La iglesia quedaba a unas cuadras de la casa.
Siempre había estado ahí.
Antigua, silenciosa, como dormida.
Con vitrales rotos y una cruz torcida que nadie se molestaba en enderezar.
La madre de Félix no sabía por qué fue.
Solo… lo sintió.
Llevaba días sin hablar, con la mirada clavada en algún punto invisible.
Félix estaba en coma. El hospital decía "daño neurológico", "shock profundo", "necesita tiempo".
Pero ella sabía que eso que estaba acostado en la cama del hospital… no era completamente su hijo.
Entró al templo.
No había misa.
No había luz.
Solo el olor a cera vieja y a humedad antigua.
—¿Buscás a Dios? —dijo una voz desde el confesionario—
O… ¿venís a preguntarle por qué te lo quitó?
La madre se detuvo.
Una sombra se movía tras la rejilla de madera.
> —No vine por Dios.
Vine por mi hijo.
—Entonces estás en el lugar correcto.
El hombre salió.
No llevaba sotana.
Solo una camisa negra manchada de algo seco.
Y en su cuello, no una cruz…
sino una espina oxidada, trenzada como corona.
—Me llamo Padre Elías.
Y sí. Sé quién es la Llorona.
> —¿Quién es? —susurró ella—
¿Qué quiere?
El cura la miró, serio.
—No quiere a tus hijos.
Los reclama.
No por maldad… sino por naturaleza.
> —¿Qué es entonces?
El cura inspiró profundo.
Como si al decirlo, invocara algo.
—No es un espíritu.
Tampoco es un demonio.
Es una madre primigenia.
Una que perdió a sus hijos en un pacto antiguo.
Y ahora, cada tanto,
cuando la luna se parte en dos
y la lluvia sube desde la tierra,
ella vuelve a buscarlos.
> —Pero… ¡mi hijo no es suyo!
—Lo marcó.
Cuando lo miró aquella noche, lo marcó.
Eligió su alma.
Y ahora está atrapado en su lamento eterno.
> —¿Y se puede revertir?
—Sí. Pero no sola.
El cura se inclinó.
Sacó de su bolso un cuaderno hecho a mano, con tapas de cuero.
Lo abrió.
Mostró una página: dibujos de niños con cuencas vacías, mujeres flotando en la lluvia, símbolos como ojos llorando.
> —Hay un lugar.
Donde todo empezó.
Una casa vieja, en ruinas.
Fue allí donde se pronunció su primer grito.
Donde sus hijos murieron… o fueron sacrificados.
La madre lo escuchaba sin respirar.
> —Si vamos allí…
¿Puedo recuperarlo?
—Tal vez.
> —¿Y si fallamos?
—Entonces, no solo perderás a tu hijo…
sino también tu rostro.
Porque Ella toma lo que ama,
y lo reemplaza con lo que duele.
> —¿Cuándo salimos?
El cura sonrió.
> —Ahora.
---
Afuera, la lluvia comenzaba de nuevo.
No desde el cielo.
Desde el suelo.
Gotas negras, ascendentes.
Y un murmullo… que no paraba:
> —Mis hijooos…
Mis hijooos…
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Editado: 20.07.2025