Dar vida al cuerpo de Eros con mis propias manos fue una experiencia que nunca pensé que experimentaría. A pesar de que lo había dibujado en el pasado y también había moldeado sus manos, lo hice mezclando mis recuerdos con mi imaginación.
Cuando nos conocimos en Tres Mares, la artista que en ocasiones cobraba vida en mi interior me pidió una sola cosa: convertirlo en mi modelo costase lo que costase.
Pero me dije que eso era imposible.
Lo era cuando su vida y la mía eran tan diferentes.
Y aunque era consciente de cuál era nuestra realidad, esos instantes en los que pude tocarlo fueron suficientes para que pudiera memorizar cada línea y cada curva de sus dedos, incluyendo los callos causados por las largas horas de trabajo con la madera, con el mármol o con cualquier otro material que le permitiera crear arte.
Él amaba tallar y yo que esa fuera su vía de escape, su lugar seguro, su alternativa para escapar del ruido y perderse en la calma.
Yo amaba que usara su don para acallar la tormenta que guardaba en su interior.
—¿Me dejarás ver cómo tallas algún día? —No me respondió hasta que le hice la foto por la espalda. Tampoco se movió cuando me acerqué y lo empujé ligeramente por los hombros para que se relajara—. No estés tenso.
—Me pones nervioso.
—Sí, claro. Ahora soy yo la que te pone nervioso a ti.
Lo rodeé y sostuve la cámara con cuidado mientras lo miraba a los ojos.
Había una gran diferencia entre trabajar con luz natural y con luz artificial. Prefería la primera porque lo suavizaba todo. Por eso aproveché el sábado por la mañana para hacer precisamente lo que estábamos haciendo.
Y sí. Estábamos en mi taller.
—Siempre me has puesto nervioso, lo que pasa es que no quería que lo supieras.
—¿Por qué?
¿Él, nervioso por mí?
Tuve que hacer mi mayor esfuerzo para no reírme.
—Porque podrías aprovecharte de mi debilidad por ti.
Sonreí al tiempo que retrocedí. Su ropa estaba perfectamente doblada sobre el pequeño sofá que teníamos a nuestra derecha. Solo llevaba puestos unos pantalones cortos y aunque me prometió que no tenía frío, me sentía realmente mal por hacer que estuviera así.
Pero si quería que la plastilina se conservase bien, no había otra opción.
—Baja el mentón —respondí—. Relaja la cara y los hombros.
Mientras yo era un manojo de nervios con piernas, él estaba tan concentrado en lo que hacía que cualquiera hubiera pensado que se dedicaba al mundo del modelaje.
Pulsé el botón de nuevo y la luz del flash me cegó por un segundo.
—¿Por qué no me dejas ver la escultura? —preguntó con esa voz tan suave que invitaba a cerrar los ojos para perderse en ella—. Me pediste ayuda para representar el amor y ahora no quieres que la vea.
Su caja torácica se hinchó cuando tomó una respiración profunda.
Se le marcaron las costillas y yo las miré a ellas, también a sus abdominales.
Y puede que lo hiciera más tiempo del necesario, pero daba igual.
Podía usar mi trabajo como excusa para admirarlo.
Porque Eros era digno de admirar.
—Tú tampoco has respondido a mi pregunta.
Me acerqué y me puse en cuclillas frente a él. Levantó la cabeza y el océano de su mirada me dio la bienvenida. No había matices verdosos ni de otro color en sus ojos. Eran azules, completamente azules, tan puros como su alma.
—Te he dicho que me pones nervioso.
—No me lo creo —respondí, pero sentí un cosquilleo en el estómago cuando pensé en esa posibilidad.
—Pues créetelo porque es la verdad. Yo nunca miento.
Suficiente charla por hoy, Eros. Me estás haciendo pensar en todo lo que estoy haciendo mal.
Coloqué los pulgares en su mentón y lo hice mirar hacia el suelo. Apreté los dientes, le alboroté ligeramente el pelo con los dedos y le hice otra fotografía.
—Vale. Ahora necesito tocarte.
Coloqué la cámara en el suelo y me froté las palmas de las manos contra las piernas.
—Yo también —respondió como si nada, como si ese hubiera sido el primer pensamiento que había cobrado vida en su mente.
Y lo dijo totalmente en serio.
—No en ese sentido.
¿Y se suponía que él era el que estaba nervioso?
Pues era todo un experto en disimularlo.
—¿En qué sentido?
En silencio busqué desesperadamente una respuesta a su pregunta, pero dijera lo que dijera, terminaría dándole la vuelta.
—En el sentido de que estoy trabajando y necesito tocarte para… hacer la escultura.
—Hmm. —Y esa fue su respuesta, significara lo que significara—. Vale.