La fiesta terminó antes de lo previsto, pero el motivo estaba más que justificado. No tenía ni idea de adónde había podido ir Leo después de lo que le hizo a Izan, y aunque no sabía el motivo de por qué lo había hecho, era consciente de que no hacía falta demasiado para que perdiera los nervios. A veces era suficiente con llevarle la contraria. Su tolerancia a la frustración era nula, así como también era incapaz de disculparse aunque supiera que había hecho algo mal porque para él eso era rebajarse y lo conocía lo suficiente como para saber que era una ofensa para su integridad. Leo era egocéntrico y se creía mejor que el resto solo por tener dinero y una buena apariencia física, pero eso solo era una cortina de humo, una falsa imagen, porque, aunque no lo pareciera, era peligroso, y esa no había sido la única ocasión en la que me lo había demostrado.
Que todos mis botes de pintura aparecieran abiertos y que mis pinceles desaparecieran no se debía a que yo fuese despistada. Que tuviera que desprenderme de mi vestido azul marino favorito porque apareció rasgado como por arte de magia no fue culpa mía. Que cada chico que se me acercara huyera despavorido poco después no se debía a mi personalidad. Que a veces me quedara prácticamente paralizada cuando alguien me tocaba tampoco era a causa de que fuera introvertida. Pero nadie, a parte de Sara, Hugo e Ian lo conocía realmente, aunque estaba convencida de que Eros pudo ver qué tipo de persona era en Tres Mares y por eso se tensaba cuando estaba cerca.
La velocidad con la que la casa se quedó completamente vacía me sorprendió, pero todavía lo hizo más el hecho de que nos quedáramos solos nosotros cinco. En ocasiones como esa se podía comprobar que, en los momentos malos, solo unos pocos se quedan a tu lado. En el caso de Izan, si no llega a ser porque era el novio de Sara, lo más probable es que después de la pelea se hubiese quedado completamente solo. A nadie pareció importarle el estado en el que se encontraba. Al final, el dinero no lo compra todo.
Eros y Sara se quedaron con él en la cocina mientras Eros le curaba las heridas y le desinfectaba los cortes para evitar que le dejaran cicatrices, aunque nada se podía hacer con su ceja y su labio inferior. Ambos estaban partidos, lo que le arrancó varios quejidos cuando cubrió esas zonas con una gasa. Mientras tanto, Liam y yo estuvimos ordenando un poco el salón, aunque Sara nos dijo que Izan había contratado un servicio de limpieza para el día siguiente.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté a Liam, que estaba de espaldas a la cocina.
—No lo sé —admitió tras dar un largo suspiro—. He empezado a escuchar gritos y cuando me he acercado Leo estaba encima de él.
Me froté las manos y me giré un momento hacia la cocina. Izan tenía la cabeza inclinada hacia arriba y Sara lo cogía de una mano mientras su pulgar le acariciaba los nudillos. Había dejado de llorar, pero tenía los ojos enrojecidos y los párpados hinchados.
—Gracias por proteger a Sara. —Liam se agachó para coger un vaso de plástico y la cadena de plata sobresalió de su camisa, revelando una media luna lisa—. Y por ayudarla a que se calmara.
Aunque no me miró, sabía que hablar de ella le afectaba en cierta forma y puede que con otros le funcionase lo de ocultar sus sentimientos, pero no conmigo. Pensé de nuevo en el cuadro de Dante y Virgilio en el Infierno, pero del pintor Gustave Courtois. Me recordó a uno de sus protagonistas cuando imitó mi movimiento y llevó sus ojos hasta la cocina. Lo escuché coger aire con fuerza antes de volver a darles la espalda y seguir metiendo vasos de plástico en una bolsa de basura morada y perfumada.
—Si Sara se hubiera interpuesto entre los dos, no creo que a Leo le hubiese importado que fuera una chica. —Liam tenía razón, pero no quería pensar en lo que podría haber sucedido si él no hubiera estado allí—. Pero entonces el final habría sido muy distinto.
—¿A qué te refieres? —pregunté con cautela.
Liam hizo un nudo con la bolsa, se irguió e inclinó la cabeza hacia abajo cuando me habló mirándome a los ojos. Capté su esencia a canela entre tantos olores desagradables y me fijé en que tenía un pequeño lunar bajo el ojo derecho.
—Me refiero a que si le llega a poner una mano encima, ni siquiera Eros nos hubiera podido separar. —No me hacía falta conocerlo para saber que hablaba completamente en serio y al principio no supe muy bien qué pensar—. Ten cuidado, Dafne. —Su voz se suavizó cuando se puso a mi lado para coger la bolsa que estaba a mis pies—. No me gusta Leo y mucho menos que forme parte de tu círculo cercano. —Supuse que Eros ya le habría hablado de él, pero escucharlo decir eso fue como reafirmar mis pensamientos—. Pero si alguna vez necesitas algo, sin importar lo que sea, díselo a Eros, ¿vale? —No apartó los ojos ni un segundo y me costó sostenerle la mirada porque sabía que era muy fácil leer a través de mí—. Él siempre sabe qué hacer.
—Sí —respondí después de lo que debió parecerle una eternidad—. Lo haré.
Liam se limitó a asentir y aunque no sonrió, sentí que, de alguna forma, le había aliviado haberme escuchado decir eso. Pasó junto a mí cargando las dos bolsas y las dejó en el suelo de la cocina antes de cruzarse de brazos a unos pasos de Eros.
—El hielo hará que te baje la inflamación —escuché que le decía a Izan a medida que me acercaba a ellos—. Mantenlo durante veinte minutos o media hora, y hazlo unas tres veces, pero si empiezas a encontrarte mal o si la hinchazón sigue subiendo, ve al hospital. —Al ver que no le respondía, miró a Sara y colocó una mano sobre el hombro de Izan. Entonces, lo zarandeó ligeramente—. ¿Me has escuchado?