Puede que me creyera una persona muy valiente cuando le dije a Eros que sí aceptaría su parte del trato. En realidad, no me puse nerviosa cuando fui consciente de que iba a ir de nuevo a su casa, aunque esa vez sería diferente porque ninguno de los dos tenía prisa. Yo estaba de vacaciones y él no trabajaba ese día.
Tomé más de una y de dos respiraciones profundas mientras Delia, la dueña de la tienda de velas, nos atendía con su buen carácter de siempre. Tenía la edad de mi madre y nuestro mismo color de pelo, y aunque sus ojos eran azules, las motas verdosas alrededor de su iris hacían que se diferenciaran a los de Eros, haciéndolos únicos, al igual que los suyos.
Mientras buscaba una vela para cada uno, llevé mi mirada hacia la de él y vi que miraba la estantería de madera que tenía a su izquierda y que estaba repleta de lámparas de cuarzo rosa. Tenía las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta negra, rezumando un aura que poco tenía que ver con su verdadero yo.
—¿Te gustan?
Entrelacé los dedos a mi espalda y me acerqué a él.
Eros se giró hacia mí y asintió.
—Me gustan los colores pastel. No sabría describir cómo me hacen sentir. Son…
Apretó los labios y yo reprimí una sonrisa.
—Entiendo lo que quieres decir. A mí también me hacen sentir en calma.
—Y el olor… —Dejó de mirarme para centrarse en la fina varilla de incienso que se consumía lentamente sobre la mesa de cristal del mostrador—. Huele realmente bien.
—Es incienso.
—De vainilla —añadió.
—Exacto —respondió Delia. Atravesó la cortina de cuentas aguamarina y colocó nuestras velas en dos cajitas por separado—. La tuya, Dafne, huele a thai, que es una mezcla de madera, fruta y cítricos, y la tuya, Eros, es de vainilla.
—No me suena ese nombre. —Dio un paso hacia el mostrador y se inclinó para poder olerla mejor—. Es la primera vez que huelo algo así.
Cuando arrugó la nariz, no pude evitar reírme. En ese instante, se giró hacia mí y arqueó una ceja. Entonces, me acerqué a él de nuevo y atrapé la mano que acababa de sacar de su bolsillo, encontrándola cálida y suave.
—Siempre hay una primera vez para todo.
Me sorprendí a mí misma cuando dije sus mismas palabras, aquellas que pronunció la primera vez que me subí a su moto y fuimos al mirador.
Y es que normalmente no nos enfrentamos a algo que desconocemos por miedo a salir de nuestra zona de confort y terminar fracasando. Sin embargo, eso es precisamente lo que nos hace aprender.
No hay mejor lección que aquella que aprendemos de un error, porque de esa forma haremos todo lo posible para que no se repita.
Pero si no nos deshacemos de ese miedo que surge al principio, si no nos enfrentamos a él, jamás seremos capaces de disfrutar todo lo bueno que nos depara el futuro.
Quizás te pase como a mí si te arriesgas.
Quizás descubras un mundo totalmente nuevo y diferente, aunque eso suponga un gran cambio.
De hecho, el cambio al que yo tuve que enfrentarme fue tan grande que hizo que todos mis cimientos se tambalearan.
Pero al menos, no estuve sola.
🦋
—¿Estás nerviosa?
Eros me observó con detenimiento, intentando descifrar cómo me sentía.
La luz del sol aclaró el océano en su mirada, haciéndolo parecer en calma.
Aparcó justo delante del Estudio de Tatuajes Edén y aunque había apagado el motor hacía un par de minutos, el interior todavía conservaba el calor de la calefacción.
—¿Debería estarlo?
Eros cabeceó y colocó una mano sobre mi pierna, de manera que su dedo meñique pudo deslizarse sobre el dobladillo de mi vestido mientras esperaba pacientemente mi respuesta.
—No deberías, siempre y cuando estés conmigo.
Y aunque eso ya lo sabía, a veces era inevitable.
Esperaba que al menos, esa sensación desapareciera cuando todo hubiera terminado.
—Ojalá pudiera saber lo que estás pensando. —Hice un mohín y coloqué mi mano sobre la suya. La acaricié despacio y permanecí en silencio un par de segundos—. A veces me gustaría saberlo para poder ayudarte sin tener que preguntártelo.
Eros hizo girar la palma de su mano hacia arriba y yo me quedé mirándola al igual que hice en Tres Mares. Sin embargo, a diferencia de lo que hice ese día, solo coloqué mi palma sobre la suya, sin deslizar mis dedos sobre las líneas que creaban un mapa de líneas sobre su piel.
—Lo estás haciendo ahora mismo.
—¿Ahora mismo?
—Sí.
—¿De verdad? —pregunté, sintiendo la inseguridad en la punta de mi lengua.
—De verdad. —Sonrió, a pesar de que sabía que notaría la falta de brillo en sus pupilas—. Y no lo digo para que no te sientas mal. Lo hago porque es la verdad. Si no lo hicieras, no estarías conmigo.
—Lo hago porque quiero. —Porque te quiero—. Es mi vida y son mis decisiones.