Los dedos de Mateo recorrían en una frágil caricia las delgadas marcas que se vislumbraban en los brazos de Clarissa al no tener las muñequeras ni las brillantes runas.
«Tú y yo somos iguales, Mateo» —un par de días atrás hubiera jurado que Clarissa no tenía razón en eso; pero allí, con ella aun temblando y sollozando sobre su regazo, muy a su pesar tenía que reconocer que estaban marcados por las mismas líneas: no la ufana herida que corta y al final mata o cicatriza; si no las del alma, esas que no sanan, esas que te destruyen una, dos veces… y todas las veces que intentes olvidarlas.
Ese día en especial el pasado había vuelto como una marea llevándose con él todo lo valioso que tenía: su supuesta madre había aparecido, los muertos parecían haber salido de sus tumbas para amenazar su paz y su cordura, el mundo que creyó destruir en su adolescencia gritaba más vivo y fuerte que nunca en cada uno de los sollozos de Clarissa; y… ella ya no estaba… lo había dejado, otra vez sólo, sin vida…
—¿Alguna vez fui algo más para ti, Mateo? —la voz de Clarissa sonó tan débil que sopesó la idea de hacer como si no la hubiera escuchado, pero la tensión de los dedos de ella agarrando su camisa le hizo ser consciente de que esperaba una respuesta.
—Clarissa, yo…
—Está bien, sé la respuesta… —lo cortó ella— ¿Sabes que de adolescente me gustaba soñar despierta con la idea de que venías por mí y nos escapábamos juntos, lejos de esto, de todo?
La voz susurrante de Clarissa le encogía el corazón con culpa, años atrás había estado tan enfocado en su propio dolor que no se había dispuesto a pensar en lo que pudieron haber pasado ellos; años juzgándola luego, sin preguntarse el porqué de todo eso. Clarissa necesitaba un héroe, y él ¿ahora podría serlo?
—Te prometo que…
—Calla, no me prometas nada —volvió a cortarlo ella— ya no hace falta, ya es demasiado tarde…
Titubeó ante la idea de preguntar a qué hacía referencia, pero el estruendo de la puerta de su apartamento abriéndose de un fuerte golpe le ahogó todo intento de pregunta.
La ira que ardía en los ojos de Carlos cambió a una mirada de desesperación al fijarse en el estado de Clarissa, lo vio temblar por primera vez mientras se arrodillaba frente a ellos, mientras intentaba sin éxito captar la atención de Clarissa.
—Clarissa, pequeña ¿Qué ha pasado…? —preguntaba una y otra vez intentando tocarla con dedos temblorosos mientras ella se acurrucaba cada vez más en el regazo de Mateo— mírame, por favor, ¿te han hecho daño?
El abrazo de Clarissa alrededor de él se volvía casi asfixiante, lo supo entonces, ella estaba protegiendo a Carlos a su manera, no quería que la viera de ese modo, por eso había corrido hacia él esa noche, ambos eran conscientes de las cosas que podría hacer su gemelo por protegerla, Clarissa era y había sido el detonante del monstruo del Joker, la razón por la que había y seguía haciendo daño a otros sin pensar en las consecuencias, todo por protegerla a ella…
Los ojos de Carlos volvieron a endurecerse cuando levantó la vista otra vez al rostro de Mateo y éste fue consciente de que la única razón por la que no le volaba encima era porque tenía a Clarissa enroscada en todo su torso.
—Saca tus sucias manos de encima de ella… —le escupió Carlos entre dientes— ¡¡Todo esto es tu maldita culpa!! ¡Si le pasa algo a Clarissa te mato, ¡te lo juro!
—Carlos… —hasta que no la escuchó hablar Mateo no se dio cuenta de la presencia de ella, Rachel estaba allí, otra vez los cuatro, como una burla cruel del destino que se empeñaba en enfrentarlos.
Se sintió mareado ante los recuerdos y las malas sensaciones que le despertó la idea: intereses encontrados, una y otra vez el mismo juego, ¿y ahora? ¿Cuál sería el precio? ¿Cuál serían los bandos?
No atinó a más que asentir ante la muda petición que leyó en la expresión de Rachel, la vio casi arrastrar a Carlos en dirección a uno de los cuartos y sintió como si el tiempo empezaba a retroceder y en solo segundos volvían a ser los mismos títeres de 15 y 16 años, aquella vez lo habían intentado todo buscando el modo de voltear el juego, ahora, si de verdad las cosas no habían acabado, ¿podrían hacer las cosas diferentes? ¿valdría de algo?
«Lo correcto» —había sido un idiota al creer que esta vez tenía la oportunidad de hacer «lo correcto» Debía haberlo sabido, el mundo del que no lograba salir aunque quisiera era un mundo de artimañas y secretos, donde nunca hacer «lo correcto» es el modo de ganar el juego.
Sintió a Clarissa removerse y aflojó los brazos para que se acomodara a su antojo.
—No te tortures más —le pidió ésta con voz ahogada sentándose en el sofá a su lado— ¿de verdad crees que darle la mercancía a Carlos hubiera servido de algo? Has estado fuera por mucho tiempo pero igual deberías saberlo, siempre buscarán el modo de mantenerte dentro… no importa cuánto te esfuerces en nadar contracorriente o en seguir sus reglas…no hay mejor modo de guardar el secreto que hacerte partícipe de ello… Eres afortunado, Mateo, perdón por traerte de vuelta por esta noche todo esto, sólo déjame refugiarme en tu mundo un poco más, eso es todo, espero que Azul no se moleste por esto… me gusta la versión de ti que ha salido con ella, discúlpame con ella o no le hables de esta noche si quieres; sólo… felicidades, en serio.
—¿Por qué Carlos quería la mercancía, Clarissa? —se atrevió a preguntar intentando no hablar de Azul con Clarissa, no estaba preparado para pensarla si quiera.
—Me van a subastar, Mateo, el día de mi cumpleaños… llevo años preparándome para ello —Mateo empalideció ante las palabras de Clarissa— pero no te preocupes, ya todo está arreglado…
No le creyó a eso último, no cuando la sabía maestra del engaño, al punto de mentirse a ella misma si fuera necesario.
***
Impotencia, la impotencia le aguaba la sangre que corría por sus venas, quería… No, necesitaba acabar con Mateo con sus propias manos, era más fácil culparlo que aceptar que él mismo era el culpable de todo: al fallar una y otra vez, al no ser capaz de rescatar a su propia hermana.
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Editado: 13.05.2022