos despejándolo un poco de sus húmedos cabellos y pegó su frente a la de ella, cerrando los ojos mientras emitía un profundo suspiro.
Se quedaron así por un tiempo, siendo conscientes del fuerte repiqueteo del corazón del otro, y fue la lluvia quien empezó a ceder ante ellos como si de ese modo mostrara algún tipo de mudo respeto.
Las palabras de él empezaron a colarse lentamente en la cabeza de ella, una pequeña esperanza empezó a calmar los miedos que la habían invadido todo el día.
—Mañana comenzamos la secundaria… —se atrevió a comentar— ¿será diferente esta vez…?
La tensión de los brazos que la rodeaban y un tímido "lo siento" fue su única respuesta.
Rachel se apartó lentamente de su agarre y se paró sintiendo cómo el corazón se le volvía a partir en mil pedazos, pero no podía reclamar, había hecho una promesa
—¿Vamos…? —preguntó extendiéndole la mano del brazo en el que se veían claramente las marcas de las uñas.
Dos chicos de doce años caminaron en silencio con las manos unidas, cercanos en apariencia, pero con un abismo insalvable entre ambos.
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Editado: 13.05.2022