Los Susurros De La Llorona

Cuando la lluvia no cae del cielo

Parte 1: El ritual partido

El padre Elías lo supo al instante.

> —¡Nos está engañando!

Laura se retorcía en el suelo,
pero ya no era solo una víctima.
Ahora era el canal.
La puerta.

Las paredes lloraban agua oscura.
No goteaba…
chorreaba.

Las velas estallaban.
Las oraciones rebotaban como si se dijeran bajo el agua.
Y en la cocina, los cuchillos comenzaron a temblar sobre la mesa.

> —¡Félix no está solo allá! —gritó Laura, con su voz y otra voz mezcladas—.
¡Ella lo llevó al Umbral!
¡Y ahora viene!

Elías intentó continuar el exorcismo.
Salmo tras salmo.
Agua bendita.
Cruz.
Lenguas muertas.

Pero algo crujió.

No fue una pared.
No fue una puerta.

Fue la realidad.

Parte 2: La grieta

En el hospital, Félix dejó de flotar.

Pero no volvió a caer.

Quedó suspendido en el aire.
Como si alguien lo sostuviera por los hombros…
desde adentro.

Y entonces, lo imposible.

El espejo de la sala se agrietó solo.
Desde el centro.
No desde el borde.

Y por esa grieta…
salió agua.

Y luego, un dedo.

No humano.
No seco.
Un dedo gris, alargado, con piel agrietada y uña negra.

> —No puede ser… —susurró una enfermera antes de gritar.

La electricidad falló.
Los respiradores se detuvieron.
El pasillo entero se oscureció.

Y lo último que se escuchó fue un grito.

> —¡Ay mis hijoooos…!

Parte 3: El cuerpo nuevo

En la casa de Félix, el ritual colapsó.

Laura cayó inconsciente.
Pero no antes de abrir los ojos
y mirar fijamente a Elías:

> —Ya está.
Ya vino.

Las ventanas se empañaron.
Las cerraduras giraron solas.
La cruz del altar cayó al suelo… al revés.

Y en ese instante, un silencio absoluto.

Ni lluvia.
Ni viento.
Ni respiración.

Y luego… pasos.
Desnudos.
Mojados.

Desde el pasillo trasero.

Una figura se detuvo en el marco.
Alta.
De blanco.
Cabello negro pegado al rostro.

La Llorona.

No flotaba.
No temblaba.
Caminaba.

Y lo peor de todo…
era que tenía una sombra.

> —Ahora soy real —susurró con voz de huesos partidos—.
Y ustedes…
son míos.

El padre Elías cayó de rodillas.
Nunca pensó que vería el día en que un mito
cruzara la carne.

**

Félix seguía atrapado en el Umbral.
El precio había sido su cuerpo.
Y la Llorona…
ahora caminaba con él.




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