El lugar del sello.
La cuna.
Félix la señalaba con los dedos temblorosos.
—¡Ahí, mamá! ¡Tenemos que llegar! ¡Antes de que Él—!
Un sonido cortó el aire.
No fue un rugido.
Ni un lamento.
Fue un silencio tan perfecto, tan absoluto, que dolía.
El tipo de silencio que solo existe cuando alguien está escuchando.
> —¿Ya se van…?
¿Sin despedirse?
La voz venía de todas partes.
Pero sobre todo, venía de abajo.
Del suelo.
Del barro.
De la sangre seca que formaba un charco alrededor de la cuna.
Y entonces, la cuna se alzó sola.
Elevada por hilos invisibles.
Girando suavemente en el aire.
Hasta que su interior se mostró.
Y lo que había dentro no era Félix.
Era otro niño.
Un niño muerto.
Podrido.
Con flores secas en la boca y una mirada fija en el vacío.
> —Uno por uno —dijo la voz—.
Siempre hay uno más.
La madre retrocedió, abrazando a Félix.
Pero la tierra se abrió.
Y de ella emergieron manos.
Muchas.
Las de los otros.
Niños de distintas épocas.
Con sogas al cuello.
Con ojos ausentes.
Con huesos rotos y ropas mojadas.
Caminaban sin mirar.
Pero sabían.
Sabían a quién buscar.
Uno de ellos habló, con una voz hueca:
> —Ella nos eligió.
Ahora, a él también.
No se puede escapar de una madre que llora…
Porque ella no llora por pena.
Llora por rabia.
Llora porque aún no ha terminado.
Félix gritó.
Su madre intentó correr.
Pero una figura blanca bloqueó el camino.
La Llorona.
Ya no era niebla.
Ya no era un recuerdo.
Era carne agrietada,
cabello largo cubierto de barro,
ojos hundidos y boca negra,
de donde salía el mismo susurro de siempre:
> —Mis hijos…
Levantó el brazo.
Y Félix fue arrastrado por una fuerza invisible, elevándose del suelo como si una cuerda invisible lo sujetara del cuello.
La madre corrió hacia él.
Pero algo la sujetó por los tobillos.
Una de las niñas muertas la miró desde abajo.
> —Ya tuvo su turno —dijo con calma—.
Ahora nos toca a nosotros.
Los ojos de Félix se encontraron con los de ella.
Y por primera vez, él habló con voz propia:
—Mamá…
No la dejes entrar.
No la dejes entrar en vos.
Te va a prometer cosas… y va a usar tu voz.
Entonces, la Llorona abrió la boca.
Y no fue un grito.
Fue un eco.
Un eco de todas las madres que alguna vez perdieron a sus hijos…
y de todas las que quisieron perderlos.
Y con ese eco, la oscuridad lo devoró todo.
---
Cuando la madre despertó, estaba sola.
En la habitación de Félix.
Todo había vuelto a la normalidad.
La cama estaba hecha.
La ventana cerrada.
Y el cuerpo de su hijo dormía plácidamente.
Solo había un detalle.
No respiraba.
Y en su mejilla, escrita con ceniza, una frase:
> —Todavía no es tu turno, mamá.
#121 en Terror
#780 en Thriller
#300 en Suspenso
misterio, paranormal maldicion espiritus fantasmas, paranormal espiritus
Editado: 20.06.2025