Los Secretos del Joker

Recuerdo 6

enero del 2005

— Mateo...

Rebeca se despertó sobresaltada con el nombre de Mateo aún en sus labios...

—Jorge, Jorge —sacudió a su esposo para que despertara —Tengo que... tienes que...

— Cálmate, Rebeca ¿qué pasa...?

—Mateo, Mateo, Mateo... —intentaba decir más, pero no le salían las palabras.

Se había dormido pensando en el chico; eran pasadas las 12 así que ya era su cumpleaños, ese día Mateo cumplía 11 año y ella había preparado algo especial para él, pero el hecho de no haberlo visto el día anterior la había dejado con una inquietud que se le convirtió en una horrible sensación en el pecho.

— Tengo que, tengo que... —repetía levantándose de la cama con pasos torpes.

Jorge no daba crédito a lo que estaba viendo, eran las 2 de la mañana del 6 de enero ¿y su mujer se preparaba para salir a Dios sabe dónde?

— Vasta, Rebeca ¿qué haces? —la detuvo rodeándola desde atrás con sus brazos cuando dedujo sus intenciones de salir en pijama

— Mateo... está en peligro, tengo un mal presentimiento —intentó explicar Rebeca con voz entrecortada.

— Tranquila, no pasa nada, todo está bien, es sólo un mal sueño —intentó consolarla


Sabía que su mujer tenía una debilidad especial hacia ese niño e incluso él se había preocupado por la condición en la que algunas veces lo había visto.

—Llamaré a la estación y a los hospitales, si ha pasado algo ellos lo sabrán... No puedes salir sola a estas horas, Rebeca, y Rachel duerme, no podemos ni dejarla ni llevarla con nosotros.

Rebeca lo miró por un largo tiempo hasta que al final asintió débilmente.

Jorge se dispuso a llamar para tranquilizar a su esposa. Tuvo que soportar las bromas pesadas de sus compañeros, pues, tal como había supuesto, no había pasado absolutamente nada...

— ¡¡Rebeca!! —gritó soltando el auricular al reconocer la blanca silueta de mujer que corría cada vez más lejos de la casa bajo la fina lluvia.

***

— ¿Dónde está? —exigió con voz firme aunque temblorosa cuando finalmente le abrieron la puerta

Los ojos rojos de un hombre claramente borracho la estudiaron  desconcertados por unos segundos

— ¿Qué?

— Mateo, ¡¿dónde está Mateo?!

La sola mención del nombre hizo estallar en el rostro del hombre una furia fría.

— ¡¡Vete de mi  casa, maldita loca, y deja en paz a mi hijo!! —le gritó cerrándole la puerta en la cara.

Mateo no estaba allí, podía sentirlo... ¿dónde podría estar? ¿Cuál sería su lugar seguro?

«La casita del árbol, el río»

Sus pies descalzos resbalaban con las piedras, la ropa mojada se pegaba a su cuerpo provocándole aún más frío; pero no se detuvo hasta llegar a la orilla del río.

Nada, allí no había nada, ¿acaso se estaba volviendo loca?

La pálida luz de la luna reveló un trozo de tela blanca a unos metros más abajo de la casa del árbol y supo que allí faltaba algo:

«La balsa con la que jugaban los chicos »

Caminó temblando hasta agarrar el pedazo de tela con sus manos...

— ¡¡Mateo!! —gritó con la tela ensangrentada en sus manos entrando de forma casi inconsciente al río.

Así se la encontró Jorge, con el agua hasta la cintura en una fría madrugada de enero, llorando en medio del río.

***

Cuando Rebeca despertó, el niño pálido dormía a su lado en una cama de hospital, ambos con sueros.

Ahogó un gemido al registrar su frágil rostro marcado por los golpes y su torso vendado.

— Lo encontramos inconsciente en el faro, drogado —escuchó la voz de su esposo —tiene fracturas y marcas de golpes en todo su cuerpo y la piel de su espalda lacerada por latigazos... Esto no es cosa de niños; atención de menores empezará una investigación contra su padre...

— Voy a protegerte, pequeño, todo va a estar bien... —prometió besando sutilmente la frente de un dormido Mateo.

— No, Rebeca, no podrás hacerlo.

— Pero...

— Estás enferma, Rebeca, y la locura de esta noche ha puesto tu salud en un grave riesgo. Si de verdad quieres ayudarlo tienes que mantenerte viva —lo voz de su esposo falló al mencionar la posibilidad de la muerte —ahora más que nunca tendrás que recibir tratamiento, así que lo mejor es que se lo lleve el gobierno...

— ¡¡No...!!

— ¡¡Rebeca!! ¿Es que no entiendes...? ¡¡Recuerda al menos que tienes una hija!!

El llanto acudió a su garganta cuando Jorge salió de la sala.

Intentó abrazar a Mateo pero no supo cómo hacerlo sin lastimarlo; Jorge no entendía, no sabía... Ver así a Mateo le daba mucho miedo, miedo por él, porque pudiera pasarle lo mismo a los mellizos, miedo al pensar que ella misma podía haber puesto en riesgo a su propia niña.

«Quieres  eso para Rachel » —recordó las palabras de Maritza —pero al ver así a Mateo, sólo podía darse cuenta de que no había podido protegerlo, y que nada le podía asegurar que podría salvar a Rachel si algún día la necesitaba como ahora él. Necesitaba creer que el mal no ganaba, que no todo era malo y que siempre se podía hacer algo... por eso no podía abandonar a Mateo.

— Lo siento, pequeño... —le susurró al ser consciente de su propia debilidad y se recostó cerrando los ojos

Jorge tenía razón, no podía hacer nada más por ahora, debía dejar que se lo llevaran, ella no tenía ningún poder legal sobre él y al menos de ese modo  estaría lejos de todo lo que le había hecho daño... 

 

Nota:

😭 Se que es fuerte, pero recuerden que el rumbo de esta historia quedó marcada en cuánto valen tus besos... Lo que pasó con Mateo se puede ver en ese libro, ya saben que fue Jorge, el marido de Rebeca, quien lo encontró... Y bueno, en este libro se revelan secretos que Mateo no le contó a Azul, no del todo.



#5633 en Thriller
#3192 en Misterio
#22475 en Novela romántica
#3739 en Chick lit

En el texto hay: misterio, dolor, amor adolescente.

Editado: 13.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.