Se detuvieron en medio de la plaza y en solo segundos los labios de Carlos atraparon los suyos en un beso frío, impersonal... dado para cumplir con un simple espectáculo.
Enredó los brazos en el cuello de Carlos y se recostó sobre él mientras los murmullos alrededor iban ganando tamaño. Carlos no le devolvió el intento de abrazo.
—Ya está hecho —escuchó la voz de Carlos en su oído— ahora debes aparentar estar pletórica con esto, nadie puede sospechar nada, Rachel, no hay modo de saber quién puede estar en deuda con el Purgatorio... —la volvió a besar y esta vez sí percibió algo de calidez en sus labios— ya es suficiente, vamos...
***
—Todo saldrá bien, no estés nerviosa...
Rachel asintió sintiéndose pequeña entre aquellas paredes, habían ido directo hacia la enfermería de la escuela y desde allí hasta una parte reservada de ésta.
La mera presencia de Carlos la había calmado aun cuando le hacían los análisis de sangre; pero en ese momento, en aquel cuarto pequeño donde esperaba cubierta escasamente con una bata de hospital, se sentía indefensa.
Estaba temblando, el frío metálico de la camilla ginecológica parecía quemar la piel de sus muslos y su estómago se contraía en horribles espasmos.
—Es sólo un paripé, todo está arreglado —volvió a hablarle Carlos
¿Y si no lo era? ¿Y si descubrían que...?
—Deja de pensar tanto, Rachel —sintió la respiración de Carlos sobre su oído— o me veré obligado a hacer algo para que dejes de hacerlo.
La mano de Carlos agarró una de sus rodillas separándolas poco a poco, la bata era extremadamente corta y no llevaba ropa interior por lo que sintió vergüenza e intento cerrar las rodillas; él se lo impidió colando su cuerpo entre ellas.
Los labios de Carlos ahogaron cualquier tipo de protesta mientras sus manos iban subiendo por sus muslos en una lenta caricia.
El corazón de Rachel empezó a palpitar con fuerza mientras lo besaba ella también con fuerza; los besos de Carlos sabían a protesta y rebeldía, esa ínfima esperanza de libertad que los había impulsado a todo esto, el secreto deseo de presentar pelea; de no doblegarse por completo.
Rachel le mordió con fuerza el labio y se agarró a él al sentir que sus dedos jugabando con su zona íntima. Tuvo que morderle el hombro para no jadear cuando uno de ellos se introdujo dentro de ella.
¿Estaba loco acaso? ¿Cómo se atrevía a hacerle tal cosa en el lugar donde se suponía la iban a revisar precisamente para comprobar que aún era virgen? ¿Cómo podía atreverse a jugar con los límites de ese modo? ¿Qué pasaría si alguien más entraba y los descubría?
Carlos decía que todo estaba arreglado, ¿pero hacer algo así allí no era correr muchos riesgos?
Se le puso la piel de gallina cuando los dedos de Carlos rozaron su piel levantándole la bata hasta el cuello. Dejo de pensar en el momento en el que al estímulo de los dedos sobre su sexo se unió el de la boca de Carlos sobre sus pezones, las sensaciones que la embargaron eran tan apabullantes que sentía cómo se elevaba sin remedio; pero no fue hasta que sintió su glande abriéndose paso dentro de ella embistiéndola, que de verdad sintió miedo.
Temió por él, por ella, por esa adrenalina que le producía la conjugación del placer y el miedo; por ese sentimiento de abandono que la impulsaba a tomar y entregarse por completo fuera cual fuera el riesgo, como si todo lo que hicieran igual estuviera ya condenado al fracaso y lo único que tuvieran para ellos fuera justamente esos últimos momentos.
Ahogaron sus jadeos con besos duros, succionando, mordiendo, apresurándose por agarrar lo máximo del otro, como si la parte más egoístas de sus cuerpos fueran las que reaccionaran manteniéndose el pulso en ese encuentro. La acción fue rápida, intensa... Ni siquiera se habían recuperado del todo cuando se abrió la puerta...
—Vaya vaya, ya veo que en serio van a necesitar esto...
Carlos cubrió a Rachel con su cuerpo mientras ella se reacomodaba la bata y luego se subió los pantalones sin mostrar ningún tipo de vergüenza.
Se giró hacia Villén sin ocultar la desconfianza en sus ojos.
—Déjame con ella —pidió Villén
Rachel quiso protestar pero Carlos sólo se despidió con un escueto «nos vemos luego»
¿Qué estaba pasando? No reconocía en él al chico que le había hecho el amor a la orilla del río, ni ahora, ni hace unos minutos —pensó Rachel al ver la figura de Carlos saliendo por la puerta
— Si hubieras hecho lo que se te pidió aquella noche en el infierno ahora no estarías en esta posición, ni tú, ni Clarissa, ni Carlos... así que asume las consecuencias y levanta el rostro, Rachel, no estamos para juegos...
— ¿Tú...?
— Sí, fui yo quien te metió ahí pero no puedes culparme por esto... quizá puedas reprocharme que aquello era arriesgado, pero esto es meterse en la mismísima boca del lobo —extendió una cadenita y unos papeles hacia ella— en el dije está tu nanotransmisor, asegúrate de adherirlo a tu piel; esos papeles certifican que eres virgen y que estas sana, ya están firmados y acuñados, gracias a Dios no tendrás que enfrentarte a ningún examen... —Rachel bajó la cabeza avergonzada pero lo que Villén le dijo después le hizo olvidarlo todo— buena suerte, pequeña, y recuerda: no todo es lo que parece, ni tiene por qué ser malo... ni bueno.
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Editado: 13.05.2022