Luces de neón

Capítulo 53. Normas

¿Y qué harás durante las vacaciones? —Imaginé a la perfección la cara que Sara debía de estar poniendo cuando me hizo esa pregunta, sus labios fruncidos conteniendo una sonrisa y los hoyuelos marcados de sus mejillas. Escuché voces de fondo y al instante reconocí a sus primos pequeños, Veles y Lada. Los mellizos tenían seis años y su energía era tan desbordante que incluso ella terminaba rendida los días que volvía al pueblo con su familia—. ¿Has hecho algún plan especial y romántico con Eros?

No me reí, pero mi pecho dio una ligera sacudida como si ese comentario me hubiese parecido gracioso.

Estaba lejos de serlo.

No lo era cuando faltaban pocos días para Navidad y menos cuando el día de Nochebuena tendría que cenar con los padres de Leo y con él incluido. El estómago se me cerraba de solo pensarlo y sentía náuseas, pero eso no era todo.

Después de lo que pasó cuando tuve mi último examen, noté a Eros ligeramente decaído, como si algo importante le hubiese sucedido durante el tiempo que yo no estuve con él.

Descarté que los comentarios que hice cuando estuve con Leah fueran los culpables porque ambos sabíamos que tenía toda la razón del mundo. Él tenía años de experiencia a sus espaldas, pero también talento, por eso era necesario que se lo recordara, que lo sacara a relucir, que se lo dijera mirándolo a los ojos, porque aunque a veces fuera una mentirosa, jamás le mentiría sobre algo así.

—Bueno…

Me pasé una mano por la frente y miré las estrellas brillantes del techo de mi habitación.

Suspiré y cerré los ojos. Física, emocional y mentalmente me sentía como la joven que Johann Peter Hasenclever retrató en un cuadro al que tituló La sentimental, pero traté de esforzarme para que no lo notara.

En más de una ocasión me había olvidado de todo lo que me rodeaba pensando en el ya se nos ocurrirá algo de Eros, pero mientras descansaba una mano sobre mi corazón y con los dedos de otra acariciaba la suave tela de mi jersey, solo podía pensar en mi revisión hospitalaria mensual, en lo que haría y no haría con Eros antes y después de ella, sin olvidar lo que le había prometido a Liam.

Sabes que no estoy enfadada por lo de la cena de Nochevieja. Lo sabes, ¿verdad? —dijo con suavidad—. Tú no eres la que ha tomado esa decisión.

—No, ha sido mi padre —respondí en voz baja, a pesar de que estaba sola en casa.

—Exacto, ha sido tu padre, así que no te deprimas.

—Pero será mi primer año sin cenar con vosotros. —Ese día era especial porque nos reuníamos los cuatro en su piso. Más bien me acogían, como siempre solían hacer, y aunque eso me hacía muy feliz, estaba claro que a mi padre no le importaba ni lo más mínimo—. Prefiero los bombones a las uvas —me reí—. Los bombones de Ian están muy buenos.

Sara contuvo la respiración y yo supe que estaba buscando una respuesta que no me sumiera más en la tristeza y en la culpa por algo que, claramente, no era mi culpa.

—Guardaremos tus doce bombones para que te los comas cuando quieras.

Cerré los ojos durante ese breve silencio que surgió entre ambas. Abrí la boca, pero antes de que pudiera decir nada, escuché la voz de su hermana.

¡Ya voy! —exclamó—. Lo siento, Dafne. El deber me llama.

—Ve —musité—, pero, Sara.

—Dime.

—¿Te gustaría venir con Eros y conmigo a patinar sobre hielo el día de Año Nuevo?

¿A patinar sobre hielo? —preguntó sorprendida—. Pero si no sabes patinar sobre hielo.

—Eros no lo sabía y compró las entradas para los dos. —El sonido de su risa tuvo un efecto calmante en mí. La sentí a mi lado, a pesar de que estaba a kilómetros de distancia—. Dile a Izan que también venga. Seguro que lo pasamos bien.

Sara pareció dudar y eso no era típico de ella.

Se lo diré —prometió, pero sentí que le faltaba convicción—. Ojalá pueda. Tiene una agenda bastante apretada estas Navidades. Cenas familiares y esas cosas… —carraspeó y cuando volvió a hablar, su voz sonó más animada—. En fin. Te aviso cuando hable con él.

—Genial.

Y te quiero, Dafne. Si necesitas cualquier cosa…

—Te llamaré —terminé por ella—. Pásalo bien. Te quiero.

Y tú intentalo.

—Lo haré.

Colgamos después de intercambiar un par de palabras más, pero yo seguí pensando en la forma en la que me había dicho que hablaría con Izan.

Sara era una persona muy segura de sí misma y raras veces dudaba o se mostraba indecisa. Puede que por ese motivo aparecieran dos nombres en mi mente cuando ese pensamiento cobró vida ante mis ojos como si fuera una especie de revelación divina.

Liam e Izan

Izan y Liam.

Ellos me hacían sentir confundida, aunque cada uno por una razón completamente diferente.

En uno confiaba ciegamente y del otro desconfiaba sin ningún motivo.




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