Félix despertó sobresaltado.
No sabía cuánto tiempo había pasado. La casa estaba completamente a oscuras, y el único sonido que llenaba el aire era la lluvia, ahora más suave, como si murmurara secretos con cada gota. Por un instante, pensó que todo había sido un mal sueño. Que la figura, la voz, el susurro, no habían sido más que una pesadilla nacida del chocolate caliente y la televisión encendida hasta tarde.
Pero entonces sintió el frío.
No el típico frío de una noche lluviosa, sino uno que se colaba en los huesos. Como si la casa ya no estuviera viva. Como si algo la hubiera vaciado por dentro.
Se sentó en el sofá. La manta había caído al piso. Todo estaba en penumbra, y aunque sus ojos se ajustaban de a poco, cada rincón parecía esconder algo.
Tragó saliva.
—¿Hola? —susurró, odiándose por lo tembloroso de su propia voz.
No hubo respuesta.
Se obligó a levantarse. Cada paso que daba resonaba más fuerte de lo que debería. La madera del piso crujía como si se quejara de su peso. Buscó su linterna en el cajón del mueble del pasillo, donde siempre estaba, donde su padre le había dicho que la dejaba “por si acaso”.
La encontró. La encendió.
Un haz de luz amarilla cortó la oscuridad.
Félix apuntó primero al pasillo, luego a la escalera. Vacíos.
—Fue solo un sueño —se dijo—. Fue... solo...
Entonces, un golpe.
Seco. Directo. Desde arriba.
Félix se congeló.
Otro golpe. Como si algo hubiese caído al suelo del cuarto de sus padres.
O alguien.
La linterna tembló en su mano. Se giró hacia la escalera y, por un momento, pensó en correr hacia la puerta y salir. Pero no lo hizo. Porque había algo más.
Un llanto.
Otra vez. Más lejano. Más triste. Pero ahora… parecía más real. Más humano.
—Mis hijos… mis hijos...
Venía del piso de arriba.
Y con ese llanto, algo más. Un olor. Humedad rancia. Tierra mojada. Y flores… pero no flores frescas. No. Flores secas, marchitas. Como las que se dejan sobre una tumba vieja.
Félix subió el primer escalón. Luego otro.
La linterna se apagó.
Un clic.
Otro clic.
Nada.
—No… no ahora… —murmuró.
Y entonces, el silencio se rompió por completo.
Un grito. No humano. Agudo. Lleno de pena y rabia. Como si el alma misma de alguien se desgarrara en medio del viento.
Félix corrió escaleras abajo.
Pero antes de llegar, algo lo detuvo. Algo que no lo tocó, pero que lo envolvió. Una presencia. Como si los ojos del pasado lo miraran desde cada sombra.
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Editado: 19.05.2025