Los Susurros De La Llorona

CUANDO EL DESPIERTE

La pared que cubría la puerta del cuarto se desmoronó por sí sola.
No con un estruendo… sino con un suspiro.

Como si la casa exhalara por última vez.

Un viento negro salió del hueco, arrastrando cenizas, trozos de pelo, papeles viejos… y un susurro gutural que no parecía humano:

> —Él… ha abierto los ojos.

Los padres entraron.

Félix estaba en medio del cuarto.
Suspendido en el aire, con los brazos abiertos.
Su cuerpo no era suyo.
Tenía el rostro de su hijo,
pero con grietas.
Con los ojos completamente en blanco.
Y la voz que salía de su boca no era la suya.

> —Estuvieron a punto de salvarlo…
Pero llegaron tarde.

La mujer —la del vestido blanco, la que lloraba fuera de la casa, la que lo había marcado desde el primer sueño— ahora se deshacía en humo, como si su función ya hubiera sido cumplida.

> —Yo era solo la puerta —dijo, sonriendo sin labios—.
Ahora, es Él quien entra.

El cuarto se distorsionó.

La cama flotaba en pedazos.
Los cuadros se derretían como carne caliente.
El suelo tenía grietas por donde salían dedos.
Manos completas, tratando de subir.

—¡Félix! —gritó su madre— ¡Estás ahí! ¡Estás ahí, hijo!

Nada.

Solo esa voz espesa saliendo de su garganta.

> —Félix no está.
Lo devoré.

—¡Mentira! —rugió el padre, levantando la caja metálica.

Dentro de la caja, una cruz negra, invertida, vibraba, como viva.
Y un libro.
Uno antiguo.
Hecho de piel.
De piel humana.

> —Hay una forma —dijo la figura encapuchada desde la puerta—.
Pero tendrán que entrar al Umbral.
Donde Félix está atrapado.

—¿Cómo?

> —A través de su cuerpo.
Pero solo uno puede ir.

La madre no lo pensó.
Tomó la cruz negra y la apretó con fuerza.

> —Yo iré.

> —Pero cuidado —advirtió la figura—.
En ese lugar, no todo es lo que parece.
Y si Él descubre que estás ahí…
Te va a querer también.

---

Un grito atravesó la casa.
Un alarido lleno de dientes, de ecos, de muertes pasadas.
La cruz negra comenzó a arder.

Y la madre… cayó de rodillas.

Sus ojos se pusieron en blanco.
Y su cuerpo, inerte.

---

Cuando los volvió a abrir,
estaba allí.

Un mundo sin tiempo.
Donde el cielo era rojo.
Donde llovían cenizas.
Donde los árboles tenían niños colgados en sus ramas.
Y donde, entre callejones de casas abandonadas y espejos rotos,
Félix corría.
Desnudo.
Cubierto de barro y sangre.
Gritando, pero sin voz.

—¡Félix! —llamó la madre.

Él se giró.

Y sus ojos estaban llenos de terror.

> —¡No me sigas, mamá!
¡Él está en todas partes!
¡No pienses!
¡NO PENSES!
¡Si pensás, te encuentra!

Pero ya era tarde.

La madre pensó en Félix.

Y algo la sintió.

Un crujido detrás.
Una sombra que se estiraba y respiraba como un horno.
Ojos múltiples.
Una silueta humanoide… con una cara sobre otra cara, sobre otra cara.

> —Una madre… —susurró la criatura—
Es más dulce que un hijo.

Corrió.

Corrió con Félix en brazos.
Por calles hechas de huesos.
Por escaleras que subían al cielo y bajaban al infierno.
Con sus pies sangrando.
Con las risas de Él multiplicándose.

—¡Falta poco! —gritó Félix— ¡El lugar del sello! ¡Ahí podemos cerrar!

—¿Dónde? —jadeó su madre.

> —Donde todo empezó…
En la cuna.

---

En el mundo real, el padre lloraba.
El cuerpo de su esposa convulsionaba en el suelo.
Y la figura encapuchada ya no estaba.

La casa entera vibraba.
Los muebles ardían.
La televisión encendida mostraba a Félix y a su madre en esa dimensión de pesadilla.

> Una carrera contrarreloj.

Una madre contra un dios antiguo.

Y solo quedaban cinco minutos para la medianoche.




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