Félix gritaba.
No con la voz.
Con todo su cuerpo.
Sus ojos estaban abiertos, pero no lo veían.
Sus labios se movían, pero no hablaban.
Y su corazón… latía como si el tiempo se estuviera acabando.
> —Mamámamámamamá…
La madre estaba paralizada junto a la cama.
El cabello de esa figura blanca caía sobre el cuerpo de su hijo como una mortaja líquida.
Intentó moverse.
Tocar.
Gritar.
Pero la garganta no respondía.
Como si algo le hubiera robado las cuerdas del alma.
El padre Elías irrumpió, lanzando agua bendita.
Pero esta vez no funcionó.
La figura se giró…
y por primera vez, mostró parte de su rostro.
Y no había rostro.
Solo un hueco.
Negro.
Un espacio vacío donde debería haber estado la tristeza.
Y de ese hueco salió un sonido.
> —sssssshhhhhhhhhh…
El silencio la alimenta.
Las luces explotaron.
Las enfermeras corrieron.
Y todo el hospital pareció fundirse con otra realidad.
Paredes transpiraban agua.
Los relojes goteaban barro.
Y un olor penetrante a incienso y carne vieja llenó el aire.
> —No nos ven —susurró el padre—.
Estamos… en su espacio.
La madre miró a su hijo.
Sus uñas estaban… largas.
Negro-azuladas.
Su piel se había tornado grisácea.
> —¿Qué le está haciendo?
> —Le está vaciando.
Para llenarlo.
Entonces Félix parpadeó.
Solo una vez.
Y murmuró algo que no era suyo:
> —Ella quiere que yo sea… el nuevo lamento.
Y sonrió.
---
A kilómetros de ahí, en un pueblo olvidado,
una anciana se despertó de golpe.
Tenía los ojos completamente blancos.
> —Alguien volvió a tocar la casa.
Y la madre aún tiene hambre.
Se levantó.
Buscó su rosario.
Y un cuchillo.
> —Los niños ya no lloran como antes.
Ahora… lloran hacia adentro.
---
De regreso en el hospital…
El padre Elías sacó algo de su bolsillo:
una pequeña muñeca de trapo, envuelta en cordón rojo.
> —Es su hijo.
El primero.
Y entonces gritó algo en un idioma antiguo.
No latín.
No humano.
La figura chilló.
Y retrocedió, como si la hubieran herido.
Félix se arqueó.
Sus ojos volvieron a su color.
Y por un segundo, volvió a ser un niño.
> —Mamá…
Ella lo abrazó.
Sintió su corazón.
> —Estoy aquí, mi amor.
No te voy a dejar.
Pero el padre Elías gritó:
> —¡No!
¡¡NO LA TOQUES MÁS!!
¡Ella dejó algo dentro!
Demasiado tarde.
La madre de Félix sintió algo rasgarle el pecho desde adentro.
Cayó al suelo.
Y, desde los monitores del hospital,
una voz antigua —de siglos— murmuró:
> —Una madre por un hijo.
Así fue la ley.
Así será otra vez.
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Editado: 20.07.2025