Eva se cruzó de brazos esperando mi respuesta. Le echó un vistazo rápido a su manicura perfecta y después clavó sus ojos en los míos. Parecía desesperarse con cada segundo que pasaba, como si de alguna forma se estuviera conteniendo para no terminar acercándose para zarandearme y sacarme de mi estupor. Pero si yo seguía así, como si estuviera congelada en el tiempo, lo único que obtendría de mi parte sería una mirada de confusión. No estaba entendiendo nada, y menos el motivo de por qué había puesto palabras en mi boca que ni siquiera había dicho. Aunque no tenía ni idea de la cara que tendría Eros en ese momento, su mano seguía rodeándome la cintura y no parecía tener la intención de dejarme ir. Sin embargo, cuando transcurrieron un par de segundos más y sus ojos verdes se posaron en él, su mano se colocó justo encima del hueso de mi cadera izquierda. Entonces, sentí una ligera presión en esa zona que vino por parte de él y reaccioné de golpe. Carraspeé, siendo plenamente consciente de que acababa de besarlo porque simplemente me había apetecido, y entrelacé las manos a la altura de mi estómago.
—Eh… Hola, Eva.
La saliva me quemó la garganta cuando tragué. Sabía que mis mejillas estaban coloreadas de un tono rojizo que nada tenía que ver con mi disfraz, pero al menos el maquillaje lo haría pasar desapercibido.
—Hola, Dafne. Y compañía. —Eva volvió a sonreír y dio un paso hacia nosotros. No es que el tono de su voz me molestara, pero tampoco creía que fuera necesario hablar de esa forma. No me gustaba cuando alguien trataba de fingir su voz para parecer más amable de lo que en realidad era—. ¿Lo estáis pasando bien?
Sentí el impulso de girarme para mirarlo, pero a pesar de que se podía entender que la pregunta había sido para ambos, él no dijo nada.
—Sí… —Me obligué a sonreír. Quizás pensaba que me había olvidado de lo que hizo cuando pasé por su lado el viernes. Aunque puede que el sol le hubiese reflejado, impidiéndole verme. Y a sus amigas también. Sí. Seguro que fue eso. Al pensarlo, casi me reí de verdad—. ¿Has llegado hace mucho?
Capté las esencia de su perfume caro al inspirar. Era similar a los que usaba Penélope y me costó fingir que no me resultaba asfixiante. Las luces blanquecinas de esa parte de la casa no solían resultar favorecedoras para nadie y menos en una fiesta, pero a ella nada le quedaba mal. Eva sí resaltaba. Siempre era el centro de atención y también era la que se llevaba todas las miradas. En parte ese cierto nerviosismo que se había formado en mi estómago había surgido al pensar que si me giraba, Eros podría estar mirándola a ella de la forma en la que otros lo hacían, pero una voz interior me decía que estaba equivocada.
—¿Qué? —preguntó, elevando la voz y sacudiendo la cabeza.
Se mordió el labio inferior perfectamente delineado con un tono rosado a juego con su vestido y se colocó su larga melena rubia sobre el hombro derecho, dejando la piel de su cuello y de su hombro al descubierto.
—¿Has llegado hace mucho? —repetí, aunque era obvio que no me importaba ni lo más mínimo, al igual que a ella no le importaba lo que estaba haciendo, sino con quién.
Eva se giró un instante para hacer contacto visual con sus amigas y se llevó una mano a la boca antes de emitir una risa profunda y pausada.
—Perdona. —Volvió a avanzar y yo me tensé—. Es que con la música no escucho nada de lo que me estás diciendo. —Al menos tuvo la decencia de mirarme antes de hacer como si no existiera y girar su cuerpo hacia él con la elegancia y la inocencia de La Psique de Berthe Morisot, por mucho que sus ojos dijesen lo contrario. Porque si alguien estaba actuando de forma inocente y sin segundas intenciones, desde luego que ella no era esa persona—. Hola, soy Eva. —Su voz sonó demasiado melódica—. El otro día estuvimos hablando en clase de ti y Dafne me dijo que…
Volví a notar de nuevo esa presión en la cadera y cerré los ojos como un acto reflejo. A mi mente vino inevitablemente la pintura de Pandora de Thomas Benjamin Kennington porque, sin darse cuenta, eso era lo que Eva acababa de hacer: abrir la caja de Pandora.
—¿Estuviste hablando de mí? —Llevé mis ojos hasta los suyos y al instante vi ese matiz que aparecía en ellos siempre que hacía algo que lo divertía. Disfrutar con las caras que ponía era una de ellas—. ¿De qué, exactamente?
—Yo… —Por un instante me olvidé de cómo se respiraba. Eros tenía toda su atención centrada en mí. No en la fiesta ni tampoco en Eva. Solo en mí, como si el resto no existiera—. Sobre el trabajo del retrato que te comenté. Tenemos que… que presentarlo esta semana.
De pronto, los dedos de la mano que tenía en mi cadera se movieron un par de centímetros hacia abajo y Eva llevó sus ojos hacia ellos. En ese momento, los nervios que sentía en esa zona fueron sustituidos por un calor mucho más intenso del que se podría estar sintiendo en el centro del salón.
—Ah… —Eros arqueó las cejas mientras una pequeña sonrisa tiraba de sus labios—. Por eso fuimos a tu casa el viernes.
Asintió lentamente y yo lo hice después de él, imitando su movimiento. En parte tenía razón en lo que decía. Habíamos ido a mi casa para que le hiciera las dos fotografías y también para decirle que tendría que quitarse la ropa con el objetivo de que yo pudiera tener mejores referencias a la hora de moldear su cuerpo.
—Sí —respondí con una voz que solo él sería capaz de escuchar—. Por eso fuimos a mi casa el viernes.