La exposición de arte a la que Eros decidió llevarme aquella tarde de finales de octubre abarcaba los paseos marítimos de cuatro playas enteras. Nuestra ruta comenzó en la playa del Bogatell, siguió por la de Nova Icaria, continuó por la de La Barceloneta y culminó en la de San Sebastián, por lo que estuve más cerca que nunca del lujoso Hotel W Barcelona, también llamado Hotel Vela, de casi cien metros de altura y en el cual Penélope y Ander habían pasado incontables noches de verano. Durante la carrera de Bellas Artes había tenido que estudiar algunas asignaturas relacionadas con la arquitectura, y aunque no eran de mis preferidas, no podía negar que me emocionaba reconocer que, por ejemplo, ese hotel que se alzaba como la vela de un barco y cuya cubierta acristalada reflejaba el azul del cielo y del mar, se integraba dentro de la arquitectura moderna, que surgió en el siglo XX y se caracterizó por la simplificación de las formas, la ausencia de ornamento y las referencias a las diferentes tendencias del arte moderno, como el cubismo y el futurismo.
Sin embargo, aunque su interior era más exuberante que su exterior, una noche allí me saldría más cara que todo lo que me gastaba en materiales durante un trimestre. Además, si tenía que decantarme por un estilo concreto, lo haría por el Barroco, que surgió en Roma a principios del siglo XVII y se extendió hasta mediados del siglo XVIII, impregnando el arte de esa época de gran dramatismo.
Por otro lado, el arte del Renacimiento, que nació en Italia en el siglo XV, buscaba recuperar la Antigüedad clásica. Esa corriente englobaba esculturas como El David de Miguel Ángel y pinturas como La Primavera de Botticelli.
Cuando bajé mi mirada hacia nuestras manos unidas, recordé la vez que Sara me dijo que cuando se durmió mientras él la tatuaba, antes le había estado hablando del Barroco. Me pregunté entonces si allí veríamos esculturas y cuadros de esa época. Tenía la sensación de que muchas de esas obras de arte estaban grabadas a tinta en su piel y no puede evitar pensar lo mismo que cuando soñé con él. Sentir el relieve de sus contornos contra las yemas de mis dedos se estaba convirtiendo más en una necesidad, porque hacía tiempo que había dejado de sentir solo curiosidad.
—¿Cómo has sabido que iban a hacer una exposición de arte en la playa?
Me fijé en el detalle de que andaba más lento que de costumbre y de que a medida que nos acercábamos al paseo, se acercaba un poco más a mí, como si tenerme agarrada de la mano no fuera suficiente. Los puestos estaban colocados a ambos lados del camino y desde lejos pude ver pequeñas esculturas, cuadros con pinturas de diversos estilos donde se mezclaban colores cálidos con fríos, claros con oscuros.
—Liam me lo ha dicho —respondió sin apartar la mirada del frente—. Suele venir aquí con Hécate, pero hoy han tenido que irse a otro sitio más tranquilo. —Ladeó la cabeza en mi dirección y me lanzó una mirada fugaz—. No he podido evitar pensar en ti y en que te gustaría.
—Siempre he ido a exposiciones organizadas por la Universidad en museos, pero nunca a ninguna como esta. —Dudé en si darle las gracias o no, pero sentía que tenía que decírselo. Quería decirle cómo me sentía, con todo lo que eso podría conllevar—. Gracias, Eros. —Pronunciar su nombre todavía me producía cosquillas en el estómago. Y esa sensación solo aumentaba cuando observaba su reacción, en la forma en la que sus labios se curvaban hacia arriba y en cómo sus ojos parecían brillar—. Por esto y por todo lo que has hecho hasta ahora.
—No tienes que agradecerme nada… —De pronto, el tono de su voz cambió. Descendió, al igual que lo hicieron sus ojos. Me buscó con la mirada. Él también quería ver mi reacción. Sabía que le gustaba comprobar que no había dejado de tener ese efecto en mí—. O quizás solo estoy haciendo esto para después pedirte algo a cambio.
Sentí un hormigueo en la nuca justo cuando atravesamos un cartel con letras de color rosa pastel sobre un fondo aguamarina que indicaba que en ese punto comenzaba una ruta que se extendía por más de dos kilómetros.
—¿Y qué querrías esta vez? —Traté de sonar como alguien que estaba completamente convencida de lo que decía y no como alguien a quien las piernas le estaban comenzando a temblar como un flan—. La última vez no fue algo tan… complicado.
—¿De verdad quieres saberlo?
Nos mezclamos con un mar de gente y lo vi colocarse mejor el asa de la bolsa sobre el hombro. Le apreté la mano inconscientemente cuando tuve que hacerme a un lado para dejar pasar a una madre con su carrito y él me devolvió el gesto, haciéndose todavía más presente.
—Sí. Me gustaría estar preparada para cuando llegue ese momento.
Deslizó su pulgar sobre mis nudillos hasta que se detuvo en el anillo con relieves de lunas y estrellas de mi dedo anular. Se rio y lo hizo girar lentamente. Seguí su mirada y vi que sus ojos estaban puestos en una zona en la que se aglomeraban varias personas. El titileo de las farolas encendiéndose me transportó a ese día en la playa. Aunque lo vi con ojos diferentes, mis sentimientos seguían siendo los mismos.
—Vamos. —Tiró de mí y se abrió paso entre la multitud, aunque no dejó de girarse para comprobar que lo seguía, aun cuando su mano seguía rodeando la mía.
—No puedo ver nada. —Ponerme de puntillas no me sirvió de nada. La gente que estaba mi lado me imitaba, pero ni ellos ni yo podíamos hacernos una idea de lo que estaba pasando a pocos metros de distancia—. ¿Qué…?