Los Susurros De La Llorona

LA NOCHE PERFECTA

Félix corrió por la sala con su espada de plástico en la mano, imitando los gritos de guerra de un caballero medieval. La casa estaba completamente en silencio, salvo por la televisión encendida con algún programa de dibujos animados de fondo. Por primera vez en su vida, estaba solo. Totalmente solo.

Sus papás se habían ido hacía apenas una hora, rumbo a una cena con amigos. Le dijeron que no tardarían, pero él sabía que probablemente regresarían tarde. Y eso le encantaba.

—¡Esta noche no tengo hora de dormir! —exclamó, saltando sobre el sillón con los brazos abiertos como si se lanzara al campo de batalla.

El reloj de la pared marcaba las nueve y media. La lluvia empezaba a tamborilear débilmente contra las ventanas, pero eso no molestaba a Félix. Al contrario, le gustaba el sonido. Hacía la casa más interesante, más como una película. Todo era perfecto.

Corrió hacia la cocina y sacó una bolsa de palomitas del microondas. Mientras giraban dentro del aparato, encendió las luces del pasillo de arriba. Aunque no planeaba subir todavía, le daba un poco de miedo la oscuridad. Solo un poco.

—Cuando sea grande, esto no me va a dar miedo —se dijo a sí mismo en voz baja, como una promesa.

Las palomitas explotaron rítmicamente dentro del microondas. El olor llenó la cocina, y Félix las vertió en un tazón enorme, más grande de lo necesario, y se sentó en el sofá como si fuera el dueño del mundo.

Empezó a cambiar canales sin ver realmente nada. Su mente ya vagaba por otros lados. Pensó en su amigo Leo, que nunca se había quedado solo en su casa. “Le voy a contar mañana y se va a morir de la envidia”, pensó con una sonrisa de triunfo.

La lluvia comenzó a caer más fuerte, como si alguien hubiera abierto una llave gigante en el cielo. El sonido cambió. Era más constante, más agresivo. Y entonces, por un instante, el viento sopló con fuerza y las luces titilaron.

Félix se quedó quieto. Observó el techo. El sonido del viento silbando entre los marcos de las ventanas le erizó un poco la piel, pero se convenció de que era solo el clima. No había de qué preocuparse.

Tomó el control remoto, subió el volumen, y se acurrucó con el tazón entre las piernas.

—La mejor noche de todas —susurró.

Y así, con la lluvia como banda sonora y los dibujos animados iluminando la sala, Félix pasó las siguientes horas completamente convencido de que aquella noche sería inolvidable… aunque no sabía aún por qué.




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