Mi cuerpo y mi mente se paralizaron por completo cuando se puso a llorar.
No supe qué hacer cuando las lágrimas rodaron por sus mejillas y humedecieron la tela de su sudadera en cuestión de segundos.
Sus labios permanecieron entreabiertos durante el breve espacio de tiempo que me sostuvo la mirada, aunque de su garganta no brotó ningún sonido. Nada, ni un suspiro entrecortado ni un gimoteo. Aun así, fue capaz de dejar la porción del bizcocho sobrante en el plato antes de darme la espalda por completo. Poco después, la misma comenzó a sacudirse en forma de pequeños espasmos y con una de sus manos se cubrió la boca al tiempo que los dedos de la otra se curvaban sobre las piedras blanquecinas y grisáceas de diferentes tamaños. Al principio pensé que el sabor del bizcocho se encontraba detrás de su reacción tan repentina e inesperada. Como no los había probado ni había visto cómo otras personas lo hacían, llegué a la conclusión de que había cometido algún error con los ingredientes, puede que confundiendo el azúcar con la sal, o quizás había usado vinagre en lugar de aceite.
—Lo siento… —No sabía muy bien si debía acercarme o alejarme. Sin darme cuenta, me clavé las uñas en las palmas de las manos por los nervios y eso me hizo reaccionar de una vez por todas—. Es la primera vez que preparo bizcochos yo sola y ni siquiera me he tomado la molestia de probarlos. Mi madre me va a matar cuando se entere de que he usado sal en vez de azúcar. ¿Es por la sal o por el vinagre?
Comencé a acercarme lentamente al ver que seguía sin responderme. Lo más probable era que estuviera molesto conmigo por haberle ofrecido algo incomestible y estaba en todo su derecho de no querer hablar conmigo. Seguramente no quería volver a verme, pero cuando me giré hacia el lugar en el que se estaba llevando a cabo la fiesta y no capté ningún movimiento que me hiciera sospechar que alguien había tenido la misma reacción que él, pude haber respirado aliviada, aunque me resultó imposible. No pude hacerlo cuando lo rodeé por completo hasta quedar frente a él y me fijé en cómo las lágrimas se deslizaban entre sus dedos y golpeaban las piedras, formando pequeños charcos antes de fundirse en su superficie porosa. Estaba llorando desconsoladamente, pero no hacía ruido, seguía sin gimotear, a pesar del temblor que sacudía su cuerpo.
¿Por qué tenía la sensación de que no estaba llorando por el sabor de mi bizcocho sino por algo más importante que no tenía nada que ver?
¿Por qué sentí esa necesidad irrefrenable de consolarlo?
—¿Quieres agua? —Su mano me impedía verle la cara. Me cosquillearon los dedos queriendo apartarla para que pudiera decirme lo que le pasaba, para que pudiera decirme qué había hecho mal. Al menos de esa forma podría ayudarlo, si es que me permitía hacerlo. —Hay muchas botellas de agua en las mesas. No me importa ir y volver. —Fruncí los labios y apreté la mandíbula—. Lo siento, de verdad… —Dejé caer las manos a ambos lados de mi cuerpo y las cerré en dos puños—. No era mi intención. Yo solo… —Cerré los ojos y suspiré—. Yo solo quería que comieras algo dulce porque me ha parecido que estabas triste. A mi madre no le gusta mucho que yo lo haga, pero cuando me siento así me deja hacerlo, aunque solo sea una onza de chocolate. Y también me encantan las chucherías. Las cerezas y las fresas son mis favoritas, pero no suelo comerme las que tienen ese azúcar tan ácido… ¿A ti te gustan? —Abrí los ojos y los fijé en los de la sirena. Su cara era una réplica exacta de la modelo en la que William-Adolphe Bouguereau se había inspirado para darle vida a la pintura de Psyche. Incluso sus manos se cerraban en torno a su pecho de la misma forma, a pesar de que esta estaba desnuda y sus piernas habían sido sustituidas por una bonita cola escamosa que descansaba sobre la cima de la fuente. —Pero nunca he probado el algodón de azúcar. ¿Tú lo has probado? —Justo en ese momento, deslicé las manos por mis costados y las introduje en mis bolsillos. —¡Menos mal! —Casi grité de la emoción—. ¿Cómo me he podido olvidar de que llevaba las servilletas aquí todo este tiempo? —Cogí el papel perfectamente doblado del bolsillo derecho y se lo tendí, al igual que hice con el plato que descansaba a sus pies, antes de estropearlo todo de la peor forma posible—. Toma. La he cogido para ti, así que es toda tuya.
Aunque había dejado de temblar y las lágrimas parecían haberse detenido, seguía en la misma posición. No se había movido ni un centímetro en todo ese tiempo y tampoco parecía tener la intención de hacerlo. Quizás si me hubiese dicho que me fuera, le habría hecho caso. O quizás no. Eso nunca lo sabría porque nunca lo hizo. No me dijo que me fuera, así que no lo hice. En cambio, lo que sí hice fue sentarme frente a él y colocar una mano sobre su hombro con suavidad, como si temiera asustarlo, como si temiera hacerle daño.
Fui consciente de cómo se tensó ante mi contacto, pero no me aparté. No me quedaría tranquila hasta solucionar lo que yo misma había causado.
—¿Todavía sigues aquí?
Su voz sonó congestionada cuando por fin volvió a hablar. Siguió usando ese tono tan bajo, tan frágil, pero no había ni rastro de ira en sus palabras.
¿No estaba enojado después del desastre que había provocado?
—Sí. Y no tengo intención de irme todavía. —Retiré mi mano y la coloqué sobre mi regazo mientras le tendía de nuevo la servilleta blanca con una flor de trompeta de color rosado en el centro—. Esto es todo lo que puedo ofrecerte como disculpa. No sabía que el bizcocho estaba tan malo. Entiendo que estés molesto conmigo. Solo quería darte las gracias por lo que has hecho antes, pero he terminado empeorándolo todo. Siempre lo empeoro todo… —Entonces se movió, limpiándose la mano que tenía apoyada sobre el suelo en el pantalón y alejó la otra de su cara—. Será mejor que me vaya. Seguro que alguien los ha probado y le ha pasado lo mismo. Soy un desastre… —Coloqué la servilleta sobre su rodilla y lo miré de nuevo—. Supongo que mi padre y Penélope tienen razón. No se me da bien ni cocinar. ¿Cómo voy a ser capaz de… ? —Cerré la boca de golpe. Estaba hablando demasiado y aunque era un completo desconocido, no parecía importarme en absoluto—. Perdona. Ahora sí que me voy.