Luces de neón

Capítulo 5. Letras japonesas

Después de mi aparatosa entrada triunfal, me aparté tratando de aparentar que no había sentido nada cuando acarició mis hombros desnudos con las yemas de sus dedos al igual que lo hizo en mis sueños. No pasé por alto el hecho de que me miró con una mezcla de asombro y curiosidad al tiempo que las comisuras de sus labios se elevaban al pensar en lo que diría a continuación. Además, había permanecido con las manos sobre sus antebrazos hasta ese momento a pesar de que a través de sus ojos era capaz de leer lo que para él significaba que yo no tuviese ni la más mínima intención de poner una distancia considerable entre los dos.

—Sé que teníamos una conversación pendiente—comenzó a decir a medida que se acercaba a mi oído—, pero estoy empezando a considerar que ese momento puede esperar.

Escuché un carraspeo e inmediatamente retrocedí, rompiendo el contacto de sus manos sobre la parte alta de mi espalda. Aunque era consciente de que el rubor que cubría mis mejillas debía ser completamente visible para todo el mundo, me aferré a la idea de que las luces de la discoteca lo haría pasar desapercibido.

—Te equivocas. Tú y yo no tenemos nada de lo que hablar.

Comprendí que mis palabras de advertencia no habían surtido el efecto que en un principio deseé cuando su sonrisa se ensanchó. Retrocedió hasta quedar apoyado contra la barra y se cruzó de brazos. En ese preciso momento vi que mi coletero morado todavía seguía en su muñeca y al darse cuenta alzó las cejas como si tratara de exculparse. Tuve que morderme la lengua para no decirle nada al respecto porque después de todo tenía razón. Sí teníamos una conversación pendiente.

—¡Has venido!—exclamó Sara.

Sus ojos volaron hacia los de mi amiga y me hice a un lado.

—No me lo habría perdido por nada del mundo.

Mi corazón todavía latía acelerado y no sabía muy bien si se debía a lo que acaba de pasar entre nosotros o si Leo tenía gran parte de la culpa. Me giré de medio lado y me di cuenta de que estaba parado justo detrás de mí, por lo que curvé los dedos alrededor de la correa negra de mi bolso y me acerqué a ella.

—¡Aquí estáis!—escuché la voz de Ian y sentí que la tensión de mis músculos disminuía—. Os habíamos perdido de vista.

Hugo debió de unir todos los cabos al ver a Leo y terminó colocando una mano en mi brazo para alejarme de él de la forma más discreta posible. Sin embargo, antes de salir de una situación comprometida me metí en otra, ya que no tuve más remedio que colocarme junto a la barra. Los tres formaron una especie de barrera a mi alrededor y aunque eso me permitió respirar aliviada, era consciente de que tarde o temprano buscaría otra forma de acercarse a mí.

Leo y yo nos conocíamos desde pequeños. Nuestros padres, además de ser socios en el trabajo, eran inseparables. Su amistad comenzó en la Universidad y a partir de ese momento se volvieron uña y carne. Lo hacían todo juntos: viajes, compras e inversiones, incluso tenía la sospecha de que nuestras madres planearon quedarse embarazadas al mismo tiempo, ya que ambos cumplíamos años en julio, si bien él era una semana mayor que yo. Quizás en sus mentes todavía seguía viva la idea de que terminaríamos juntos, pero lo cierto era que su mera presencia me irritaba. A medida que pasaban los años era consciente que sus sentimientos iban en aumento. Un beso y un abrazo cuando se es pequeño puede resultar gracioso, inocente, pero no cuando eres un adolescente y ya te han dejado bastante clara la línea que no debes sobrepasar. Puede que lo que lo moviese a seguir actuando de esa forma fuera su propia codicia. Si quería algo, haría lo que fuera para conseguirlo, independientemente de si era ropa, un coche o la chica más guapa de su facultad.

Cuando me habló minutos antes, capté el olor a alcohol que desprendía y temí que volviera a repetirse el incidente que tuvo lugar dos años atrás en la fiesta de cumpleaños de Hugo, así que que siguiera allí parado con un vaso de cristal en la mano casi vacío mientras miraba fijamente al chico que tenía al lado como si fuera una amenaza no me tranquilizaba para nada.

—Parece que el tatuaje te está cicatrizando bien.

—Sí—contestó Sara mientras le hacía ojitos al chico de pelo corto y castaño que servía las bebidas—. Estoy muy contenta con el resultado.

—Por cierto, me alegro de que el accidente con el perro de tu amiga haya quedado en un susto. En unas semanas estará completamente bien.

—¿Cómo estás tan seguro?—pregunté con curiosidad.

—Lo sé por experiencia.

—¿Tienes mascotas?

—Tenía. Mi perro Zeus murió hace ocho años.

—Lo siento—me apresuré a decir.

—No pasa nada. Era muy mayor. Mi madre lo adoptó antes de que yo naciera.

—Tiene que ser duro—admití.

Al final y sin importar lo que sea, una mascota se convierte en un miembro más de la familia y su partida puede incluso llegar a doler lo mismo que perder a un ser querido.

—¿Quieres verlo?

Su voz adquirió un tono más animado y no quise detenerme a indagar en el cosquilleo que sentí en el estómago cuando se giró completamente hacía mí.

—Claro—respondí sin ser capaz de sostenerle la mirada.

Nuestro pequeño grupo aumentó cuando aparecieron los compañeros de clase de Sara, Hugo e Ian. De pronto, el hombro de Leo rozó el mío justo cuando acababa de decir casi a gritos que el perro husky de ojos azules y pelaje grisáceo que acababa de ver era una auténtica preciosidad, aunque fingí que no me daba cuenta.

A medida que pasaba el tiempo, el ambiente se caldeaba. Las personas bebían y bailaban cada vez más cerca mientras que el volumen de la música aumentaba. Pese a que había una planta superior más despejada a la que se podía acceder a través de unas escaleras, permanecimos todo el tiempo en la parte inferior.

—Te invito a un trago—vociferó Leo al tiempo que me apartaba unos mechones que descansaban sobre uno de mis hombros.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.