Luces de neón

Capítulo 8. Tiempo

El mes de septiembre llegó a su fin en un abrir y cerrar de ojos. Cuando quise darme cuenta, ya estábamos a primeros de octubre. Como consecuencia, los días comenzaron a volverse más cortos y cuando caía la noche, la brisa veraniega desaparecía y quedaba sustituida por una más fría, convirtiendo la calidez de los meses anteriores en meros recuerdos. 

Recuerdos. 

En eso mismo estuve inmersa durante las últimas semanas, reviviendo ese momento siete años atrás como si de un bucle se tratara. Me sentía culpable cuando caía en la cuenta de que él me había reconocido primero. Pero, ¿cómo iba a saber yo que aquel chico era él? 

Seguía siendo alto, aunque con el paso de los años había terminado dando su último gran estirón. Estaba segura de que llegaba al metro noventa sin problemas. Sin embargo, en ese entonces no había ni rastro de los tatuajes de sus nudillos, ni de los aros plateados que colgaban de sus orejas. Su piel era pálida, tanto que llegué a pensar que quizás era extremadamente sensible al sol, aunque esa idea era también una excusa que me inventé yo misma cuando me di cuenta de que no tenía intención de acercarse a la multitud que se había reunido para celebrar el quinto aniversario de la inauguración de Tres Mares.

También estaba extremadamente delgado y las ojeras que tenía bajo sus párpados inferiores eran un claro indicio de que no dormía bien. 

Lo peor de todo era que también lo miré una última vez arrepintiéndome de no haber reunido el valor suficiente como para preguntarle su nombre. Aunque nunca supe por qué terminó allí, su forma de actuar, de hablar y de mirar a los demás, incluyéndome a mí, no me hacían pensar que hubiese sido capaz de cometer algún tipo de crimen horrible. 

Más bien, parecía todo lo contrario.

No es que me molestara el hecho de que su recuerdo me rondase muy a menudo, pero tras la segunda reunión con Calipso en la que acordamos cuál sería la fecha de entrega del borrador del marco teórico de mi trabajo, comenzar a hacerlo se convirtió en mi prioridad, así como empezar a ponerme manos a las obras con las entregas de los trabajos del resto de asignaturas. Si septiembre había pasado tan deprisa, tendría diciembre encima antes de que pudiera hacerme a la idea de que los exámenes de ese mes serían los últimos que haría hasta mayo, momento en el que debería estar terminando las prácticas y entregando mi Trabajo de Fin de Grado con la escultura incluida.  

—¿Y qué pasa con Eros?

El aire se me quedó atascado en la garganta cuando traté de volver a respirar como si el escuchar su nombre no me afectara ni lo más mínimo. Evité mirar directamente a los ojos negros de Calipso y centré toda mi atención en los tatuajes de estilo rockabilly y vintage de sus brazos, que además combinaban a la perfección con su estilo de chica Pin Up.  

—¿Qué? —La botella de agua que tenía en las manos se me resbaló, chocando contra el suelo con un sonido seco y rodando por debajo de la mesa hasta llegar a sus tacones azul celeste a juego con su vestido—. ¿A qué te refieres?

Por un momento pensé que se estaba refiriendo a él, aunque pronto mi lado racional se dio cuenta de que eso no tendría ningún sentido. 

—La historia de Eros y Psique —dijo mientras se agachaba a coger la botella y me la devolvía —. A eso me refiero.

—Claro, claro. Esa historia… —Rmití una risita nerviosa y me revolví en mi asiento—. Es que no me convence del todo. 

Calipso suspiró y se masajeó las sienes. 

—Ya hemos hablado de este tema antes, Dafne. 

—Pero es que me siento más segura trabajando con la anatomía femenina. ¿No te gusta ningún boceto? —Señalé los papeles que una hora antes había colocado sobre su escritorio y después me crucé de brazos. 

—Claro que me gustan —asintió lentamente. Después frunció sus labios pintados de rojo carmesí y cogió uno de mis dibujos—. Son una auténtica maravilla. Tienes talento, pero necesitas ir más allá. No puedes limitarte a reproducir las obras de otros. Necesitas salir de tu zona de confort. 

Aunque sabía que tenía razón, no podía sincerarme del todo. La realidad de por qué no me atrevía a embarcarme en algo así era porque no podía haber una escultura de Eros en mi composición si no tenía un modelo de carne y hueso masculino. 

—¿Eres consciente de que le estás poniendo barreras a tu trabajo sin ni siquiera intentarlo?

—No puedo apoyarme en las esculturas del taller de la facultad y las referencias de los libros de Historia del Arte también están prohibidas para mí. —Entonces fui yo la que suspiró—. Va a ser un fracaso total.

—¿Acaso crees que Miguel Ángel creó a su David sólo imaginándolo? —Relajó su expresión y se reclinó hacia atrás—. No tiene nada de malo admitir que hacemos las cosas en base a algo, o en este caso, en base a alguien. 

—Lo sé —admití—, pero…

—No hay peros. —Alzó la mano, interrumpiéndome, y chasqueó la lengua—. A cualquier persona que le enseñes tus bocetos te dará el visto bueno para que escojas el que más te guste y le des vida a través de una escultura, pero te conozco y sé que tú no te sentirías del todo conforme haciendo algo así. 

Fijé mis ojos en la ventana que tenía a sus espaldas y en la forma en la que la luz del sol se reflejaba en su pelo color azabache recogido en un moño. 




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