Luces de neón

Capítulo 4. Sueños

—Perdona. ¿Puedes repetirlo?—dije sin poder creer lo que acababa de decirme—. Es que no te he oído bien.

Se giró hacia mí con un vestido en cada mano y alzó una ceja. Los rayos de sol que entraban por la ventana de su habitación se reflejaban en las mechas doradas de su pelo castaño, haciéndolo contrastar con sus ojos color chocolate y con su piel bronceada. Sara sabía que la había escuchado a la perfección y por ese motivo me dedicó aquella mirada de incredulidad.

—¿Desde cuándo es un crimen invitar a alguien a una fiesta?

Apoyé los codos sobre el fino edredón que cubría su cama y me incliné hacia delante. La siesta de dos horas no me había sentado bien. En vez de desconectar de todo, lo cual era realmente necesario si pretendía aguantar despierta toda la noche por segunda vez consecutiva, mi subconsciente se había dedicado a construir escenarios imaginarios donde hacía determinadas cosas con un determinado chico al que no esperaba ver de nuevo. Al menos no tan pronto. Si bien pensé que había un pequeño porcentaje de probabilidades de encontrarme con él cuando busqué la dirección de la discoteca, no terminaba de asimilarlo.

Mascullé y me froté las sienes con la esperanza de poder librarme de la ligera migraña que comenzaba a atormentarme.

—No lo conoces de nada. Ni siquiera sabes qué tipo de persona es o cuáles son sus verdaderas intenciones.

Resopló y centró toda su atención en las prendas de ropa. El morado llevaba un tirante cruzado y el verde pálido era palabra de honor. El tejido de ambos era similar a la licra y le debían de llegar por encima de las rodillas. En realidad, yo no le encontraba una razón a tanto debate, pues se vería espectacular con cualquiera de los dos.

—Es la oportunidad perfecta para descubrirlo. ¿No crees?

—¿Acaso sabes cómo se llama?

—No—una sonrisa juguetona tiró de sus labios—. ¿Tú sí?

Me senté y me crucé de brazos.

—No. Lo cierto es que no hablamos demasiado.

Si por mí hubiese sido, me habría quedado en una esquinita como de costumbre sin abrir la boca, pero eso no fue lo que pasó. Ese chico se acercó a mí sin pudor alguno y no podía echarle la culpa de todo, ya que yo no hice ni el más mínimo esfuerzo para apartarme. Es más, cuando me sujetó la cara mientras sollozaba, estuve a punto de hacer una gran estupidez. Fue una suerte que me quedase quieta, ya que abrazar a alguien a quien acababa de conocer no tendría justificación alguna.

—No me sorprende—bufó mientras se daba la vuelta y se miraba en el espejo con el vestido morado—. Cuando le enseñé una foto en la que salíamos juntas se quedó sin palabras.

Me tensé al oír aquello y quise saber a qué se refería exactamente.

—¿Qué quieres decir?

Lanzó el vestido verde pálido a los pies de la cama y se decantó por el morado.

—Que lo dejaste con la boca abierta. ¿Lo entiendes así mejor?—se rió con ganas cuando fui yo la que se quedó boquiabierta—. Exacto. Esa fue la cara que puso.

—¿Le dijiste mi nombre?

Cogió el vestido negro que estaba sobre la silla de su escritorio, el cual compré esa misma semana sin que mi madre se enterara, y se sentó a mi lado. Volví a mirarlo como la primera vez que me lo enseñó y confirmé que seguía sin convencerme del todo. Para empezar, los tirantes eran demasiado finos y puede que fuera un poco corto para mí. Era más su estilo que el mío, pero como nunca antes había ido a una fiesta como la de esa noche, nada de lo que tenía en mi armario me servía.

—Claro. ¿Cómo si no iba a saber que tú eras mi salvadora?

Asentí lentamente y la miré con detenimiento.

—¿Por qué lo has invitado?—pregunté queriendo encontrarle el sentido a todo—. Sé sincera.

—Porque fue un cielo conmigo—contestó encogiéndose de hombros—. Creo que nunca en mi vida me he cruzado con una persona tan atenta—dijo sin una pizca de vacilación—. Si hubiese sido otro me habría mandado a paseo. Ya sabes lo pesada que me pongo cuando bebo más de la cuenta.

—No hace falta que lo jures.

—Me quedé dormida mientras me tatuaba y me hablaba de esculturas del Barroco—se llevó las manos a la cara y sacudió la cabeza —. Estoy segura de que ronqué.

No pude evitar reírme de su comentario y palmeé ligeramente su espalda.

—No me dijo nada al respecto.

—¿Cómo esperas que te diga algo tan vergonzoso?

—¿Qué tiene de malo?

—¿De verdad esperas que eso me suba el ánimo?

Me miró e hizo un mohín.

—Si te sirve de consuelo, yo duermo con los brazos cruzados sobre el pecho como si fuera un vampiro.

Las comisuras de sus labios se elevaron en ese momento. Se puso en pie y me tendió el vestido.

—Pruébatelo. Son las ocho y tenemos que estar allí a las diez.

—Está bien—dije sin mucho entusiasmo.

—Necesitas desconectar de vez en cuando—su voz adquirió un tono más serio—. Tanta presión no es buena. Ya tendrás tiempo para preocuparte de tu proyecto y de los exámenes. También de tus padres y del futuro—apuntó—, pero quiero que hoy te olvides de todos y de todo.

—No sé si voy a poder.

—Tú decides si quedarte en tu zona de confort o salir a comerte el mundo—me guiñó un ojo antes de girarse en dirección al armario en el que guardaba los bolsos y me habló desde allí—. Tú decides si quedarte con las ganas o crear el mejor recuerdo de tu vida.

A las nueve y cuarto de la noche, Sara, Ian y yo ya habíamos cenado. Nanami decidió pasar el fin de semana en casa de su novio Kenzo, que era tres años mayor que ella y trabajaba como recepcionista en el Hotel Sagrada Familia. Por otro lado, Kija estaba respondiendo muy bien al tratamiento y si todo salía bien, en menos de una semana estaría de vuelta.

Miré mi reflejo en el espejo del cuarto de baño y me aferré con tanta fuerza a ambos lados del lavabo que mis nudillos adquirieron un tono blanquecino.

—Tranquila—me dije en voz alta—. Es una fiesta cualquiera. Tampoco sabes con seguridad si él irá—procesé mis palabras y negué con la cabeza. Al hacerlo, mi pelo negro y liso me hizo cosquillas en los brazos, provocándome un escalofrío—. ¡Dios!—me quejé—. ¿Por qué tienes que estar tan nerviosa?




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