Entrar en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona fue mi objetivo desde que empecé la Educación Secundaria. Cuando obtuve mi plaza a los dieciocho años, me sentí la persona más afortunada del mundo por poder estudiar lo que quería. Sin embargo, tomar esa decisión no fue fácil y menos cuando mis padres estaban a favor de que hiciera lo mismo que ellos: Administración y dirección de empresas.
Tres años después, sólo me quedaba cursar los últimos dos cuatrimestres mientras hacía el Trabajo de Fin de Grado. Aunque abordé diversos ámbitos dentro de la carrera, como eran el dibujo técnico, la fotografía y la pintura, mi pasión era la escultura. Podía pasarme horas admirando los miles de detalles de la sublime obra del David de Miguel Ángel o de la representación de Apolo y Dafne de Bernini. Cada músculo tensado, cada tela vaporosa, cada expresión facial me cautivaba y puede que esos factores influyeran en la forma en la que actúe esa noche, con aquel chico al que no conocía de nada, en el callejón de la discoteca Costa Breve, mientras sus labios dejaban un reguero de besos por mi cuello, trazando un camino de fuego hasta mi mentón.
Me tenía arrinconada contra la pared y su cuerpo estaba tan cerca del mío que no sabía dónde empezaba él y dónde terminaba yo. Mi espalda se arqueó como si tuviera vida propia cuando la recorrió con sus largos y gráciles dedos, por lo que el calor que desprendía caló en mí, haciéndome suspirar con cada pequeño movimiento. Su lengua rozó las comisuras de mis labios y dejé escapar un jadeo cuando lo hizo. Antes de apartarse, me besó la mejilla izquierda y después la derecha.
Las luces de neón se reflejaron en su rostro y enmarcaron sus rasgos afilados. Los mechones de pelo dorado que caían desordenados por su frente hicieron parecer sus ojos azules más oscuros de lo que realmente eran y fantaseé con apartárselos hacia atrás para sentir su suavidad contra la yema de mis dedos. De pronto, apoyó una de sus manos junto a mi cabeza y se inclinó hacia delante. Era mucho más alto que yo, rozaría el metro noventa y su camiseta de manga corta negra dejaba al descubierto los tatuajes que cubrían sus brazos. En otras circunstancias le habría preguntado por ellos, pero estaba claro que ese momento no era el más adecuado.
Deslizó los dedos por mi costado sin romper el contacto visual y comenzó a descender hasta detenerse en mi cadera. Se acercó a mi oído, cerré los ojos y contuve la respiración. No me podía creer que estuviera haciendo todo eso con un completo desconocido. Al parecer, no se había dado cuenta de mi inexperiencia, o al menos eso era lo que quería creer.
—¿En qué piensas?
Su aliento me hizo cosquillas y mi piel se erizó en respuesta. Apartó la mano que tenía en la pared y con el dorso recorrió mi brazo desnudo, grabando sus caricias a conciencia.
—En nada...
Me tembló la voz al hablar y me arrepentí al instante de haber abierto la boca. No podría ocultarlo por más tiempo. Iba a darse cuenta de lo nerviosa que estaba.
—Yo no he dejado de pensar en una cosa desde que te he visto.
Volvió a mirarme y tuve que reunir todas mis fuerzas para no caerme de rodillas delante de él. La adrenalina seguía sacudiendo mi cuerpo y mi corazón latía descontrolado.
—¿Y qué es?
Una sonrisa divertida tiró de sus labios, pero el sonido de la música se mezcló con el de su voz y no pude escuchar lo que dijo. Ante mi mirada de confusión, se señaló los labios y como un acto reflejo, enrosqué los dedos en el cuello de su camiseta.
—¿Puedo besarte?
Asentí y en menos de un segundo cubrió mis labios con los suyos. Eran cálidos y suaves, casi tanto como los había sentido hacía unos minutos. No sabía lo que tenía que hacer, así que le dejé tomar el control. Esa vez, su lengua recorrió mi labio superior y con ese gesto me invitó a abrirme a él. Extendí las manos sobre su pecho y las llevé hasta su cuello, como si tuviera idea de lo que estaba haciendo. Abrí la boca y su lengua encontró la mía al instante. Entonces, introduje los dedos en su pelo y tiré suavemente de él. Su cuerpo volvió a pegarse al mío, nuestras respiraciones se mezclaron y pude sentir el latido de su corazón contra mi pecho. Nos estábamos besando sin apenas darnos un descanso para tomar aire. Una de sus manos fue a parar a mi nuca y la otra la colocó sobre mi muslo, apartando suavemente la tela del vestido negro que llevaba puesto. Atrapé su labio inferior con los dientes y eso provocó que una especie de gruñido trepase por su garganta.
Me pareció escucharlo maldecir mientras apartaba mi pelo negro hacia un lado y volvía a dejar un hilo de besos desde mi mandíbula hasta mi clavícula. Abrí los ojos y parpadeé con lentitud. Mi respiración se agitó todavía más cuando giró su muñeca y rozó la cara interna de mi muslo con los nudillos. Me miró antes de presionar con suavidad la parte más sensible de todo mi cuerpo y no pude evitar clavarle las uñas en el omoplato. Por suerte, sus labios acallaron a tiempo el sonido que me arrancó esa caricia tentadora. Me sacudió una oleada de placer que nunca antes había experimentado y mi mente se quedó en blanco. Me besó despacio antes de posar su frente en mi hombro y me abrazó mientras trataba de recomponerme. Me sentí tan bien que tardé varios minutos en darme cuenta de que mi teléfono llevaba un tiempo vibrando en mi bolso.
No estaba en mis planes hacer lo que hice, pero no tenía otra opción. Comencé a apartarme, todavía aturdida por lo que acababa de pasar y abrí la cremallera con los dedos temblorosos. Al encender la pantalla, vi las cinco llamadas perdidas de mi madre.
—Lo siento. Tengo que irme.
En un abrir y cerrar de ojos, me alejé del chico con el que había compartido mi primer beso y algo más. Lo vi mirarme en silencio mientras me giraba y salía de aquel callejón oscuro. Respiré profundamente y me empecé a hacer a la idea de que no volvería a verlo, a pesar de que todavía podía sentir todas y cada una de las partes de su cuerpo contra el mío.