Tenerlo delante bastaba para que mi corazón latiera más rápido de lo normal. Y no eran solo un par de pulsaciones de más. Además, el hecho de estar los dos juntos en la misma habitación no me facilitaba las cosas y a pesar de que no podía estar segura de si el leve temblor que se apoderaba de mis dedos cada vez que trazaba una línea sobre el cuaderno pasaba desapercibido, como no había dicho ni una palabra desde que le pedí que se subiera al taburete y dirigiera su mirada hacia la ventana, me permití respirar con tranquilidad. Al menos hasta que tuviera que volver a mirarlo a los ojos.
Llevaba una camiseta de manga corta blanca básica y los tatuajes de sus brazos estaban al descubierto. Mentiría si dijera que no me detuve en más de una ocasión a observarlos, preguntándome cómo sería sentir el relieve de sus contornos contra las yemas de mis dedos, aunque cuando esos pensamientos recurrentes acudían a mi mente, me obligaba a parar, a respirar lentamente y a seguir con lo que tenía que estar haciendo, porque si seguía dibujándolo a ese ritmo, no terminaría nunca. A pesar de que el boceto rápido que estaba haciendo era muy sencillo en comparación con los que guardaba entre las páginas de mis libros, estaba satisfecha. Ya tendría tiempo de perfeccionarlo, de marcar más sus líneas de expresión, de resaltar detalles que solo podían apreciarse de cerca, como la casi imperceptible hendidura de la cicatriz de su labio inferior.
—Levanta la mano izquierda como si estuvieras sosteniendo una flecha y apuntando a alguien con ella.
Hizo lo que le pedí y llevó su mano a la altura del corazón. Después la cerró en un puño y desvió la mirada hacia el lugar en el que me encontraba. Era de noche, pero la pantalla de luz que me permitía crear contrastes de luces y sombras nos permitía vernos a la perfección.
—¿Así? —preguntó con voz suave.
Tragué saliva y lo miré en silencio. La luz incidía directamente sobre su espalda, marcando sus músculos definidos y flexionados, mientras que su rostro, parcialmente oculto por las sombras, me incitaba a pasar directamente a la fase en la que tendría que tocarlo directamente.
—Sí.
Me apresuré a capturar esa imagen como si temiera que, al levantar la vista del cuaderno, él ya no estuviera allí. Antes de ponerme a trabajar en la escultura de plastilina escolar blanca, tenía que estar totalmente segura de la escena a la que daría vida. Una escena que sin la ayuda de Sara no habría surgido jamás. Gracias a ella y a Calipso, le daría un nuevo significado a la historia de Cupido, que lanzó su flecha de plomo a la ninfa Dafne para evitar que se enamorara de Apolo, y la misma, que se convirtió en un árbol de laurel para que Apolo no pudiera alcanzarla.
Cuando cerraba los ojos, podía verla con total claridad. Quería dibujar sus manos y sus labios rozándose por primera vez. No podía pensar en otra cosa que no fuera eso. De hecho, me picaban los dedos de la emoción, deseando moldearlos.
—¿Qué tal así?
Hizo descender su mano, pero no rompió el contacto visual.
—Creo que como la tenías antes me gusta más.
Asintió y volvió a la posición anterior, pero de repente movió su pierna derecha y el contraste de la luz cambió.
—¿Así?
Me pellizqué el puente de la nariz y suspiré pesadamente.
—Acabas de moverte.
—Claro —respondió con lentitud —. Porque tú me lo has dicho.
—La mano —enfaticé—. No la mano y la pierna.
—¿Por qué no vienes aquí y me dices exactamente lo que quieres que haga?
—¿A qué viene eso? —pregunté, alzando una ceja —. Solo nos separan unos metros.
—Nos separan al menos diez metros, Dafne. —Entrecerró los ojos y después arqueó las cejas—. Más adelante tendrás que tocarme —me recordó—. Así que no le encuentro sentido a todo esto, si ya sabes que no voy a morderte.
Relajó los hombros y dejó caer los brazos a ambos lados de su cuerpo. Cuando quise darme cuenta, mis manos habían dejado de temblar.
—Si no te lo pido, claro —murmuré, recordando lo que me dijo en su estudio.
—Si no me lo pides —repitió pocos segundos después—. Porque sabes que voy a hacer cualquier cosa que me pidas.
Todos mis sentidos se dispararon cuando se bajó de un salto del taburete y dio un par de pasos en mi dirección hasta que se detuvo por completo frente a mí.
—¿Por qué harías algo así?
—Porque lo veo cuando te miro. —Mis ojos se encontraron con los suyos y mi respiración se agitó—. Y lo siento cuando te toco.
—¿Qué sientes?
—Lo mismo que tú.
—¿Y por qué no me has besado todavía?
—¿Es eso lo que quieres? —preguntó al tiempo que un reflejo dorado surcaba el negro de sus pupilas.
—Sí.
Eros se movió increíblemente rápido. Él no dudó y yo no tuve tiempo de reaccionar, ni siquiera cuando el cuaderno y el lapicero se me resbalaron de las manos y cayeron al suelo con un golpe seco. Un segundo antes estaba a medio metro de distancia y al siguiente, sus manos me sujetaban suavemente las mejillas. Sus pulgares rozaron las comisuras de mis labios y el resto de sus dedos me hicieron cosquillas al entrar en contacto con la piel sensible de mi cuello.