El carraspeo de Sara fue lo único que logró que dejara de mirarlo. Una vez que sus ojos captaron mi atención, me olvidé de todo lo demás, incluso de que estaba en un sitio repleto de personas y que una de ellas era mi mejor amiga, la cual no tenía ni idea de lo que había sucedido entre el chico que parecía estar a punto de besarme y yo. Sabía que eso estaba mal. Era consciente de que se lo tenía que haber dicho antes para que no se enterara de esa forma, pero preferí alargarlo un poco más para evitar su famoso avasallamiento de preguntas. No se trataba únicamente del hecho de que sí había pasado algo entre nosotros esa noche, sino de que nos conocíamos de antes, a pesar de que siete años atrás no estaba siendo la mejor época para ninguno de los dos.
—Hola, Sara. —Habló con normalidad, como si estuviera haciendo algo a lo que estaba acostumbrado. No apartó sus manos ni tampoco retrocedió—. ¿Qué tal, Izan?
El chico de ojos castaños se enderezó en su asiento y tuve la sensación de que palidecía.
—¿Os conocéis? —preguntó mi amiga sin salir de su asombro.
Me lanzó una mirada rápida y casi pude leer lo que pasaba por su mente. Vocalicé un lo siento y ella un lo sabía.
—Eros y yo vamos juntos a clases de Kick boxing.
Izan desvió la mirada y se arregló el cuello blanco de la camisa que llevaba puesta bajo su jersey azul marino de marca. Le había crecido el pelo, lo que le permitía retirarlo hacia atrás, tal y como hacía en ese momento.
¿Por qué tenía la sensación de que el ambiente se había vuelto más pesado a nuestro alrededor?
—Te has saltado el entrenamiento de esta semana. —Cuando Eros hablaba, podía sentir la vibración que emitía a través de su pecho, así que cuando se inclinó hacia atrás y dejó una pequeña distancia entre su cuerpo y el mío, extrañé esa extraña sensación de inmediato—. ¿Todavía te duele el puñetazo del otro día?
—Para nada —respondió de inmediato. Meneó la cabeza y frunció los labios en una fina línea—. Me han lanzado golpes peores en el ring.
—No sabes lo que me alivia escucharte decir eso —respondió con una voz que sonó demasiado aterciopelada. Quizás era su cercanía la que me hacía percibir ese tipo de cosas—. Supongo que un uppercut así lo puede hacer cualquiera.
—¿Qué es un uppercut? —preguntó Sara.
Colocó las manos sobre la mesa y observó expectante a Izan, pero éste parecía haber perdido el habla.
Eros se apartó en ese momento. Sus manos dejaron de cubrir las mías y vi cómo mi amiga lo seguía con la mirada. No sabía si moverme o si quedarme quieta. Sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión, su mano apareció de nuevo en mi campo de visión. Colocó sus dedos índice y pulgar sobre mi barbilla e hizo que nuestros ojos se encontraran de nuevo.
El corazón me golpeó con fuerza las costillas y durante un breve instante, me sentí tentada a cerrar los ojos para concentrarme únicamente en lo que ese gesto me hizo sentir.
—Es un golpe ascendente que se lanza de abajo hacia arriba. —Movió ligeramente su mano mientras lo explicaba, aunque lo hizo de una forma tan sutil que no parecía que se estuviera refiriendo a un golpe que posiblemente podría noquearte—. Se utiliza para atacar la barbilla o el cuerpo del oponente, como el estómago o las costillas.
Sonrió brevemente y me liberó, pero no se alejó. Lo siguiente que hizo fue colocar su mano en mi hombro.
—Por eso no quisiste que nos viéramos la semana pasada. —Noté un matiz de decepción en las palabras de Sara, pero logró camuflarlo cuando habló de nuevo—. No esperaba que también practicaras Kick boxing— le dijo a Eros.
—¿Qué puedo decir? Me gustan los deportes de contacto.
Presionó ligeramente mi hombro al pronunciar esa palabra. Abrí la boca, aunque no sabía muy bien qué decirle. ¿Por qué casi todo lo que decía parecía tener doble sentido? Además, era más que obvio que le gustaba el contacto. ¿Y a quién quería engañar? Yo no estaba para nada en contra de eso.
—Te he pedido que me esperaras fuera —le dije en voz baja.
Eros se acercó de nuevo y sin pudor alguno, se inclinó para hablarme al oído, enroscando un mechón de mi pelo alrededor de su dedo índice.
—¿Y arriesgarme a que te quedaras a solas con ese tío?
De pronto, un escalofrío me trepó por la columna cuando escuché la campanilla de la entrada. Miré hacía allí y vi a Leo cruzar el umbral de la puerta con una sonrisa socarrona en el rostro que se esfumó de golpe cuando nos vio. Frunció el ceño y empujó a dos de sus amigos al tratar de sobrepasarlos. Escuché a Sara maldecir entre dientes y me puse en pie con la intención de irme de allí cuanto antes.
Los colores anaranjados del atardecer se tiñeron de negro. La melodía que sonaba a través de la radio, así como las conversaciones de todos los que estaban allí se detuvieron de golpe. El suelo a mis pies desapareció. Sus ojos verdes me miraron con una mezcla de incredulidad y enfado, pero ¿por qué?
¿Por qué no me dejaba en paz?
—Necesito salir de aquí —logré decir, a pesar de que tenía la sensación de que nadie podía escucharme.
Al menos hasta entonces, había terminado acercándose tanto como había querido. Antes o después, siempre lo conseguía. Había aceptado que esa vez no sería diferente. Le escribí a Eros porque no quería volver sola a casa. Incluso si hubiera salido antes de la cafetería, estaba segura de que me lo habría encontrado por el camino. Desde el momento en el que Izan dijo que sus amigos irían allí, supe que hiciera lo que hiciera, no tendría escapatoria. Y no me equivoqué.