CAPÍTULO 5
Los días siguieron pasando y trayendo su propio afán. Cada día despertaba con el miedo de haberme quedado sola; sonreía y mis nervios se calmaban cuando divisaba la alegre expresión en los rostros de las siete maravillosas estrellas que iluminaban mi vida. Gracias a su compañía fui capaz de sonreír a pesar de que todo seguía siendo difícil, a pesar de que a veces me levantaba sin fuerzas y venían esos pensamientos que me llevaban a plantearme la idea de desaparecer de este mundo. Ver sus rostros y escucharlos se había convertido en la fuerza impulsora de mi existencia.
Para ponerlos al tanto de lo que pasaba, les contaré que hubo algo que empezó a ser diferente: la situación de mi madre. Ella se estuvo comportando un poco extraño desde que Zuben había utilizado su poder en ella; no sé cómo explicarlo, pero ya no me insultaba ni me pegaba, solo me evadía cada vez que nos cruzábamos en la casa. Luego me di cuenta de que pasaba más tiempo en la calle y llegaba muy entrada la noche. No comprendía nada hasta que en una tarde (mientras seis de los chicos jugaban tenis improvisado en el césped, digo improvisado porque en vez de una maya habían colocado una cuerda y usaban como raquetas unas sartenes y sus tapas), me senté al lado de Alpherg para hacerle compañía en su intento por armar un rompecabezas.
—¿Puedo ayudarte? —Le pregunté con amabilidad.
—Sí, de todas formas, este juego es tuyo —contestó, sin separar su vista de las piezas que ya tenía armadas.
—Gracias —esbocé una sonrisa.
Ya había logrado unir dos piezas, cuando mi compañero volvió a hablar.
—Sé lo que estás pensando —apretó sus labios—. Tu madre no ha sido la mejor persona y siempre piensas en porqué te odia tanto. Últimamente ha estado actuando diferente, aunque no deja de ser doloroso para ti ver cómo te evita. No te odia a ti, ella odia a tu padre y tú le recuerdas a él.
—¿Hablas del hombre que la abandonó cuando yo nací?
Afirmó lentamente.
—Él no es mi padre.
—Sí lo es. Tu mamá nunca lo engañó con otro hombre.
Solté las piezas de mis manos y lo observé con atención.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Recuerda que puedo leer la mente, y la de tu madre no es la excepción.
—¿Entonces por qué mi padre y su familia me negaron? —Mi voz se quebrantó.
—Tendría que estar cerca de él para poder leer su mente y conocer la razón por la que actúa como un imbécil. Pero, eres su hija, aunque no lo acepte.
Una lágrima se escapó de mi ojo derecho.
No quise indagar más sobre el asunto, al menos por esa tarde, y Alpherg lo entendió tan bien que no dijo otra palabra sobre el tema.
Durante la noche los chicos decidieron darme una sorpresa que se quedaría grabada en mi corazón. En la parte trasera de mi casa, colocaron una carpa iluminada por luces de colores, alrededor había una gran variedad de flores que antes no estaban allí y dentro de la carpa estaban algunas cobijas, almohadas y golosinas. En un cartel en la entrada se leía:
Tienda Mágica.
Me impresionó ver aquella tienda porque en nuestra casa no teníamos una y luego supe que ellos la habían comprado con todo lo que estaba dentro y que la decoración de las flores fue obra de Dabih.
—Sabemos que has pasado por cosas muy duras y no podemos prometerte que van a acabar —declaró Spica—. Sin embargo, te hemos preparado este lugar.
—En los días que odies ser tú —continuó Heze—. En los días que quieras desaparecer, este lugar te estará esperando; solo debes abrir esta puerta y entrar a la Tienda Mágica.
Kaus desplegó una cortina que tapaba un techo de plástico y así podíamos apreciar el cielo estrellado desde adentro.
—Mientras observas las estrellas, la Tienda Mágica te consolará y estarás bien —comentó Dabih—. Nosotros te escucharemos y te ayudaremos a calmar tu dolor y tristeza.
—Y si ya no puedes vernos como ahora, si esta tienda desaparece, hay una que jamás va a desaparecer, la de tu corazón —Skat señaló mi pecho—. Allí siempre estaremos.
Mis ojos se cristalizaron por las hermosas palabras que me dijeron y al darles una mirada para asegurarme de que hablaban en serio, comencé a llorar. Enseguida Zuben se acercó a abrazarme y luego todos nos rodearon en un abrazo grupal.
En ese caluroso abrazo sentí que algunas heridas comenzaron a sanar, el dolor que me acompañaba se detuvo por un rato y logré comprender sus palabras, logré entender que aún cuando ellos se fueran, siempre iba a poder contar con ellos.
El resto de la noche fue muy agradable, todos nos divertimos con juegos y bromas que nos hicieron reír a carcajadas. En un momento me preocupé por la hora, debido a que al otro día debíamos ir al colegio, pero para mi sorpresa, me informaron de algo que desconocía.
—No debes preocuparte, he congelado el tiempo para que pudiéramos compartir más. Mi poder es espectacular —alardeó Kaus con el cuello erguido y una sonrisa dibujada en su rostro.
—Sí, es grandioso —sonreí.
—¡Exacto, soy grandioso! De nosotros, ¿quién es tu favorito? —Preguntó él y todos fijaron la vista en mí.
Hasta ese momento no había llegado a pensar en algo como eso, no obstante, uno de ellos vino a mi mente e intenté bloquear el pensamiento con rapidez para que Alpherg no se enterara. Este sonrió cuando mis ojos lo enfocaron y fue evidente que ya sabía que había un favorito entre ellos, aunque ni yo misma quise que así fuera, fue algo inconsciente.
—No tengo un favorito, todos son mis favoritos —contesté con timidez, evitando ver el rostro de Alpherg.
Escuché las risillas de varios.
—Todos saben que yo soy el más guapo y soy tu favorito —alegó Kaus—. Comprendo que no quieras que los otros se sientan mal por eso.
—¿Qué dices? —Murmuró Heze empujándolo por el hombre mientras reía—. Ella dijo que todos somos sus favoritos, debemos creerle.