Parte 1: La nueva casa
En un barrio distinto, lejos de donde comenzó todo,
una familia acababa de mudarse.
Los Mendoza.
Una madre soltera, Daniela, y su hijo, Ismael, de diez años.
Tranquilo, callado, curioso.
Dormía con los ojos apenas entreabiertos.
La casa no era antigua,
pero las paredes ya crujían por las noches.
Y en el baño del fondo,
el espejo tenía una grieta muy fina,
casi invisible…
como una cicatriz que no quería cerrar.
Esa noche,
mientras Ismael se lavaba los dientes,
la luz parpadeó.
Y en el reflejo, por apenas un segundo…
su madre no tenía ojos.
Parpadeó.
Volvió a mirar.
Todo normal.
Pero al salir del baño,
escuchó el agua del grifo encenderse de nuevo.
Regresó.
Cerró la llave.
Se miró al espejo…
…y al otro lado, él no se movía.
> —Ay… mis hijooos…
La voz fue como vapor.
Como un lamento que salía del desagüe.
Ismael salió corriendo.
Pero no dijo nada.
Porque algo, allá atrás,
lo llamó por su nombre.
Parte 2: El niño marcado
Mientras tanto, el padre Elías cruzaba archivos viejos.
Periódicos.
Cartas.
Registros olvidados.
Había una constante:
niños que soñaban con agua.
Niños que escuchaban llantos.
Niños que despertaban con marcas en la piel.
Y encontró un patrón:
una escuela, hace cinco años,
cerrada tras un "accidente inexplicable".
Siete niños cayeron desmayados en simultáneo.
Uno de ellos hablaba dormido:
> —No abras la puerta… no la abras…
Ese niño… había sobrevivido.
Y ahora vivía en un pueblo vecino.
Elías anotó el nombre:
Nicolás Olmedo.
Y debajo, una nota escrita a mano:
> “La madre pidió no hablar del tema.
Dijo que no era la primera vez que lo escuchaba hablar de ‘la mujer del barro’.”
Parte 3: El reflejo no miente
Esa misma noche,
Ismael se levantó sonámbulo.
Fue al baño.
Se paró frente al espejo.
Sus ojos estaban abiertos,
pero no veía.
Detrás de él, el espejo goteaba…
agua negra.
Y en el reflejo,
alguien se inclinaba hacia él.
Cabello largo, mojado.
Vestido blanco.
Manos huesudas.
> —Tu alma es una grieta.
Y yo…
solo necesito una más.
El espejo se cuarteó por completo.
Al mismo tiempo,
Elías tomaba la ruta de tierra hacia el pueblo de Nicolás.
Sabía que el tiempo corría.
Porque la Llorona ya había entrado en otra casa.
Y su llanto…
era más fuerte.
Más real.
Más cerca.
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Editado: 20.07.2025