Años después, los periódicos hablaban de casas malditas, de niños desaparecidos sin explicación.
Pero nadie mencionó a Félix.
Él estaba bien, decían.
Había sobrevivido.
Pero algunos aseguraban haberlo visto, en noches de lluvia, parado frente a ventanas que no daban a la calle… sino al otro lado.
Y si escuchabas bien, si de verdad te atrevías a poner la oreja contra el vidrio…
podías oírlo hablar con alguien.
No gritando.
No llorando.
Solo susurrando.
Porque los que regresan del umbral…
ya no necesitan gritar.
FIN
Gracias por llegar hasta aquí.
Por caminar entre sombras, escuchar los susurros y no apartar la mirada cuando lo fácil hubiese sido cerrar el libro.
Gracias por acompañar a Félix, a su madre, al padre Elías… y a todos los que alguna vez sintieron ese frío en la nuca, ese lamento en la oscuridad.
Esta historia nació del miedo… pero también del amor: el que lucha, el que se rompe y el que sobrevive incluso cuando el mundo se vuelve inexplicable.
Gracias por prestarme tus ojos, tu tiempo y tu corazón por unas páginas.
Que no te persigan los sueños negros.
Y si lo hacen…
No les hables.
Con gratitud,
Rachell
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Editado: 20.07.2025