CAPÍTULO 4
Recuerdo el primer día que los chicos me acompañaron al colegio, ¿cómo olvidar un día tan loco como ese?
Primero, empecemos por la explosiva entrada: sus pasos eran seguros (como los modelos de pasarela) y sus rostros serios lucían atractivos (como si el mundo estuviera a sus pies). Todos en su camino dejaron de hacer lo que hacían y voltearon a verlos mientras murmuraban unos a otros.
Yo intenté quedarme un poco atrás, para que no pareciera que iba con ellos, hasta bajé la mirada para evitar la incomodidad que sentía, pero no sirvió de nada, puesto a que Dabih se detuvo y dijo en voz alta:
—Maia, apresúrate, por favor.
Quería que la mismísima tierra me tragara en ese preciso momento; sabía que los ojos de todos ahora estaban sobre mí. Como no avancé, Dabih vino hacia mí y me tomó por el brazo mientras los otros esperaban un poco más adelante.
Había pensado que cuando dijeron que iban a acompañarme al colegio no implicaba que también iban a estudiar allí.
Usaron el poder de Zuben, lograron que los aceptaran como nuevos ingresos sin contar con los requisitos necesarios, y convencieron al director y a los profesores que se reunieron para discutir el tema.
Por suerte, solo Zuben, Dabih y Heze entraron a la misma sección que yo; a los demás les tocó estar en el último año.
Las chicas de mi salón no dejaban de mirar al trío que le tocó estudiar conmigo y susurraban entre ellas, sin embargo, a ellos no parecía importarles ser el centro de atención; además, tomaron asientos muy cerca del mío y me sonreían cada vez que los veía.
En el receso de clases, todos me acompañaron a la cafetería y se sentaron en la misma mesa que yo. Aunque seguía sintiéndome incómoda, me agradó no sentirme sola y poder escuchar sus divertidas conversaciones. Me sentía incluida en algo.
Ese día nadie se atrevió a decirme algo hiriente (no de forma directa), no obstante, pude escuchar ciertos murmullos a mis espaldas que sin duda me entristecieron.
—¿Qué diablos hacen esos chicos con Maia la tabla?
—De seguro la conocen desde pequeña y están con ella solo por lástima.
—Tienes razón, amiga. Pero debería darles vergüenza andar con ella.
—¿Y a quién no? Es una tonta.
Si antes era odiada por razones que no le encontraba explicación, ahora me odiaban por estar acompañada de siete chicos que me daban atención.
En los baños empezaron a escribir insultos, tales como: Eres de lo peor, zorra, ¿les pagas a esos chicos para que se anden contigo? Deberías alejarte de ellos; no mereces sentarte con chicos guapos, ¿no te da vergüenza? Son mucho para alguien tan horrible como tú; mírate en el espejo, fea; no vales nada, muérete...
Desde ese momento empecé a sentir mucho miedo, más que antes... ¿Qué iba a pasar si ellos me abandonaban en algún momento? Volvería a quedarme sola y lidiando con un problema mayor. Era evidente que no podía con la soledad y el rechazo; ellos me habían salvado y se convirtieron en mi refugio, pero por ellos también empecé a ser juzgada por muchos que antes ignoraban mi existencia.
Los chicos trataban de hacer que mis días fuesen agradables y agradecía por eso, porque lo necesitaba; sin embargo, si sonreía, eso se convertía en un delito tanto en el colegio como en mi casa, como si yo no mereciera ser feliz. Sentía terror de levantarme una mañana y darme cuenta de que ya no estuvieran conmigo; ¿qué iba a pasar cuando ellos se fueran? No iba a ser capaz de soportarlo.
Spica me dijo una noche:
—Alpherg me comentó que pensabas mucho en nuestra partida y en lo que pasaría después, si serías capaz de soportar todo lo que te causa dolor —suspiró—. Eres más capaz de lo que imaginas, tú brillas más que otras personas; así que por favor, no desaparezcas, porque tu existencia es importante.
Sus palabras me llegaron al corazón y mis lágrimas bañaron mis mejillas.
Hasta ese momento, nadie me había dicho cosas tan bonitas. Quería creer en sus palabras, quería creer en mí... Muchos pensamientos aniquilaban cualquier signo de amor propio y por eso dudaba que fuese verdad lo que decía Spica u otro de los chicos.
El odio que creció hacia mí por parte de mis compañeros me hizo preguntarme una y otra vez: ¿por qué me odiaban tanto? ¿Por qué les causaba tanta rabia verme acompañada; verme sonreír? ¿Por qué no me dejaban en paz? ¿Por qué les gustaba hacerme sufrir?
Llegué a la conclusión de que las personas podemos llegar a ser la fuerza más destructiva sobre la faz de la tierra. Podemos llegar a matar a otros sin usar un arma física, solo con nuestras palabras e indiferencia. Podemos llegar a hacer daño solo por placer.
¿Cómo es posible que la miseria de alguien cause "felicidad" en otros?
Después de compartir con los chicos durante dos semanas, pude darme cuenta de cómo era cada uno.
Spica actuaba como un hermano mayor, ¡era todo un líder! Y tendía a reír por las cosas que hacían y decían los demás y de vez en cuando participaba activamente en las ocurrencias de los otros.
Kaus era de esos que tienen una parte maternal, siempre preocupado por el bienestar de los demás. Su autoestima era una de las cosas que llamaba mi atención, cualquiera podría decir que solo se trataba de ego, pero la verdad es que se amaba a sí mismo.
Skat..., él era algo peculiar, de esos que son emotivos, y que son felices haciendo sonreír a quienes lo rodean. Si hay algo que admiraba de él era su positivismo en todas las circunstancias.
Zuben el elegante, tímido y juguetón. Tenía mucha empatía y le encantaba abrazar; sus abrazos eran tan sinceros que me brindaban la calidez que necesitaba.
Dabih era de esos que son extrovertidos, cariñosos y que siempre te sacan una risa con sus caras graciosas y sus comentarios divertidos.
Heze, un chico muy tierno; a veces parecía actuar como un niño por su curiosidad, pero otras veces podía llegar a ser sensual. Al principio era tímido conmigo y luego de unos días empezó a tratarme con mayor soltura y me incluía en sus juegos.