Parte 1: Bajo tierra
Félix avanzó entre la humedad. El aire no olía a tierra…
olía a carne húmeda, como si el suelo respirara.
Los niños caminaban a su lado, pero no hacían ruido.
Solo lo miraban. Como si esperaran que él recordara su papel.
Uno de ellos se detuvo.
—Aquí fue —dijo.
Era una sala subterránea, iluminada por una luz azul enfermiza que no venía de ninguna fuente visible.
En el centro…
una silla oxidada.
Cuerdas.
Sangre vieja.
Y una libreta abierta, con páginas empapadas de humedad, pero aún legibles.
Félix la leyó.
> “Tercer experimento fallido. El sujeto número 8 fue incapaz de retener la energía residual. El llanto aparece a las 3:33 a. m. sin excepción. Estamos despertando algo que no entendemos. El director ordena cerrar el ala este. Tres niños desaparecidos. Nadie habla de la mujer del pozo.”
Más páginas.
Más nombres.
Más dibujos grotescos.
Y en una de ellas, el peor descubrimiento.
> Sujeto de prueba Nº 13: Félix A. M. Nacido bajo circunstancias anómalas. Madre fallecida en caída desde el segundo piso. Niño rescatado sin signos de trauma. Presencia de “sombra adherida” desde el nacimiento. Observación: responde con empatía a los entes. Riesgo: Nivel crítico.
La letra era la de su propio abuelo.
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Félix dejó caer la libreta.
Todo en él se partió.
El dolor, el vacío, la certeza: había sido criado en una mentira.
Nacido como experimento.
Como huésped.
Y en ese instante, la mujer apareció.
No caminó.
No se materializó.
Simplemente… ya estaba ahí.
Alta.
Desgarbada.
Pelo largo pegado al rostro.
Y un velo blanco… sucio, como una mortaja.
Félix no huyó.
Solo la miró.
Y preguntó:
—¿Qué soy?
La mujer se inclinó y habló con una voz que era de todas las madres muertas del mundo:
—Eres la grieta por donde voy a regresar.
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Parte 2: En la superficie
Los padres de Félix abrieron cada puerta, cada rincón.
Hasta que el padre se detuvo en un punto ciego del pasillo.
La pared.
Sintió el aire más frío, más denso.
Golpeó. Sonó hueco.
—Hay algo aquí —dijo.
—Llamemos a alguien —respondió su esposa.
Pero él ya estaba tomando herramientas.
Golpeó.
Golpeó más fuerte.
Hasta que la pared cedió.
Y detrás… una escalera descendente de piedra, tan antigua como los secretos.
Bajaron con linternas, el corazón en la garganta.
Y los primeros escalones los recibieron con dibujos infantiles en las paredes.
Pero no eran inocentes.
Muñecos ahorcados.
Rostros sin ojos.
Manos en forma de garra.
Y al fondo, un cartel corroído por los años:
> “Hogar Refugio Santa Brígida. Fundado 1943.”
La madre retrocedió.
—Este lugar... no es nuevo.
—¿Un orfanato? —dijo él, recordando algo.
—No… el orfanato que desapareció.
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Encontraron habitaciones con camas oxidadas, papeles médicos, escritorios derrumbados.
Y en una pared…
una foto.
En blanco y negro.
Doce niños alineados.
Una mujer al centro.
Y en el extremo…
un bebé en brazos de la directora.
Con la misma cara de Félix.
Pero lo imposible estaba en la fecha del reverso:
> "Año 1983".
Treinta años antes de que Félix naciera.
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—No puede ser —dijo la madre—.
—Esto… esto no tiene sentido —dijo él.
—Es que Félix nunca debió haber nacido. Fue traído de vuelta.
Y entonces escucharon el llanto.
No venía de abajo.
Ni de arriba.
Venía de las paredes.
Un coro.
Voces de niños.
Voces de mujeres.
Un eco atrapado desde hace décadas.
La linterna del padre parpadeó.
Se apagó.
Y en ese instante, al iluminar con la de su esposa…
vieron que Félix estaba de pie al final del pasillo, cubierto de barro, con una sonrisa extraña.
—Ya me acordé de todo —dijo él—.
Y ahora ustedes… también van a recordar.
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Editado: 05.06.2025