Los Susurros De La Llorona

LO QUE SE QUEDÓ BAJO LOS ESCOMBROS

Al día siguiente, los padres de Félix intentaron que todo fuera normal.

Hicieron el desayuno. Hablaron de cualquier cosa. Lo llevaron a caminar por el parque. Pero él sabía que algo en su madre había cambiado. Había visto la puerta cerrarse sola. Había escuchado el llanto. Ella también.

Y su padre, aunque fingía que nada había pasado, tenía los ojos encendidos como los de alguien que no durmió ni un segundo.

Esa misma tarde, la madre bajó unas cajas del altillo.

—Voy a ordenar papeles viejos —dijo.

Pero no era verdad. Félix lo supo. Ella no buscaba ordenar.

Buscaba entender.

Esa noche, mientras su padre dormía y él fingía que dormía, su madre se sentó a leer los documentos en el comedor, rodeada por carpetas antiguas, recibos y un olor a papel húmedo que parecía salir de los mismos muros de la casa.

Félix bajó sin hacer ruido.

—Mamá —susurró desde el marco de la puerta—. ¿Qué estás buscando?

Ella dudó un instante, pero luego señaló una hoja amarillenta.

—Esta casa fue comprada en un remate judicial —dijo—. Fue muy barata. A veces, cuando algo es muy barato, uno no pregunta demasiado…

Félix se acercó y miró el papel.

Era un recorte de periódico viejo. De hacía más de treinta años.

“Tragedia en calle Nogal 42: Madre y dos hijos mueren en incendio sospechoso”

La casa era la misma.

Misma puerta. Mismo porche. Misma ventana del segundo piso.

Su ventana.

La nota continuaba:

> “Vecinos aseguran haber escuchado gritos y llanto antes de que comenzara el fuego. La mujer, de nombre Ángela Espinoza, había sido denunciada por su esposo desaparecido un mes antes del incidente. Nunca se encontró el origen del fuego, ni al marido. El expediente se cerró por falta de pruebas.”

—Mamá —susurró Félix—, yo la vi.

Su madre lo miró sin comprender.

—A la mujer. A ella. Está aquí. No se fue.

Silencio.

Entonces, como si algo se quebrara dentro de ella, la madre comenzó a llorar. No por miedo. Por culpa.

—Sabía que había algo… —dijo—. Siempre lo supe. Pero nunca pensé que sería contigo.

Volteó hacia la caja de papeles. Sacó una foto vieja. Una polaroid gastada.

Y allí estaba.

La misma mujer. El mismo rostro.

Pero sin rostro cadavérico.

Solo una mujer de ojos hundidos. Cansada. Triste.

Félix la reconoció al instante.

—Es ella.

La madre apretó la foto contra su pecho.

—Dicen que su esposo nunca apareció. Que se lo tragó la tierra. Algunos vecinos afirmaron que se oía cavar en el patio por las noches, antes del incendio…

Félix se quedó en silencio.

Sintió un frío en la espalda.

—¿Qué patio?

La madre lo miró confundida.

—¿Qué?

—Nosotros… no tenemos patio.

Entonces se miraron. Y supieron.

Esa noche, mientras todos dormían, Félix se levantó.

Caminó hasta el fondo del pasillo, donde había una puerta que siempre estaba cerrada.

Una puerta vieja que no llevaba a ningún lado.

O eso creían.

Porque esa madrugada, por primera vez, la puerta estaba abierta.

Y detrás de ella…

…la tierra respiraba.




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