Los Susurros De La Llorona

Los que no regresan

Parte 1: El regreso al origen

El padre Elías volvió a la casa de Félix una última vez.
Laura seguía sedada, pero algo dentro de ella no dormía.

Ella murmuraba cosas que no recordaba haber vivido:

> —Félix está bajo la lluvia.
No lo dejes solo.
Está mojado…
pero no por el agua del cielo.

Elías colocó un espejo antiguo frente al umbral.
El mismo que usó años atrás en un exorcismo fallido.

> —Si la puerta se abre, no mires.
Solo entra y saca al niño —se dijo.

Encendió una vela negra.
Dibujó el símbolo del Camino Torcido.

Y entonces el aire cambió.

La casa dejó de ser casa.
Se volvió garganta.
Boca.
Puerta.

Y en el centro… la Llorona emergió.

No flotaba. Caminaba.
Pero sus pies no tocaban el suelo.

Sus ojos eran dos pozos de barro.
Y de su boca, salían nombres.

Nombres de niños.

El último que dijo… fue:

> —Félix.

Parte 2: El Umbral

Elías entró al Umbral.
No caminó: cayó.
Como si la casa hubiera tragado su alma.

Calles de lodo.
Cuerpos suspendidos de ramas negras.
Un río que lloraba.
Y en medio, Félix, pequeño, con la cabeza gacha.

Vestía su pijama.
Estaba mojado hasta los huesos.
Y algo lo sostenía por el cuello.

Una mano huesuda.
Una voz que decía:

> —Este me pertenece.

Elías alzó el rosario.
Gritó una oración que no venía del latín…
sino de su propia infancia.
De la única vez que soñó con esa mujer
y logró despertar.

La mano soltó a Félix.

Pero en ese instante, otra figura se acercó.

Un segundo Félix.
Con los ojos vacíos.
Con la risa rota.
Y vestido de blanco.

> —Uno se queda.
Uno regresa.

La Llorona abrió sus brazos.
El Umbral vibró.
Y el aire supo a flores muertas.

Parte 3: ¿Quién regresó?

El padre Elías despertó frente a la casa.
Tendido en la vereda.
Sangrando por la nariz.
La vela apagada.

A su lado, Félix.

Temblando.
Respirando.
Llorando.

Lo abrazó.

Laura despertó esa noche con un sobresalto.
Corrió al hospital y encontró a su hijo en los brazos del cura.

Todo parecía… en calma.

Pero semanas después,
Félix dejó de hablar.
Dibujaba, en cambio, cosas extrañas:

Niños colgados.
Un espejo roto.
Una casa sin puertas.

Y cada vez que sonaba la lluvia…
Félix se ponía frente a la ventana.
Y murmuraba algo:

> —Uno se queda.
Uno regresa.
Uno escucha.
Y uno susurra.




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