Las Navidades de aquel año fueron inolvidables en muchos sentidos. Marcaron un antes y un después en mi vida y en todo lo que conocía o creía conocer hasta ese momento. Cambiaron muchas cosas, algunas para bien y otras no tanto. Una de ellas fue el concepto de la relación que había o hubo entre el mejor amigo de Eros, Liam, y mi mejor amiga, Sara.
Algo en mi interior me decía que no podía dejar que ella volviera de vuelta al Pirineo sin antes aclarar las dudas que tenía respecto a ellos. Estaba claro que su relación había cambiado, mejorado, pues pasó de querer evitarlo a toda costa a parecer querer permanecer a su lado todo el tiempo que fuera posible antes de que tuviera que irse. Y lo mismo le sucedía a él, aunque para ser sincera, Liam no parecía tener ojos para otra persona que no fuera Sara.
Después de conocer el diagnóstico de Hécate y de saber que la operación, aunque fue muy compleja y difícil, no solo para ella, sino también para los miembros del personal de la veterinaria que se ocuparon de que todo saliera bien, había sido un éxito, a todos se nos quitó un gran peso de encima.
Pudimos respirar tranquilos después de horas y horas de incertidumbre.
Dora, su cirujana, nos dijo que llevaba desde primera hora de la mañana sin parar de ladrar, desde que los efectos de los sedantes empezaron a mitigar. Sin embargo, cuando entramos a la sala en la que habían otros perros dentro de sus respectivas jaulas de acero inoxidable, no nos encontramos con una Hécate nerviosa o alterada, sino con una Hécate cuya mirada se iluminó en el instante que nos vio aparecer.
—Hécate, cariño. ¿Cómo estás?
La voz de Sara fue suave, cautelosa. Liam avanzó a su lado, sin soltar su mano, pero con una expresión seria. Ari había dejado de llorar, pero cuando Hécate trató de ponerse en pie y no pudo porque las piernas le fallaban, sus ojos comenzaron a brillar por las lágrimas. Fue entonces cuando Evan dejó atrás a Dora y avanzó hasta ponerle una mano sobre el hombro.
—Le hemos puesto una dosis más de sedantes hace una media hora. Todavía queda mucho trabajo por delante. Esto solo acaba de comenzar, pero que haya sobrevivido la primera noche es todo un logro. Ahora debéis tener paciencia. El proceso de recuperación es… largo. No podéis esperar ver los resultados de la noche a la mañana.
—Gracias, Dora —dijo Liam—. Gracias a ti también.
Sus ojos azul oscuro se detuvieron en Evan, que asintió lentamente mientras dejaba caer la mano que tenía en el hombro de su hermana.
—Evan.
—Gracias, Evan.
—Hécate es muy fuerte—respondió Evan con una sonrisa en los labios. Se giró hacia el lugar en el que nos encontrábamos Eros y yo, miró nuestras manos unidas y después me miró a mí—. Lo peor ya ha pasado.
Recordé la conversación que tuve con Sara cuando estuvimos en la cafetería en la que trabajaba. Más que un alumno en prácticas, Evan parecía un auténtico profesional. En ese instante, y en esas circunstancias tan delicadas, me alegré de que alguien como él, con esa tranquilidad, esa empatía y esa cercanía que siempre lo caracterizó, quisiera trabajar en ese ambiente. Nosotros habíamos recibido buenas noticias, pero claramente, no siempre era así, no todos se salvaban, así que el trato que debían prestar a las familias debía de ser el mejor. Porque una mascota siempre es un miembro más, por mucho que a algunas personas les cueste entenderlo.
—Hécate —murmuró Eros cuando Liam, Sara y Ari se alejaron para hablar con Dora y Evan—. Sabía que lo conseguirías.
Ella movió la cola y abrió todavía más sus bonitos ojos marrones. No trató de ponerse en pie, pero los tubos que descendían de las bolsitas con suero y otros medicamentos se contonearon cuando emitió un sonido que más que de alegría, se pareció a un sollozo.
¿Era posible que con Liam se hubiera mostrado más fuerte que con Eros?
—Hécate —dije yo, atrayendo su atención—. Lo has hecho muy bien. En nada podremos estar en la playa y veremos el atardecer mientras juegas con las olas del mar.
Evité mirar los puntos de sutura que cubrían su cadera, pero fue imposible. Le habían rapado el pelo en esa zona y todavía estaban demasiado tiernos. Fruncí los labios cuando pensé en todo el miedo y el dolor que tuvo que experimentar el día anterior, pero sobre todo, odié al culpable de que eso hubiera sucedido.
—Ahora tienes que descansar. Ya has oído a Evan. Lo peor ha pasado.
Mientras Eros hablaba con ella en susurros, yo observé con detenimiento su ojo apagado.
El ilustrador mexicano, Roy the Rat, capturó a la perfección en Blind Eye lo que vi en su mirada. Nunca me gustaron los colores apagados, yo era más de tonos pastel. Usaba el gris y el blanco cuando pintaba con carboncillo o hacía algún boceto rápido, pero ese día entendí por qué se les denomina así.
Colores apagados.
Colores sin luz.
Gris y blanco.
Esos dos colores eran los sustitutos de un color que me recordaba a las avellanas, de un color cálido y familiar. Ahora solo podía ver el mundo por uno de ellos y aun así, creí a Eros cuando dijo que lo peor ya había pasado, al igual que debió hacer ella, porque poco tiempo después se quedó dormida. Le hizo caso de nuevo. Sentí que Hécate también se había relajado al vernos.