—Magnolia Pérez… ¿En serio no pudiste buscarme un nombre mejor?
La suave risa de Carlos contra su cuello le erizó la piel, permanecían en la cama después de haber hecho el amor.
Sentada entre las piernas de él, Rachel se servía de la suave luz de la lamparita de noche para revisar los papeles que le había dado el día de su boda hacía un poco más de un mes.
—Para mí tú eres y siempre serás Rachel, mí Rachel; pero… Magnolia tiene una oportunidad que…
—Calla, por favor… —le cortó Rachel sin poder esconder la afección en su voz y se dejó caer contra el torso desnudo de su esposo, deseando con todas sus fuerzas tener el poder de fundirse en su piel para que nada pudiera poner distancia entre los dos.
Los dedos de Carlos empezaron a acariciarla de forma mimosa; no había deseo y pasión allí, había tristeza, angustia, consuelo, amor.
Seis años atrás, Rachel había odiado la extraña amistad en la que la recluía él, pero allí solo podía desear volver al punto donde cuatro paredes y el cómplice silencio eran los únicos testigos del afecto de dos niños que parecían odiarse en el exterior.
Quizá si ella no hubiera entrado al Árbol todo hubiera seguido igual —pensó— Habrían aprendido a amarse en secreto y ahora ella no tendría que irse dejándolo allí.
—¿Por qué…? —se atrevió a reprocharle por primera vez
—Porque te amo, Rachel…
—¿Y acaso no entiendes que yo también te amo a ti? —le repicó con voz ahogada mientras las lágrimas bajaban libres por su piel.
Carlos abrazó a Rachel con más fuerza cuando la oyó sollozar ¿Cómo podía hacerle entender que lo mejor que podía hacer por él era cuidarse precisamente a ella misma? ¿Darse la oportunidad de vivir y ser feliz?
—Me volvería loco si te pasara algo —le confesó con voz tan cargada que Rachel no pudo evitar temblar— la única cosa que me mantenía cuerdo mientras arrastraba todo este mundo de mierda de vuelta hacia ti, era la certeza de que te había preparado esta puerta de escape, Rachel. Así que por favor, no vayas mañana, solo toma el dinero y los papeles y vete...
—No, Carlos, no lo haré sin hacer mi parte, esa es mi condición… —aun sin verlo, Rachel pudo intuir la molestia que sus palabras causaron en él— Será sencillo, lo prometo… no podemos confiar en nadie más, Carlos, y no podemos fallar.
—Sin sorpresas, prométemelo, Rachel
—Sin sorpresas, mi amor… —le aseguró y se medio levantó para girarse hasta quedar arrodillada en la cama frente a él, habló sintiendo como se arrancaba en cada frase a trozos el corazón— todo está listo, mañana a esta hora estaré en otro país, siendo Magnolia Pérez, ecuatoriana, graduada con honores en educación infantil… y todas las chorradas que has escrito para mi…
—Soltera… —acotó Carlos y Rachel se impulsó hacia él negando enérgicamente mientras se aferraba a sus hombros y escondía la cara en su cuello sollozando contra él — Rachel es y será mi esposa, pero Magnolia tiene la oportunidad de empezar de nuevo y ser feliz…
—Prometiste que lucharíamos por nuestro futuro… —alcanzó a repicarle ella mientras sentía que se ahogaba cada vez un poco más
—Nuestro futuro está en ti… —retó Carlos reposando una de sus manos en el vientre de Rachel — si yo no logro… —se cortó sin ser capaz de exteriorizar los temores que sabían le afectaban a ella más que a él— sólo no esperes demasiado por mí, se feliz, mi amor, sean felices por favor, aunque para ello tengas que olvidarte de mí
A Carlos se le quebró la voz ante esta última petición, sin embargo necesitaba liberarla por completo de cualquier compromiso que la hundiera con él. Alzó la vista guiado por las manos de Rachel.
—Nunca lo haré, jamás podría olvidarme de ti, eres parte de mí… —le prometió acunando su rostro y selló su promesa con un beso mientras se acercaba hasta sentarse a horcajadas sobre él.
El suave beso empezó a adquirir un tinte más pasional. Se agarraron atrayéndose con fuerza el uno al otro, sin aceptar ni un pequeño centímetro de separación; muda protesta de dos cuerpos que rechazaban toda idea de lejanía y adiós.
La noche se llenó de jadeos y cruda pasión, el lenguaje físico de las almas que se saben amar. Los besos y las manos buscaron grabar en el tacto y en el paladar las formas y esencias de aquel a quien no querían dejar ir y mucho menos olvidar.
Para el momento en el que la suave carne aceptó y apretó la firme intromisión de su otra mitad, los límites del tiempo y del espacio se diluyeron entre los dos.
No existió más universos que el que creaban juntos con cada colapso, con cada íntimo encuentro, ni más estrellas que las bolas de fuego que se encendían en cada profundo recorrido, ya fuera rápido, suave, fuerte o lento… Todos los placeres, milagros y misterios alcanzaron su máxima expresión suplantando con sus nombres todos los conceptos…
—Te amo… —susurró con voz entrecortada Carlos antes de con un último movimiento venirse dentro de ella arrastrándola también a la cúspide de su placer
—Yo también te amo… —reconoció Rachel cuando volvía a tomar el control de su cuerpo. La alarma sonó entonces, suave y ensordecedora al mismo tiempo— feliz cumpleaños, mi amor… —susurró con voz ahogada aferrándose por última vez a él aun cuando sabía que en solo minutos tendría que soltarlo sin la seguridad de volverlo a ver
Se bañaron juntos sin querer apartar las manos del cuerpo del otro; aun cuando la noche prevalecía sobre ellos, algo había cambiado: ya eran pasadas las 12 am del 5 de agosto, ese día Clarissa y Carlos cumplían 21 años, la única y última oportunidad de perder o cambiarlo todo. Alfredo se las había jugado buena al orillarlos al punto en el que la mercancía fuera su última oportunidad sin tener tiempo de hacer otra treta no más que entregarla; pero ellos habían logrado que él se involucrara un poco más en el proceso.
Había mucho que preparar antes de la mañana, cuando verdaderamente iniciaría el comienzo del final…
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Editado: 13.05.2022