Luces de neón

Capítulo 26. Venus y Adonis

 

—¿Qué has hecho este fin de semana?

Eros le dio un ligero apretón a mi mano antes de girar por el pasillo sumido en la oscuridad para dirigirnos a la entrada, donde Sara nos estaría esperando junto a su amigo Liam. Miré nuestras manos unidas y después lo miré a él. Sentí un hormigueo en la nuca y el corazón me dio un pequeño salto al recordar lo que habíamos estado haciendo el viernes en mi taller. Antes de contestarle, me vino a la mente el tatuaje del ave fénix que tenía en la espalda y tuve que luchar contra el impulso de detenerme para comprobar si se le transparentaba a través de la tela de su camisa blanca. También me hubiese gustado volver a ver los de Eros y Psique de sus costados, pero me hice a la idea de que tendría que esperar a que ese momento llegara. Porque tarde o temprano llegaría, y saberlo solo hacía que una chispa de emoción se prendiera en mi pecho y se extendiera por todo mi cuerpo con lentitud. 

—El sábado estuve haciendo algunas modificaciones en lo que llevo del marco teórico y después hice unos bocetos de la escultura —respondí mientras apartaba esos pensamientos. Si seguía así, pensando ese tipo de cosas sobre él, era muy probable que el rojo de mis mejillas solo fuera en aumento—. Me gustaría mantener la obra original de Canova, pero cambiando e introduciendo alguna que otra cosa.

—¿Qué quieres cambiar?

Se detuvo en el instante que giramos el pasillo y vio que Sara y Liam no estaban en la entrada. Con la mano que tenía libre me cubrió el hombro e hizo que mis pies frenaran en seco. Cuando abrí la boca, de mi garganta no brotó ningún sonido, pero no tuvo que pasar mucho tiempo para que comprendiera que ponerme nerviosa con él no me servía de nada.

—He pensado en añadir el árbol de laurel. 

Apoyé mi espalda contra la pared y observé la forma en la que la penumbra enmarcaba sus rasgos, unos rasgos afilados que no me cansaba de dibujar. 

Eros me miró un par de segundos en silencio y yo deseé poder saber qué pasaba por su mente. 

—Me gusta la idea —dijo en voz baja—. Sentarme debajo del árbol de laurel de Tres Mares era una de las pocas cosas que me gustaba hacer allí. 

Capté un matiz melancólico en la forma en la que dijo esas palabras que hizo que mi corazón se encogiera. Cada vez que escuchaba el nombre de ese lugar recordaba lo que pasó siete años atrás. Todavía era capaz de revivir todo con nitidez, tanto lo bueno como lo malo. Y supuse que a él le sucedía lo mismo. En realidad, quería hablarle sobre lo que pasó. Mentiría si dijera que no sentía curiosidad por saber cómo y por qué acabó allí, pero sentía que todavía no había llegado la hora de hacerlo, así que esperaría pacientemente a que lo hiciera. No teníamos prisa. Eros y yo teníamos todo el tiempo del mundo. 

—Era un sitio bonito —respondí usando el mismo tono que él. De pronto, deslizó su mano por mi brazo, lentamente, y sus ojos siguieron ese movimiento—. Pero me hubiese gustado poder ver el mar a través de… la enredadera. 

—A través del muro. No pasa nada porque lo digas, Dafne. —Me cogió de ambas manos y se inclinó ligeramente hacia delante—. No pasa nada. 

—Lo siento —musité. Me sentí mal nada más decirlo y me arrepentí de haberlo hecho—. A veces hablo demasiado. 

Fruncí los labios y desvié la mirada. 

—Me gusta que hables demasiado —contestó al instante—. Te lo dije ese día y te lo digo ahora también. Te lo diré las veces que hagan falta porque es lo que pienso. 

Llevé mis ojos hasta los suyos y su mirada me transmitió una calidez que me abrasó el alma. Aunque no solía decir lo que sentía y lo que pensaba en voz alta, cuando estaba con él parecía que esas barreras que me contenían desaparecían por completo. Puede que eso fuera porque no sentía la necesidad de que hubieran filtros entre nosotros. Después del pasado que nos unía, fingir ser lo que no éramos carecía de sentido. 

—Eso lo dices porque eres tú. Y porque no quieres que me sienta mal. 

Estaba siendo sincera con él. Cuando escuchas cosas de ese estilo en repetidas ocasiones y además viniendo de personas que son cercanas a ti, puede que termines creyéndotelas, a pesar de que no sean ciertas. Las inseguridades no se construyen por sí solas, siempre hay alguien detrás de todas esas ideas absurdas que nos persiguen de noche y de día. 

—Lo digo porque es verdad. Dafne… —Se detuvo unos segundos donde lo único que hizo fue mirarme y después siguió hablando, pero esa vez su voz sonó más ronca de lo normal—. No quiero que antepongas mis sentimientos a los tuyos. 

—Pero tus sentimientos también son importantes, Eros. 

Alzó su mano mientras una pequeña sonrisa tiraba de sus labios. Llevó sus dedos a mi frente, haciéndome cosquillas al deslizarlos por ella con suavidad, y después colocó un mechón de pelo oscuro detrás de mi oreja. Pudo haberse detenido en ese lugar como había hecho otras veces, pero hizo descender sus dedos siguiendo el camino de mi mentón y de mi barbilla. 

Sus ojos se mantuvieron fijos en los míos, quizás para ver cómo reaccionaba ante su contacto. 

—Si son importantes para ti, no hagas nada que pueda herirlos. —Siguió descendiendo hasta llegar hasta mi cuello. Me ardió la piel y me hormiguearon las puntas de los dedos. Presioné las manos contra la pared y sus ojos se desviaron un instante para recorrer mi rostro con lentitud—. ¿Entiendes lo que significa eso? —Tragué saliva cuando mi respiración se agitó y se acompasó con la suya—. Significa que cualquier cosa que hagas y que pueda terminar afectándote, por absurdo que te parezca, también me afectará a mí. Y no quiero eso, Dafne. 




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