Los Susurros De La Llorona

EL ESPEJO QUE NO DEVUELVE

Félix dejó caer el retrato. El marco se astilló en el suelo, pero el rostro del niño —el suyo— seguía intacto.

Se llevó una mano al pecho. El relicario latía entre sus dedos. Como si estuviera caliente.

No. Tibio.

Como si algo en su interior aún estuviera vivo.

Caminó hacia el pasillo con pasos lentos, tratando de no hacer ruido. Como si no quisiera molestar a lo que fuera que se escondía entre las paredes. La casa entera parecía respirar con él.

Inhala. Exhala.

Pasó junto al espejo del recibidor. Uno antiguo, ovalado, que su madre siempre limpiaba aunque nadie lo usaba. Pero algo en ese espejo estaba mal.

Se detuvo frente a él.

Y no se vio.

El espejo estaba limpio. Sin grietas. Pero no devolvía su reflejo.

Solo mostraba el pasillo, vacío.

Félix levantó la mano.

En el espejo, nada.

Retrocedió, pero no apartó la vista.

Hasta que, de pronto, lo vio.

Una figura.

Al fondo del reflejo.

De pie, junto a la escalera.

Una silueta pequeña.

Un niño.

Con la cabeza baja. El cabello húmedo pegado a la frente. Llevaba ropa vieja, como de otro siglo. No se movía.

Félix giró, temblando.

Pero no había nadie.

Volvió al espejo.

El niño seguía allí.

Y lentamente… levantó la cabeza.

Félix dio un paso atrás. El corazón le golpeaba las costillas. El niño en el espejo abrió la boca.

Pero no para hablar.

Para gritar.

Un grito que no sonaba en la casa, pero que Félix escuchó dentro de su cabeza. Agudo, interminable. Como si no viniera de una garganta, sino de algo más hondo. Algo que pedía ayuda… o que quería arrastrarlo con él.

Félix cerró los ojos. Cayó de rodillas, cubriéndose los oídos.

Cuando se atrevió a abrirlos otra vez, el espejo estaba cubierto por una sábana blanca.

Como si alguien —algo— lo hubiese tapado en ese instante.

Y en la pared junto a él, con letras rasgadas hechas con barro o sangre, apareció una palabra:

“RECUERDA”

Félix retrocedió gateando.

La linterna seguía muerta.

El relicario ahora ardía contra su pecho.

La casa volvió a crujir.

Como si cada madera susurrara un nombre.

Uno que Félix aún no recordaba.
Pero que alguna vez, en otra vida, había sido suyo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.