Los siete caballeros del espacio

Un desayuno diferente

CAPÍTULO 3

Cuando entré a mi casa aquella noche, el hombre que había intentado abusar de mí seguía acompañando a mi madre y ambos estaban muy ebrios.

El terror se apoderó de mi cuerpo cuando voltearon a verme y el inmundo hombre pronunció con ironía:

—Volviste, seguro te diste cuenta de que sí quieres, ¿o no, perra?

—¿Por qué demonios te escapaste? ¿Quieres abandonarme igual que lo hizo el idiota de tu padre?

Me sentí tan avergonzada de que los chicos presenciaran esa terrible escena. No quería meterlos en problemas, así que pensé en pedirles que se fueran, pero cuando intenté hacerlo, Spica entró y se colocó a mi lado.

—No le hable de esa forma a su hija —le sugirió mostrándose muy serio.

Mi madre se puso de pie, tambaleando un poco, se acercó y lo observó con una risa burlona dibujada en su rostro y luego me miró a mí con escarnio.

—¿Quién es este canalla? —Arrastraba sus palabras debido a la borrachera que cargaba—. ¿Acaso andas de zorrita?

Bajé la mirada, mis piernas temblaban, sabía lo que estaba por venir.

—¡Respóndeme! —Gritó e intentó darme una bofetada que sorpresivamente detuvo Spica.

—Le recomiendo que no lo vuelva a intentar —Murmuró.

Lo miré asombrada y a la vez asustada.

El inmundo hombre intentó venir en defensa de mi madre, sin embargo, se detuvo al ver que los otros chicos entraron a la casa.

—¿Quiénes son estos idiotas? —Mi madre estaba molesta y luchaba por zafarse del fuerte agarre—. Suéltame o llamaré a la policía. ¡Darío, ayúdame!

Zuben dio unos pasos hasta el inmundo hombre, lo hipnotizó con su mirada y pronunció con detenimiento:

—Te irás, te olvidarás del camino a esta casa y de las personas que estamos aquí. Ah, y no volverás a poder estar sexualmente con alguien porque estarás impotente.

El hombre cuyo nombre era Darío asintió y se retiró de la casa haciendo caso omiso a los gritos de mi mamá.

Spica soltó el agarre de mi madre y esta los miraba horrorizada. Zuben se colocó delante de ella e hizo lo mismo que había hecho con Darío, y le dijo:

—Dejarás que nos quedemos en tu casa, desde ahora dormirás en el sofá, recogerás todo este desastre y enseguida te quedarás dormida. Ah, desde ahora te atormentarán pensamientos con respecto a tus malas acciones hasta que te arrepientas sinceramente y pidas perdón a las personas que has herido.

Ella asintió de la misma forma que lo hizo Darío y fue directamente a recoger el desorden de botellas y cigarrillos.

—Zuben, creo que te pasaste un poco de la raya al pedirle que durmiera en el sofá —comentó Spica.

—¿Y dónde crees que vamos a dormir todos nosotros? —Contestó el otro.

—Él tiene razón, ¿o esperabas dormir en la misma habitación que Maia —defendió Kaus.

—¡Claro que no! ¿Cómo crees?

—¿Y si mejor vamos a dormir? —Murmuró Alpherg.

—Sí, vamos a dormir, Maia necesita reponerse para el gran día que tendrá mañana —Skat hizo hincapié con entusiasmo en la última oración.

«El gran día que tendrá mañana». No lograba comprender a qué se refería o qué tenían preparado, no obstante, su entusiasmo me hizo recordar a Mercedes.

Los dirigí hasta la habitación de mi madre y les mencioné que había otra cama portátil plegable en el depósito.

Spica movió la cama plegable desde el depósito, incluso la cargó por la escalera como si se tratara de una almohada. En la habitación, los otros ya estaban acomodados por todos lados: unos tendidos en la cama, otros sentados en el suelo y en un pequeño sofá. Me tranquilizó que la habitación de mi madre es lo bastante espaciosa  para tener dos camas y el pequeño sofá.

No recuerdo que alguien aparte de Mercedes me hubiera deseado que pudiera dormir bien y que tuviera lindos sueños, hasta esa noche; todos los chicos me despidieron con cariño, claro, cada uno a su manera.

Al acostarme en mi cama seguía pensando que quizás todo eso no fuera más que un sueño y que al despertar, esos maravillosos chicos que decían ser estrellas, ya no estarían y volvería a estar sola.

Al día siguiente desperté más temprano de lo habitual y corrí hasta la habitación de mi madre, toqué enérgicamente la puerta mientras mi corazón latía con fuerza.

¿Y si había sido un sueño?

La puerta se abrió y me encontré con la adormilada cara de Heze. Él se sorprendió al verme y se escondió detrás de la puerta porque estaba sin camisa. Volteé apenada.

—Lo siento mucho —musité, avergonzada.

La puerta se abrió nuevamente y él salió, esta vez llevando la parte superior de su traje.

—Yo lo siento, es que no esperaba que fueras tú —hizo una pausa, que fue incómoda para ambos—. Algunos aún duermen y otros deben estar abajo.

—Sí, iré a ver qué hacen.

Me dirigí rápidamente a la cocina en donde encontré a Skat jugando con Dabih, Spica sentado a la mesa conversando con Kaus que preparaba el desayuno.

—¡Buenos días! —Exclamó Kaus al verme—. ¿Descansaste bien? ¿Tienes hambre?

Los demás saludaron, risueños.

—Hola, buenos días a todos. Sí, descansé bien y solo tengo un poco de hambre. Gracias —respondí con amabilidad.

—Eso me pone tranquilo. El desayuno estará en unos minutos, soy muy bueno cocinando, en realidad, ya te darás cuenta —sonrió.

—Puedes tomar asiento aquí —Spica señaló la silla a su lado.

—¿O puedes venir a jugar con nosotros? —Sugirió Dabih.

—No te lo recomiendo, están jugando piedra, papel o tijera —mencionó Spica.

—Se escucha divertido.

—Lo es, ven con nosotros —dijo Skat—. El que pierda debe comerse una cucharada de sal.

—Eh... En ese caso, mejor no —negué con mi cabeza apretando mis labios hasta formar una línea—. En otro momento juego con ustedes.

Ambos se mostraron risueños a mi respuesta y afirmaron con su cabeza. Continuaron jugando entre risas.



#8225 en Fantasía
#11576 en Otros
#1409 en Aventura

En el texto hay: dioses, secretos, poderes

Editado: 02.10.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.