Luces de neón

Capítulo 9. Fuegos artificiales

—¿Casualidad o destino?

Su pregunta, aparentemente inofensiva, me hizo volver a la noche que no podría olvidar jamás. En Paradise me dijo lo mismo. Incluso fue capaz de mantener ese tono tan despreocupado. Lo que sucedió después fue algo que los dos quisimos. La única diferencia era que él me había reconocido desde el principio, aunque parecía no importarme demasiado, ya que seguía queriendo hablarle. Me hubiese encantado preguntarle cómo había estado todos esos años y también confesarle que me alegraba de verlo tan bien. Sin embargo, una parte de mí sentía pavor por lo que eso implicaba. 

—No empieces —murmuré al experimentar una sensación de déjà vu.

Al percatarse de que no mostraba ni la más mínima intención de coger el cuaderno, su mirada volvió al dibujo antes de posar sus ojos azules en mí. La última vez que lo tuve tan cerca fueron las luces de neón las que se reflejaron en ellos, pero ese día sucedió algo diferente, pues el cielo ya rosado que daba paso a mi violeta favorito creaba una especie de halo a su alrededor que más tarde plasmaría en un lienzo usando acuarelas.

—¿Que no empiece qué?

No trató de ocultar la sonrisa que terminó curvando sus labios, los mismos que había dibujado al detalle y con tanto cuidado unos minutos antes. Cuando habló, la brisa del mar meció los mechones de su frente y casi sentí envidia de ella por haberlo hecho antes que yo. 

—¿Por qué no me lo dijiste?

Mi voz se mezcló con el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Sentí que los labios me temblaban, pero lo último que quería era que el nudo que estaba empezando a apoderarse de mi garganta me impidiese hablar.

—¿Decirte qué?

—Que eras tú.

Recorrió mi rostro con su mirada, como si me estuviera analizando, y de pronto recordé cómo actuó con Leo cuando nos vio a Leo y a mí fuera de la discoteca. Comprendí que estaba pensando bien en lo que debía decir a continuación, porque estaba más que claro que sabía a lo que me estaba refiriendo. 

Al ver el dibujo de Tres Mares en mi habitación fue como si todas las piezas sueltas del puzzle se unieran por fin. 

—¿Y quién soy yo?

Hécate movió la cola y levantó la cabeza en su dirección, como si estuviera tratando de llamar su atención. Ese gesto lo hizo sonreír de nuevo y el sonido que lo acompañó bastó para erizar mi piel. Por suerte, la camisa blanca que llevaba puesta me salvó de quedar fácilmente expuesta en esa ocasión.  

—Tenías que haberlo hecho. 

—¿Eso hubiese cambiado algo de lo que sucedió entre los dos?

A partir de entonces fui incapaz de mirarlo a los ojos. Interpreté su respuesta como si se estuviera refiriendo al hecho de que su pasado podría haber terminado influyendo en las decisiones que tomé y que me llevaron a lo que se convirtió en un recuerdo que me persiguió tanto que se convirtió en una especie de sueño en el que me refugiaba a menudo. La emoción que revivía en mí me hacía sentir justamente así, viva. Pero no tenía el valor suficiente como para decírselo. No sin saber lo que él sentía. No sin saber el verdadero motivo por el que lo había hecho. Porque compartimos más de un beso, de dos y de tres. Porque fuimos más allá. Y porque yo no me arrepentía de nada.

—¿De verdad piensas eso?

—No —contestó como si me estuviera leyendo la mente.

Hécate se puso en pie cuando se sentó a mi lado y estiró las piernas. Me fijé en la diferencia que había entre las suyas y las mías, aunque no quise que se me notase demasiado que me detenía a admirar ese detalle. 

—Tranquila —susurró con voz suave mientras ella se dirigía a su regazo—. Que nos vas a llenar de arena. 

En ese momento noté cómo se giraba hacia mi lado. Estuvo varios segundos sin moverse, tal vez esperando que lo mirase de vuelta. Pero mis ojos estaban puestos en el horizonte, justo en el punto en el que el sol comenzaba a fundirse con el mar. 

—Gracias.  

Las luces de las farolas titilaban en la lejanía, como una señal de advertencia que nos avisaba de que la noche caería pronto sobre nosotros. A pesar de que la brisa se había vuelto más fría, mi cuerpo apenas se percató de ese cambio. Lo cierto era que estaba demasiado ocupada tratando de no perder mi autocontrol. No quería que mis emociones se apoderaran de mí y me bloquearan. 

No quería echarlo todo a perder. 

No quería irme de allí sin estar segura de que volvería a verlo.

No estaba dispuesta a que esa situación se repitiera. 

—No me des las gracias por lo que pasó —respondí sintiendo un ligero pinchazo en el corazón. El día que nos conocimos fue inolvidable por varias razones, aunque no todas ellas fueron tan buenas como me hubiese gustado—. Desde el principio supe que tú no fuiste el culpable. 

Sus manos acariciaron a Hécate y ésta se acurrucó más todavía. Cuando vi esa imagen, quise inmortalizarla.

—Si no hubieses hablado por mí, las cosas podrían haberse puesto muy feas. No pude agradecértelo, así que lo hago ahora. Gracias, Dafne. 

Alisé las arrugas inexistentes de mi falda marrón y cuando sus ojos dejaron de mirarme para quedarse fijos en el mar, pensé que capturar las últimas luces del atardecer a través de ellos sería lo próximo que dibujaría. Al mirarlo, vi los tonos cálidos reflejados en sus pupilas, pero en lugar de apagarse lentamente, brillaron como si en realidad estuviéramos ante un espectáculo de fuegos artificiales. Sin embargo, cuando faltaba menos de un segundo para que todo se sumiera en la oscuridad, sentí su mano sobre la mía. Entonces giró su cara completamente hacia mí y de nuevo fui consciente de que su cercanía sólo me incitaba a querer hacer que momentos como ese se prolongaran en el tiempo. 




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