—¿Casualidad o destino? —preguntó Eros nada más vernos cruzar juntos por la puerta de su estudio de tatuajes.
Estaba de pie detrás del mostrador, con un brazo apoyado sobre la superficie de cristal y se había recogido el pelo otra vez, incluyendo los mechones dorados de siempre.
Enfrente de él había una mujer con el pelo tintado de un rojo chillón que brillaba con luz propia, el cual había recogido discretamente en una coleta baja cruzando dos palillos de madera para asegurar su sujección.
Su jersey naranja hacía juego con sus botas de tacón y me gustaron sus pendientes en forma de limón. Debía tener más o menos la edad de mi madre. Puede que incluso fuera un par de años mayor, y a sus pies descansaba un gato regordete de color marrón y ojos amarillos.
Sus labios pintados de un rosa suave pastel se curvaron hacia arriba cuando pasaron de mí hacia Liam. Entonces, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro.
—Casualidad —respondió él, pero lo escuché reír bajito—. Hola, Creta —le dijo a la mujer—. ¿Cómo vas, Croqueta?
Hécate se acercó para olerle el hocico y Croqueta se lo rozó con las patitas delanteras cuando la tuvo delante.
—Hola, Liam y…
Me miró, dedicándome una cálida sonrisa cuando la puerta se cerró en mi espalda.
—Dafne.
Intenté devolverle la sonrisa, pero haberle mirado la cicatriz que le cruzaba el ojo derecho a su gata casi me lo impide.
Avancé hasta colocarme junto a Liam, que acababa de agacharse para acariciar a la diminuta amiga de Hécate, y le rocé la cabeza peluda con las yemas de los dedos.
—Un placer, Dafne.
Casi me detuve al darme cuenta de que estaba ciega de ese ojo y sentí un cosquilleo desagradable en el estómago sin nisiquiera saber la historia de cómo había llegado hasta ahí.
—Igualmente, Creta. —Croqueta apoyó sus patitas en mis zapatillas y yo deslicé mis dedos por su pelo corto, disfrutando de su suavidad y del sonido hipnótico de su ronroneo constante—. Qué simpática eres.
—Eso es porque le has caído bien.
Sonreí cuando comenzó a treparle a Liam por la pierna y a escalar por su pantalón como si fuera algún tipo de competición. Además, lo hizo bajo la atenta mirada de Hécate, aunque no debió verlo como una intrusión sino que pareció disfrutar realmente con ello.
Me incliné hacia arriba y mis ojos volaron hacia Eros. Tenía una mejilla apoyada en un puño mientras apuntaba algo en la libreta abierta que tenía delante. Cuando terminó de escribir, deslizó la lengua por su labio inferior y volvió a mirarme.
—¿Qué te ha parecido Icaria? —preguntó mientras Liam le hablaba a Creta sobre lo mucho que había crecido su gata y lo bonita que estaba—. ¿Te ha gustado?
Me acerqué hasta que estuve justo delante de él y miré los tatuajes de sus brazos antes de mirarlo a los ojos. Llevaba una sudadera azul celeste remangada hasta los codos y la luz que se colaba a través de los cristales incidía en ella, suavizando también el color de su iris.
—Sí. Me ha encantado. Estoy deseando volver.
—Es tu última semana de exámenes, ¿no?
—Sí. El viernes termino, por fin.
Eros sonrió y yo entrecerré los ojos.
—¿Por qué?
Encogió los hombros y levantó las manos, enseñándome las palmas como si se estuviera declarando inocente.
—Por nada en particular.
Sospechoso. Realmente sospechoso. Y más viniendo de él.
—¿Vas a estar libre la semana que viene? —preguntó Creta.
Sus ojos azules abandonaron un momento los míos para mirarla a ella.
Me giré y vi que Croqueta seguía a sus pies, tumbada sobre Hécate.
—Para ti, siempre —murmuró él—. Nos vemos el jueves a las cinco si te parece bien.
—Estupendo, guapo. Nos vemos el jueves. —Liam bufó al escuchar esa palabra y Creta se puso de puntillas para pellizcarle con cuidado las mejillas—. No te pongas celoso. Sabes que me gusta mimaros a los dos, pero tú eres mi chico favorito —le dijo al oído, conteniendo una sonrisa.
—Te he oído —murmuró Eros.
Ella dejó escapar una pequeña carcajada, se inclinó para acariciar a Hécate y nos dijo adiós mientras se despedía con la mano.
Liam la miró por última vez y antes de girarse hacia nosotros, se quitó algunos pelos de Croqueta que se habían adherido a su jersey.
—La veo mucho mejor —dijo mientras liberaba a Hécate de su arnés con huellitas.
Cuando lo hizo, ella fue directa hacia Eros y al ver cómo se acercaba a él moviendo su cola como un claro reflejo de lo feliz que se sentía, me di cuenta de que las dos habíamos hecho lo mismo nada más verlo.
—Croqueta es una campeona —respondió Eros.
Liam se pasó una mano por el pelo corto y en la otra se enrolló la correa. Dejó escapar un suspiro y le bastó dar dos pasos para llegar a nuestro lado.
—¿La tenías… en tu refugio? —pregunté.