Luces de neón

Capítulo 19. Un beso

—¿Te lo has pasado bien? —preguntó al tiempo que apagaba el motor del coche. 

Era la segunda vez que me llevaba a casa en su coche. El hecho de que nos hubiéramos vuelto a reunir después de todos esos años parecía cosa del destino y no fruto de la mera casualidad, pero admitir algo así en voz alta me imponía demasiado. Era consciente de lo que sentía y de que no era unilateral, sin embargo, había momentos en los que pensaba en el impacto que podría tener en mi vida el ir más allá y me sobrecogía por temor a las consecuencias, a pesar de que siempre podría equivocarme y rectificar, porque el futuro no era seguro para nadie. Tampoco para nosotros dos. 

—Me ha encantado —giré el anillo de mi dedo y respiré despacio, esperando que eso lograra calmar mis nervios—. Gracias por pensar en mí y por todo lo que has hecho hoy. Por el algodón de azúcar, por el collar… —Llevé la mano que tenía libre al pequeño rombo que descansaba a la altura de mi clavícula y tras recorrer sus laterales lo miré a los ojos—. Ha sido increíble. 

—Tú eres increíble —respondió sin parpadear. Apartó las manos del volante y se desabrochó el cinturón. Después giró su cuerpo en mi dirección, provocando que mis pulsaciones se aceleraran con ese ligero movimiento—. Yo soy el que tiene que agradecértelo todo, no al revés. Gracias por venir conmigo. Gracias por las magdalenas. Gracias por el llavero. 

Mis ojos volaron hacia el mismo, que se encontraba en el bombín de arranque junto a tres llaves más pequeñas. Que le hubiese dado uso desde el primer momento me hizo muy feliz y no me importó que se diera cuenta de que sonreía mientras él trataba de insertarlo en la anilla. Usar las acuarelas para darle color al dibujo había sido una gran opción. La gama de tonos pastel era perfecta. 

—Lo hago porque quiero, al igual que tú. —Jugueteé de nuevo con el anillo y aparté la mirada—. Me ha impresionado mucho que conozcas todos esos detalles de las obras que hemos visto. 

—¿Te ha impresionado?

—Sí. —Me encogí de hombros y dirigí mi mirada al frente. Esa vez no tuvo que aparcar entre dos coches, ya que la calle estaba prácticamente vacía—. Parezco una principiante a tu lado, pero eso me gusta. 

—¿Te gusta? 

Quise mirarlo, pero podía hacerme una idea de la cara que debía de estar poniendo. El tono de su voz lo delataba. 

—Me gusta. Eso demuestra que todavía tengo mucho que aprender. 

Me debatí entre seguir mirando el continuo parpadeo de las luces verdes, rojas y amarillas de los semáforos o enfrentarlo directamente. Temía quedarme sin habla o que el color de mis mejillas cambiara drásticamente, como aquella noche en el piso de Sara antes de ir a la discoteca. Aunque esa vez, fueron los recuerdos de los recurrentes sueños que tenía con él los responsables. 

—Sabes que puedo enseñarte lo que quieras. Estaré… —Hizo una pausa e imaginé cómo sus labios se curvaban hacia arriba—. Estaré encantado de hacerlo. 

—Y si lo que quiero es hacerte una pregunta, ¿podrás darme una respuesta?

Cuando lo miré por fin, sus ojos estaban entreabiertos y su cabeza descansaba contra el asiento. Su rostro estaba serio. Había captado el verdadero sentido de lo que acababa de decirle.

—Sí. Pregúntame lo que quieras. 

—¿Lo que quiera?

Coloqué ambas manos sobre la manta que me cubría las piernas y la suavidad de la lana me ayudó a calmarme. Aspiré su olor y cuando hablé de nuevo, lo hice a media voz. 

—Lo que quieras —afirmó con seguridad—. Hazlo si eso es lo que necesitas para sentirte mejor. Hazlo siempre y cuando te ayude a deshacerte de tus preocupaciones. 

Quise aferrarme al collar justo antes de abrir la boca, pero terminé curvando los dedos alrededor de la manta. Sus ojos se posaron en ellos y aunque no dijo nada, pude hacerme una idea de lo que pasaba por su mente. 

—¿Por qué fuiste a la Cafetería Céfiro después de… ? 

Fruncí los labios cuando no fui capaz de continuar la frase. Todavía no era capaz de hablar de ello sin avergonzarme por lo que hice esa noche.

—¿Después de lo que pasó entre nosotros? —terminó por mí. Asentí en respuesta, pero no logré reunir las fuerzas suficientes como para mirarlo—. No creo que dejarte a solas con ese crío fuera lo correcto. No después de ver cómo te trató. —De pronto, una de sus manos se cerró alrededor de mi muñeca derecha—. No después de ver cómo te tocó. —Deslizó su pulgar sobre esa zona en la que Leo ejerció presión hasta el punto de hacer que se enrojeciera—. Fui porque vi cuáles eran sus intenciones contigo desde el principio. No entré porque estabas en todo tu derecho de estar molesta contigo por haber ido hasta allí sin más motivo que ese, pero vi cómo se acercó a ti, Dafne. —En ese momento, fue él quién se acercó, acortando la distancia que nos separaba—. Te dijo algo al oído, ¿verdad?

—Sí. —Mis manos se cerraron en dos puños y él acarició mi muñeca por última vez antes de cubrirlas con las suyas—. Me habló de ti. 

—¿Y qué fue lo que te dijo? 

—Tonterías —respondí con cierta quietud—. Es lo único que sabe decir.

—No son tonterías. —Me sorprendió la seriedad del tono que usó y la forma en la que su mirada se afiló—. Que te trate mal no es una tontería. Que te haga daño no es una tontería. Que te bese… —Su respiración se entrecortó y sus pupilas se dilataron—. No es ninguna tontería. 




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