Los Susurros De La Llorona

Lo que queda atrás, lo que entra adentro

La madre de Félix no durmió esa noche.

No porque no quisiera.
Porque no podía.

Cada vez que cerraba los ojos, escuchaba agua.
Pero no lluvia…
Goteo.
Como si algo húmedo caminara sobre su cráneo.
Y luego, las voces.

> —¿Lo amás?
¿Lo vas a cuidar?
¿Entonces por qué no lo ofreciste antes?

Se aferraba al crucifijo.
Pero el crucifijo se derretía en su mano.
No físicamente.
En el sueño.
Y cada noche, duraba menos.

Al despertar, las uñas estaban más oscuras.
Y una marca nueva aparecía en su abdomen:
tres dedos alargados, como quemaduras.

No le dijo nada a su esposo.
Ni al padre Elías.

Solo anotaba.
Dibujaba los símbolos.
Y escuchaba.

Porque ya no era solo ella en su cabeza.

---

Mientras tanto, el padre Elías volvió a la casa.
Solo.

Con una linterna, un cuaderno, y la vieja muñeca de trapo.

El lugar parecía esperarlo.
Ya no olía a humedad.

Olía a leche agria, barro seco… y placenta.

> —Mostrame lo que no quisiste que vieran —murmuró.

Entró en el cuarto del fondo.
Detrás del viejo ropero.
Raspó la pared.
Había madera falsa.

La rompió con una palanca.
Y encontró algo.

Una caja de hierro.
Sellada con cabello trenzado.

Dentro, envoltorios de papel viejo.
Fotos.
Y un diario.

“María Teresa V.”
Era el nombre de la madre.
La original.

> “Me dijeron que si hacía el pacto, volverían.
Pero los oigo llorar…
y no me miran.
No me perdonan.
Me odian.”

> “Cada nuevo hijo calma el grito por unos años.
Pero después, regresa.
Y tengo que buscar otro.”

Elías cerró el cuaderno.
Temblando.

> —No era una aparición.
Era una madre… condenada.
Y ahora... ha elegido a otra.

---

En la casa de Félix, la madre se miraba al espejo.

No había reflejo.

Hasta que parpadeó.

Y al otro lado del vidrio, no estaba ella.

Era una mujer de blanco.
El cabello empapado.
Las marcas en la cara.
Pero tenía… sus ojos.

> —Estoy… entrando —dijo una voz dentro de su pecho.

Gritó.
Y su grito sonó doble.
Como si viniera de su garganta… y de las paredes.

---

El padre Elías corrió hasta el hospital.

> —¡No tienen tiempo!
¡La mujer no quiere a Félix!
¡Quiere quedarse!
¡Usarla!
¡Renacer!

Pero Félix ya no estaba.

La cama vacía.
Las sábanas empapadas.

Y en el vidrio de la ventana, escrito con agua:

> “Ahora soy yo la madre.”




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