Ingreso con prisa a la tienda más cercana a la entrada del centro comercial. Esperaba no tardar demasiado, solo será una compra de 5 minutos como máximo. No hay forma en que se pueda alargar más el tiempo para hacer algo tan simple como comprar un anillo de compromiso. ¿Cierto? Recorro con la mirada el interior de la joyería e inmediatamente una joven muy solícita y sonriente se me acerca.
—Buenos días, bienvenido. ¿En qué lo puedo ayudar?
—Busco un anillo de compromiso —respondo rápidamente.
Noto la desilusión en su rostro. No es que me considere un Adonis, pero sé que llamo mucho la atención en cualquier lugar por mi talla, complexión física y ¿por qué negarlo? Un rostro de galán de telenovela.
—Claro, sígame —contesta con seriedad.
¡Vaya! Se terminó la amabilidad.
La sigo sonriendo para mis adentros, no es fea, sin embargo, no llama mi atención. Además, tenía prisa por cumplir con aquella compra para dar gusto a mi familia.
Me conduce hacia una de las vitrinas de la tienda donde se exhiben muchas joyas, se pone detrás del mostrador y saca una bandeja con varios anillos que supongo son de compromiso.
Mientras me explica las características de cada uno de ellos, mi mente está en otro lado.
Realmente me molesta tener que hacer esto, pero no tenía opción. Mis padres fueron muy claros: el compromiso con Alexa se tenía que realizar durante la cena de Navidad que acostumbran a realizar todos los años y para eso faltan escasos días, caso contrario tendría que olvidarme de la vida de lujos y holgazanería que tengo gracias a ellos. Tengo que casarme con Alexa, a quién conozco desde niña, pertenece a otra familia adinerada del país que, si bien no lo es tanto como la nuestra, es lo suficientemente buena como para que mis padres la acepten. No la amo, es más, no creo en el amor, pero ¿quién necesita amor cuando se tendrá la vida solucionada? Para mí aquello era una idea prehistórica, pero si no quería dejar la vida fácil que hasta ahora había llevado no tenía opción: debo casarme.
No estoy escuchado la explicación de la dependienta, no me interesa saber de cuántos quilates son los anillos, ni si son de oro o de plata. Simplemente, apunto al que me parece más grande, vistoso y, por lo tanto, costoso.
—Me llevo ese —digo cortando su explicación.
—Claro, ¿en qué medida la desea?
¿Medida? ¿Los anillos tienen medida?
—Pues… —empecé a decir mirando a mi alrededor.
Es entonces que mis ojos se topan con unos brillantes ojos color miel que me miran expectantes e… ¿impacientes? Son tan límpidos y brillantes que me quedo sin palabras.
—Joven… —llama mi atención la voz de la otra joven.
Vuelvo la mirada a la dependienta.
—No importa, supongo que pueden modificarlo en caso sea necesario.
—Por supuesto, pase por la caja, mientras preparo el anillo —menciona indicando en dirección a la caja registradora.
¡Qué novedad! Primero el dinero.
Me dirijo a realizar el pago, no sin antes echar un último vistazo a la dueña de aquellos ojos que me dejaron mudo. ¡Era una niña!
Bueno, no exactamente. Tendrá 18 como mucho, lo cual para mí se traduce en que es una niña. Aun así, quedo atento escuchado parte de la conversación que inicia con la empleada.
—¿Ya lo tienes listo?
—Sí, déjame que termine con este cliente y te atiendo.
—Está bien, tómate tu tiempo.
Estoy intrigado, ¿qué podría comprar una niña como ella en una tienda tan cara como ésta? Mientras efectúo el pago, veo que ponen el anillo que acabo de elegir en una pequeña cajita cuadrada de terciopelo negro y luego la caja en una pequeña bolsa con el logo de la tienda.
Una vez que me dan la bolsa no tenía nada más que hacer ahí, pero la curiosidad me gana, así que finjo ver las estanterías y vitrinas. Me intriga tanto esa joven que hasta he olvidado mi impaciencia por salir de ahí.
—Aquí está, quedó precioso —escucho que menciona la empleada que me atendió.
Veo que ponen una caja alargada en el mostrador. La niña de ojos color miel mira embobada el fondo de la caja abierta.
—Quedó perfecto —le oigo decir —. ¿Crees que le guste?
—Estoy segura de que le encantará. Además, te costó mucho conseguir el dinero para pagarlo.
—Sabes que eso no me importa.
—Lo sé, le gustará. No te preocupes.
—Bien, me lo llevo.
—Lo envuelvo mientras pagas.
—Gracias.
Observo su recorrido hasta la caja, saca su billetera y paga en efectivo. Seguro esa joya le estaba costando más de lo que puede pagar. ¿Para quién sería? Y… ¿por qué me importa?
Quedo un poco perdido en mis pensamientos, hoy me está pasando mucho, lo voy a atribuir al sermón que me dio mi madre antes de salir de casa.
Tan ensimismado me encuentro en mis propias reflexiones que no me doy cuenta de su salida con una pequeña bolsa igual a la que yo tengo en la mano. La observo salir distraída de la tienda y no se fija por dónde va hasta que se estrella con un grupo de personas que en aquel momento cruzaban por la entrada.