—¿Destino o casualidad?
—Casualidad.
—No lo creo.
Capté el reflejo divertido de sus ojos cuando me miró bajo las luces de neón procedentes de la discoteca Heaven. Esa misma tarde, cuando Sara me dijo que él también iría, tuve el presentimiento de que terminaríamos quedándonos a solas. Aunque una parte de mí quería evitar esa situación, la otra no estaba tan en contra de ello.
—¿Debería preocuparme por él?
—¿Por Leo?—asintió cuando dije su nombre y la expresión de su rostro se volvió un poco más seria—. No. Es el hijo de unos amigos de mis padres. Nos conocemos desde pequeños.
—Pues un conocido no debería tratarte así. No tendría que tocarte sin tu consentimiento.
Estaba tan acostumbrada a los intentos fallidos de Leo de acercarse a mí que en vez de pensar en ellos había terminado por ignorarlos.
Fijé los ojos en el suelo del callejón y me rodeé la muñeca derecha. Todavía me dolía ahí donde sus dedos me habían presionado con fuerza. Siempre que lo rechazaba se lo tomaba como una especie de ataque personal. Esa noche había ido demasiado lejos, tanto que terminó por sacarme a rastras aprovechando que me separaba del grupo para ir al baño. Quizás fue por el alcohol que tomó, pero si no llega a ser por el mismo chico que tenía frente a mí en ese momento, no sé qué habría pasado.
—Gracias—arrastré mi mirada hacia la suya y me mordí el interior de la mejilla—. A veces se comporta como un niño pequeño.
—Es un completo gilipollas.
No titubeó a la hora de decir esas palabras y tampoco lo hizo cuando dio un paso adelante y se acercó más a mí. Esa noche también iba vestido de negro, al igual que el día anterior. A pesar de que me había hecho a la idea de que no volvería a verlo, no pude ocultar mi sorpresa, y tampoco mi emoción, cuando supe que nuestros caminos se cruzarían de nuevo. Todo gracias a mi amiga, que había decidido invitarlo por cuenta propia.
¿Cuántos años tendría?, ¿cómo se llamaba?, ¿cuál sería su escultura favorita del Barroco?
—¿Puedo?
Señaló mi muñeca con su dedo índice y se cruzó de brazos. Mi mano izquierda tembló ligeramente cuando dejó de sujetar mi muñeca derecha y al hablar, su voz adquirió un tono más grave que amenazó con erizar mi piel.
—Sí.
Sus dedos se colocaron con cuidado alrededor de mi muñeca, como si temiera hacerme daño. Deslizó su pulgar sobre una zona que todavía estaba enrojecida y frunció el ceño.
—¿Te duele?
—No mucho. Seguro que dentro de media hora ya no siento nada.
—¿Se lo has dicho a tus padres?
No era la primera vez que actuaba así, aunque nunca antes me había tomado por la fuerza. Sin embargo, si sacaba ese tema a relucir, mi madre me cortaba diciendo que no había nada de malo en que le gustase al brillante hijo de su queridísima amiga Penélope.
—Sí—admití—, pero no le dan importancia.
Chasqueó la lengua en respuesta. Solía hacer eso cuando estaba molesto o cuando una situación quedaba fuera de su control, pero lo que hizo a continuación fue un claro ejemplo de que era lo suficientemente capaz de reconducirla.
—Tienen un problema entonces. Tú deberías ser la prioridad de ellos.
Con un ligero y ágil movimiento de su mano que no pude anticipar, terminó acercando sus labios a la mía. Me miró a través de sus espesas pestañas y besó mi muñeca con delicadeza.
Mi corazón comenzó a latir de forma vertiginosa y por un segundo creí que estaba dentro de un sueño. Quizás me había dormido dentro de la discoteca y estaba fantaseando de nuevo con él.
—¿Qué haces?—mi voz tembló al igual que lo hizo todo mi cuerpo. Sentí mi sangre arder bajo mi piel y quise apartarme, pero mis piernas no me respondían.
—Acabo de besarte la muñeca—dijo sin apenas alejarse—. ¿Te molesta si vuelvo a hacerlo?—preguntó mientras me lanzaba una mirada cargada de inocencia—. No voy a hacer nada que no quieras.
Cualquier atisbo de racionalidad que tuviera en ese momento terminó por abandonarme. No pareció importarme que lo hubiese conocido el día anterior o que la mayoría de conversaciones que había tenido con él estuviesen repletas de frases con doble sentido. Tampoco me detuve a pensar por qué él actuaba de esa forma conmigo. Quizás lo único que quería era divertirse con algo efímero y fugaz. Puede que solo quisiera darle un mordisco a la manzana prohibida y después alejarse como si no hubiera pasado nada. Lo más probable era que quisiera seguir siendo un desconocido. ¿Qué otra explicación había?
Era la primera vez que un chico mostraba interés en mí sin contar a Leo. Lo suyo era un capricho. Después de todo, únicamente ansiaba algo que no podía tener.
—Dafne—pronunció mi nombre con lentitud y esa vez, mi piel sí se erizó—. Estoy esperando tu respuesta.
Contuve la respiración antes de contestarle y observé destellos dorados en sus ojos azules. Sentí que no tenía escapatoria. Iba a dejarle acercarse todo lo que quisiera.
—No.